Radicales violentos tras vandalizar el recorrido de La Vuelta.

Radicales violentos tras vandalizar el recorrido de La Vuelta. Alejandro Ernesto

Tribunas

¿Antisionismo o antisemitismo?

El relato que pretende separar antisionismo de antisemitismo es falso porque niega la legitimidad del estado de Israel, la única democracia plena de la región.

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El célebre pañuelo palestino, la kufiya, no es palestino.

Es iraquí. Tan iraquí que debe su nombre a la ciudad de Kufa, ubicada en la mitad sur del país.

Sí es cierto que, desde las primeras revueltas contra los británicos, se convirtió en el distintivo oficioso de los movimientos propalestinos. Un logro al que contribuyó con denuedo Yasser Arafat.

Por cierto: merced al testimonio de su amante Isabel Pisano sabemos que Arafat, al parecer de naturaleza coqueta, lo usaba para tapar su alopecia.

No deja de resultar notable que un movimiento que reclama raíces, identidad y denuncia el supuesto colonialismo israelí se exhiba con una prenda, en puridad, impostada.

Quizás por ello la imagen de Ada Colau embutida en una kufiya y haciendo piruetas al embarcar en la flotilla de Greta Thunberg no resulte demasiado convincente.

Imagen de la salida de la flotilla el 31 de agosto de 2025 desde el Puerto de Barcelona.

Imagen de la salida de la flotilla el 31 de agosto de 2025 desde el Puerto de Barcelona. Metrópoli

Pero sospecho que el origen de la kufiya le interesa bien poco a Ada Colau, o a Susan Sarandon, o a Mark Ruffalo, o a otros tantos famosos que se sirven del pañuelo mesopotámico para clamar contra "el genocidio".

Da igual, lo de menos son los palestinos.

Cada uno es, faltaría más, libre de elegir sus propias batallas. La cuestión, no obstante, se complica cuando se traspasan peligrosas líneas de humanidad merced a tu trilerismo moral.

En La nueva ideología dominante (2012), el sociólogo argelino Shmuel Trigano explica que Occidente ha transformado la causa palestina en una especie de "religión civil".

Porque, en efecto, aseverar que la desgracia de tantas personas es monopolio del pérfido Estado judío, sin tener en cuenta las atrocidades de Hamás, sólo se explica por sectarismo.

Las atrocidades no se limitan al ataque vil e indiscriminado de octubre de 2023 que todo lo empezó, sino que se extienden al cautiverio, tortura y asesinato de los rehenes israelíes.

Pero eso no le importa a nadie.

Tampoco se habla del robo y contrabando de la ingente ayuda humanitaria que llega a Gaza, pero que los terroristas monopolizan a su antojo para engordar sus ya de por sí pingües arcas al más puro estilo Harry Lime de El tercer hombre.

Hace unos pocos días, una médico española de Cruz Roja se quejaba en COPE porque Israel no facilitaba el tránsito de los convoyes de ayuda por las principales arterias de acceso a Gaza.

Y, claro, aquello obligaba a Hamás a apropiarse del pastel.

Otro ínclito übermensch moral, Javier Bardem, no mencionó en su reciente alegato anti israelí el video del rehén Evyatar David cavando su propia tumba mientras era grabado por un terrorista en esos túneles que muchos olvidan y otros directamente desmienten.

"El concepto de antisemitismo, sí, está tan manoseado como el de genocidio"

Eso sí, mostraba orgulloso su kufiya iraquí.

Pero da igual. Porque, como escribiría Shakespeare, "Javier es un hombre honrado".

No somos nadie para dudar de su buena voluntad, aun advirtiendo tamaña parcialidad cuando el bueno de Javier porfía en sacar a Hamás de la ecuación del sufrimiento.

¿Se puede criticar a Israel? Por supuesto.

Se puede y se debe. Más aun cuando comete errores de difícil explicación.

Ataque de Israel contra los terroristas de Hamás en Gaza.

Ataque de Israel contra los terroristas de Hamás en Gaza. Reuters

Pero si el argumentario se edifica en el soslayo e incluso en la justificación de las barbaridades de los terroristas, los asesinos, los malvados, los violadores, o sea, de Hamás, esto va más allá de una mera cuestión ideológica.

Tanto es así que la elección de este discurso sesgado y capcioso traspasa el mero odio y entra en la esfera del antisemitismo más rotundo.

El concepto de antisemitismo, sí, está tan manoseado como el de genocidio. Por ello, la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA) ha establecido una batería de factores para identificarlo, entre los que destacan:

1. Negación del derecho del pueblo judío a la autodeterminación

El sociólogo francés Pierre André Taguieff ha defendido la existencia del neoantisemitismo, que se define como una nueva forma de odio que se enmascara bajo pura retórica y se centra en el vapuleo al sionista.

El sionismo, el movimiento de autodeterminación del pueblo judío y acusación recurrente cuando los propalestinos no llaman a las cosas por su nombre, es demonizado y reducido a nociones como "colonialismo" o "imperialismo".

El relato que pretende separar antisionismo de antisemitismo es falso porque niega la legitimidad del estado de Israel, la única democracia plena de la región.

"La selectividad del activismo no está impulsada principalmente por la gravedad de la crisis, sino por quién es el agresor"

Por ello, cuando Yolanda Díaz clama para que Palestina se extienda "desde el río hasta el mar", comparte el mismo lema de Hamás. Es decir, el de que hay que erradicar a Israel.

2. Aplicar un doble rasero a Israel en sus acciones y manifestaciones, exigiéndole un comportamiento que no se espera ni se exige de ningún otro país

La Asamblea General de la ONU ha adoptado quince resoluciones de condena contra Israel. No hay ninguna sobre la guerra civil en Sudán (trece millones de personas afectadas), la represión de los uigures en China (dos millones de chinos musulmanes hacinados en campos de concentración) ni del exilio forzado de los Rohingya en Myanmar (más de un millón de desplazados).

Tampoco se espera un video de Pedro Almodóvar denunciando la persecución a los drusos en Siria.

Y es que la selectividad del activismo no está impulsada principalmente por la gravedad de la crisis, sino por quién es el agresor. Como escribió el sociólogo David Hirsh, sectores progresistas occidentales han convertido a Israel en el "único mal absoluto" del mundo.

Obviamente, esto es insostenible, pero tampoco le interesa a nadie.

3. Considerar a los judíos de forma colectiva responsables de las acciones del Estado de Israel

La historiadora estadounidense Deborah Lipstadt explica cómo muchas críticas a Israel se expresan en un lenguaje aparentemente político, pero que en realidad recicla viejos estereotipos antisemitas.

Ya saben, aquello tan viejo de los libelos de sangre.

Verbigracia, el vergonzante caso de odio al equipo ciclista Israel Premier-Tech en la Vuelta a España a su paso por el País Vasco (ejem), lideradas por un etarra (ejem, ejem).

O la delirante sugerencia del director de la carrera, compartida por el mismísimo ministro Albares, de que el equipo (de capital privado canadiense, por cierto) se largue para no calentar más el ambiente (ejem, ejem, ejem).

Y el esperpento jaleado por Pedro 'Gaza-sí-pero-Sáhara-no' de la última etapa.

El odio antisemita, pues, resulta abrumador e insoportable. El discurso racista, por obra u omisión, ya no se puede tapar. El niño gazatí que muere, la madre que llora, el viudo que se rompe, son ahora meras insignias vacías.

Como ese pañuelo palestino que no es palestino pero que, en realidad, no le importa a nadie.

*** Andrés Ortiz Moyano es periodista y escritor.