Una turista se refresca del calor de Toledo con un abanico.

Una turista se refresca del calor de Toledo con un abanico. Javier Longobardo

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¿Por qué los españoles no se suben al cohete de Sánchez?

Es posible que la economía española sea la fiesta de la que hablan los portavoces oficiales. Pero el grueso de la ciudadanía no ha recibido ninguna invitación.

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“La economía española va como un cohete”. O “como un tiro”. Lo dice el presidente del Gobierno desde el atril del Palacio de la Moncloa y lo repiten, enfatizando con golpecitos sobre la mesa, los tertulianos oficialistas más hiperventilados.

Uno ve, en su ignorancia infinita, desfilar todos esos datos macroeconómicos y pone todo de su parte para darles la razón. Y eso sin dejar de leer con preocupación a Criado y Pastor en este diario, cuando avisan de que ese relato está “lleno de medias verdades” y que “omite la tendencia a la baja de la que ya alertan los analistas”.

Pero es lo que tiene la ignorancia: permite componer la misma cara de tonto ante una cosa y su contraria.

Una turista en El Pilar.

Una turista en El Pilar. Ayuntamiento de Zaragoza

Pese a esta estulticia de base, todavía se perciben algunas cosas gracias al mero ejercicio de la observación de la realidad circulante. Que, aunque este país parezca tener vetado estructuralmente el llamado “pleno empleo”, hace tiempo que la preocupación por tener un puesto de trabajo ha dejado de ser un problema.

Si los españoles no se suman a la conga celebradora del Gobierno y sus juglares es por otros motivos, palpables en la vida diaria, pero no lo suficientemente presentes en el debate público.

Todos proceden de la misma raíz: el desfase producido en los últimos años entre los sueldos y el precio de las cosas.

Por eso, de entre la oleada de datos conocidos en las últimas semanas, ha sido el estudio de la OCDE que apunta a un crecimiento real de sólo el 2,7% desde 1994 el que más señales de aprobación ha recibido por parte de un público que ve, esta vez sí, su realidad cotidiana refrendada por las barritas y porcentajes sobre la que luego los prescriptores despliegan sus aspavientos y admoniciones.

Suele hablarse de “jóvenes” cuando se aborda el problema de la vivienda. Es inevitable empezar a abrir el foco para poder abordar el asunto en su magnitud verdadera.

Los que sí eran jóvenes con el estallido de la burbuja en 2008 se han hecho mayores sin visos de poder afrontar la adquisición de una casa. Incluso habiendo desarrollado carreras profesionales moderadamente exitosas. La subida exponencial del precio del alquiler ha creado un círculo vicioso que imposibilita el ahorro.

Si esto no ha derivado en una expresión más cruda del malestar ha sido por la ayuda prestada por la generación anterior.

Todo ahonda un deterioro de la clase media muy difícil de ocultar. Especialmente para aquellos que, por edad, todavía guardan algún recuerdo de las “vacas gordas”. Un tiempo en el que dicho estamento social podía permitirse, sin grandes quebrantos, gastos que hoy día serían percibidos como excentricidades de ultrarrico. Una segunda vivienda en propiedad, por ejemplo.

Lo de la cesta de la compra se explica casi mejor con anécdotas que con porcentajes macro. A principios de siglo había una diferencia estratosférica entre el precio de una lata de Coca-Cola del supermercado y una consumición del mismo refresco en la hostelería.

Hoy, habiéndose encarecido bastante en esa segunda modalidad, esa diferencia se ha estrechado considerablemente.

Los medios llevan un tiempo insistiendo en esta idea: veranear en lugares exóticos ya es menos lesivo para el bolsillo que desplazarse a los puntos más codiciados del país. Hasta a Sánchez se le escapó el otro día sacar pecho por las multitudes que se disponen a visitarnos. Como si no fuera evidente que es ver reproducido en el turismo el mismo mal que en la vivienda: un mercado ajustado, no diremos que sin lógica, a lo que se puede pagar con los sueldos de fuera, no con los nuestros.

Es posible que la economía española sea la fiesta de la que hablan esos portavoces oficiales. Pero el grueso de la ciudadanía no ha recibido ninguna invitación.