Estudiante en un viaje de Erasmus.

Estudiante en un viaje de Erasmus. Shutterstock

Tribunas

El padre a la mili y el hijo al Erasmus

Lejos de ser un programa de intercambio de conocimientos, el Erasmus se ha convertido en una acumulación de experiencias vacías donde uno vive un frenesí de fiestas y viajes.

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No se puede entender la Historia del siglo XX sin los jóvenes enviados a morir por su patria. El servicio militar obligatorio sirvió como elemento uniformador forzoso de generaciones de hombres que, de paso, conocían a otros jóvenes de su país y se acercaban a la realidad de una región distinta a la suya.

Este intento de crear cohesión social también buscaba acentuar otros valores como la disciplina o la responsabilidad.

A pesar de que en España el servicio militar obligatorio fue eliminado en 2001, siguen quedando resquicios de estos valores en países amenazados, como Finlandia, Grecia o las dos Coreas.

Sin embargo, existe desde 1987 un proceso cohesionador de jóvenes europeos con un espíritu análogo: el programa Erasmus.

El programa de intercambio universitario atiende, por su parte, a valores cosmopolitas, en el seno de un proyecto uniformizador europeo. Y al propósito de crear un cosmos de lo que Ulrich Beck denominó "vecindad asignada".

Esto es, un lugar donde las fronteras nacionales no son significativas. Algo así como el Espacio Schengen.

Una marcha militar.

Una marcha militar.

El programa Erasmus+, hoy con países asociados fuera de la Unión Europea, ha supuesto un gran éxito en términos absolutos. Más de quince millones de personas se han beneficiado de este programa y la Comisión estima en un millón el número de niños nacidos de parejas fruto del programa.

Sin embargo, la iniciativa universitaria tiene más luces que sombras.

Es evidente que el Erasmus está lejos de ser un programa de intercambio de conocimientos. En la mayoría de las ocasiones se ha convertido en una acumulación de experiencias más o menos vacías donde uno vive un frenesí de fiestas y viajes.

Además, este ejercicio suele darse entre colegiales de procedencias culturales similares.

Primero, uno se junta con españoles. Después, con portugueses o italianos. Y a continuación, con el resto según proximidad. En pocos casos se interactúa con la población local hasta el punto de mantener relaciones interpersonales cercanas.

En la mayoría de los casos, los beneficiarios del programa son escasamente mejores que esos expatriados y nómadas digitales que habitan Barcelona, Valencia o Málaga. Y que son partícipes de la subida de los precios de la vivienda o de la sustitución de los establecimientos tradicionales por multinacionales.

"El compromiso con unos ideales ha sido sustituido por la experiencia, el disfrute y la eternización de la juventud"

El Erasmus es una grandísima experiencia (y sumamente recomendable para cualquier estudiante). Pero no deja de hacer las veces de instrumento de consumo. Algo así como las calas que se han masificado por ser instagrameables, u otros objetos de consumo de la generación FOMO.

Además, el Erasmus tampoco termina de servir como palanca para impulsar la identidad europea deseada por los burócratas de Bruselas. Si acaso, puede servir para evidenciar que la mayoría de los jóvenes del Viejo Continente padecemos los mismos males: difícil acceso a la vivienda e incertidumbre vital.

El servicio a unos ideales ha sido sustituido por la experiencia, el disfrute y la eternización de la juventud. De la toma de responsabilidades se ha pasado al curso universitario en blanco en Bolonia, Cracovia o París.

No se trata de idealizar la mili, que llevaba aparejada numerosos aspectos indeseables. Pero sí de tomarla como una referencia que permite apreciar los cambios que ha habido en el espíritu que ha estado detrás de cada generación que ha enviado a la siguiente a uno u otro destino.

Seguramente, el Programa perdurará durante más tiempo, aunque alejado de sus objetivos iniciales y usado por jóvenes cada vez más descreídos. No es la Comisión Europea la que fija todas estas experiencias, sino la propia dinámica viciada por el sistema.

Pese a ello, todo joven que realiza el Erasmus tiene un margen personal de elección para decidir cómo quiere que sea su experiencia formativa europea. Y, por tanto, elegir si sacarle todo el partido o malgastarla.

*** Juan Hernando Quevedo es consultor de Asuntos Públicos.