Pedro Sánchez, presidente del Gobierno.

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno. Europa Press

Tribunas

Máster en Mentiras: vuelve el circo del currículum político

Vivimos en un país presidido por el Embajador del Embuste en la Tierra. Pero en España, la patraña del 'servidor público' sólo se cobra piezas de caza menor.

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La reciente dimisión de Noelia Núñez, diputada del Partido Popular, por haber incluido en su currículum unos estudios no finalizados, nos devolvió al Día de la Marmota: el tedioso debate en torno a la mentira sobre las credenciales académicas en la política española.

Caída la joven parlamentaria, siguió el follón habitual. Reproches cruzados entre PP y PSOE, limpieza frenética de perfiles profesionales, correcciones y reescrituras de las hojas de servicios.

El fuego cruzado de esta oleada de celo curricular terminó por cobrarse otra víctima: el comisionado del Gobierno para la DANA.

José María Ángel, excomisionado del Gobierno para la recuperación tras la Dana.

José María Ángel, excomisionado del Gobierno para la recuperación tras la Dana. Europa Press

En el fragor del mutuo escrutinio de titulaciones truchas, se descubrió que el grado universitario que figuraba en su expediente, y que le había permitido acceder a la función pública décadas atrás, ni siquiera existía en aquellas fechas.

Si esta porfía trajera consigo un compromiso de regeneración, tal vez mereciera la pena el bochorno. Pero bien sabemos que no será así. Vivimos en un país presidido por el Embajador del Embuste en la Tierra. En España, la patraña del "servidor público" sólo se cobra piezas de caza menor.

Y a decir verdad, estos breves sainetes estivales son poca cosa en un país que se desliza imparable por la abyección corrupta y el desprestigio institucional. El asunto sólo da de sí como entremés picaresco sobre la degradación de nuestra cultura política, enfangada en la más absoluta mediocridad.

Aunque no sirva de nada, habrá que repetir una obviedad: el problema no es carecer de títulos. Lo grave es mentir descaradamente para avanzar a costa del prójimo.

"Se puede ser un magnífico gestor, un gran parlamentario, un honesto y laborioso alcalde, sin haber pisado una facultad"

Parto de que un título universitario no debe ser condición para ejercer un cargo público. La política no es una cátedra. Se puede ser un magnífico gestor, un gran parlamentario, un honesto y laborioso alcalde, sin haber pisado una facultad.

Digo esto como alguien que ha desarrollado su carrera profesional en la universidad. Abundan las mentes académicas brillantes que son absolutamente incapaces de liderar un equipo, de tomar decisiones, o de aceptar responsabilidades. Un catedrático en Física cuántica puede ser un perfecto tarugo como gestor de personas y presupuestos.

Por supuesto, también he visto gente sin titulación con una capacidad natural para dirigir, comunicar, organizar y liderar.

El problema del político español no es de titulaciones. Lo verdaderamente desolador es que proliferan los perfiles de personas cuya única experiencia laboral es la propia política.

Criados al calor de esas canteras de arribistas, aduladores y serviles que son las Juventudes Socialistas o las Nuevas Generaciones, estos ejemplares jamás han cotizado fuera del partido. Su supervivencia laboral depende enteramente de su obediencia, cuando no del entusiasmo de su aplauso norcoreano.

Esta dependencia estructural produce naturalmente políticos carentes de independencia y criterio. No pueden permitirse disentir, ni enfrentarse a sus líderes, ni desarrollar ideas propias. No se deben al ciudadano, sino a la jerarquía partitocrática. Son auténticos rehenes. El partido los ha hecho, y el partido los puede deshacer.

Noelia Núñez en el Congreso de los Diputados.

Noelia Núñez en el Congreso de los Diputados.

En ese contexto, mentir sobre los títulos académicos es una tentación demasiado golosa. Algunos, conscientes al menos de su propia impostura, se inventan una preparación que no tienen para justificar un puesto que nunca han merecido.

Otros son simplemente mediocres con ínfulas de grandeza. De estos hay en todos los entornos laborales, pero son especialmente sangrantes en la política. Su perfil psicológico es transparente: nulo talento y mucha inseguridad disfrazada de arrogancia. Acomplejados por su propia irrelevancia intelectual, se adornan con másteres falsos, cursos inventados y etiquetas de Anís del Mono.

Ahí está Óscar Puente, prodigio tuitero, presumiendo de un "máster" por la Fundación Jaime Vera, chiringuito propagandístico del PSOE desprovisto, evidentemente, de cualquier capacidad para emitir titulaciones académicas.

El fecundo polemista a cargo del Ministerio de Transportes completó además el cursillo antes siquiera de tener un título de grado, requisito imprescindible para cursar un verdadero máster.

En otros países, mentir sobre el currículum suele suponer el fin inmediato de una carrera política. En Alemania, Annette Schavan, ministra del gobierno de Angela Merkel, dimitió en 2013 tras revocarse por plagio su doctorado.

Un par de años antes, el carismático Karl-Theodor zu Guttenberg había tenido que abandonar el Ministerio de Defensa por la misma razón.

En Estados Unidos, el congresista republicano George Santos cumple condena de cárcel por mentir sobre su educación, su historial de empleo e incluso su patrimonio.

En el Reino Unido, la diputada laborista Fiona Onasanya fue destituida de todos sus cargos por mentir sobre su expediente legal.

"Algunas universidades han colaborado en esta farsa. Han regalado títulos por conveniencia política, y guardado silencios cómplices ante plagios evidentes. La degradación del mérito no es solo culpa del mentiroso"

Sucede, claro está, que en España el paradigma lo marca el gran elefante en la habitación monclovita. Si hablamos de ficciones académicas, ninguna hay más escandalosa que el supuesto doctorado en Economía del presidente del Gobierno: una tesis guardada bajo llave durante años, redactada con una pobreza conceptual clamorosa, plagada de errores, frases fusiladas, gráficos sin sentido y alimentada de referencias mendigadas por redes sociales.

La tesis de Pedro Sánchez fue una pantomima para vestir con ropajes académicos a quien no podía exhibir ni formación sólida ni experiencia profesional relevante, más allá de su pobre desempeño baloncestístico y del usufructo de los negocios familiares de su esposa.

El anterior amago de indignación colectiva y rendición de cuentas por falsedad curricular se estrelló contra el pétreo rostro presidencial.

Algunas universidades han colaborado en esta farsa. Han regalado títulos por conveniencia política, y guardado silencios cómplices ante plagios evidentes. La degradación del mérito no es solo culpa del mentiroso.

Aún así, y a pesar de la evidente devaluación de los títulos universitarios, hay que huir de la demagogia antiintelectual casi tanto como de la conocida titulitis.

Muchos jóvenes españoles dedican años de su vida a escribir tesis doctorales de verdad, en universidades españolas y extranjeras, con el único laurel de acabar emigrando o encadenando contratos basura.

La meritocracia académica no abre en España tantas puertas como el carné del partido.

La enfermedad es bien conocida. La política española no atrae a los mejores, ni siquiera a los buenos. Atrae, con demasiada frecuencia, a los peores: titulados sin talento, trepas de pasillo, alérgicos al esfuerzo, embusteros compulsivos, jetas con bruxismo.

Cuando mentir no inhabilita, sino que recompensa, lo de menos es el currículum. Lo importante es saber a quién hay que aplaudir para seguir cobrando.

*** Carlos Conde Solares es profesor universitario y forma parte del Comité Ejecutivo Nacional de Izquierda Española.