Melody.

Melody.

Tribunas Desórdenes

Melody, ya te gustaría a ti ser la última folclórica: ellas eran la revolución, tú eres sistema

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Tenemos que aclarar este punto de una vez por todas: Melody no es una folclórica y no lo va a ser nunca, por mucho que lo repitan hasta la boquera la prensa y los mentideros.

Es más, ya le gustaría a ella.

La chiquilla es histriónica y nació en Dos Hermanas, ¿qué le hacemos? Pero eso no la convierte en folclórica. Tampoco poner toda la cara de un gato de escayola cuando le están haciendo una pregunta.

Ni ser teatral, exagerada, narcisista, implacable, rencorosa y sentimental. Ni vivir permanentemente como si la estuvieran grabando. Ni dejar traslúcido ese deseo tan violento y desgarrado de ser vista, ese hambre enfermo de ser querida. 

Melody me recuerda a mi preciosa vecina transexual cuando sale al balcón con las tenacillas recién hechas y vestidos largos atados al cuello para que se le meneen al viento. La veo echarse un puntazo de laca antes de tocar el barrote. Siente que un público invisible la espera. Ese público soy yo, al cabo. Pero ella mueve la melena y fuma, con orgullo, y no comprueba nunca si ha despertado el interés de los vouyeurs, porque está atareada mirándose de reojo en el reflejo, clavándose bajo bajo las cejas las varillas de su abanico de pestañas falsas. ¿A ver si va a tener razón, y la vida sólo existe en cuanto te devuelves a ti misma la mirada? No lo sé. No lo sé. 

Pero sé que Melody es afable y cargante como el burro de Shrek. 

Melody nos trata como si hubiese salvado a quince niños del fuego y le debiéramos algo.

Melody nos hace sentir que ha hecho un esfuerzo hercúleo por todos y cada uno de nosotros y que mira con qué moneda se lo estáis pagando, panda de hijos de puta.

Escúchame, mi vida: te has aprendido una canción horrorosa y la has cantado en un concurso horroroso. Relájate, Rosa Parks.

Melody se llama a sí misma "artista" muchas veces para creérselo, pero, desde luego, artista no es: Melody es una intérprete. Tiene ambición, tiene terquedad y tiene técnica, claro, pero no ha creado absolutamente nada, ni siquiera un estilo propio y reconocible. Es una gran ejecutora. No es creativa. Pocas cosas la diferencian de otras miles de cantantes similares. Su impulso no es la creatividad, sino la imitación (una imitación, todo hay que decirlo, bastante perfeccionada a base de trauma y de curro: se ha tomado muy a pecho convertirse en quien ella quería ser).

No es insólita. 

No es interesante.

No tiene misterio. 

No importan a nadie su vida, ni sus amores, ni sus reacciones, ni sus pensamientos. 

No es burbujeante.

No es sorprendente. 

Es decir: no es folclórica. 

En este país, cuando amamos a alguien, nos gusta meternos en su cama. Y yo en la cama de Melody me metía para arroparla y coger el último metro. 

Melody es el esfuerzo, es decir, lo contrario a la estrella. Nos recuerda una y otra vez que ha currado como una bestia para Eurovisión, ¿y qué hago yo, Melody? ¿Te mando un bizum? Tampoco me queda claro por qué tenemos que estar celebrando que alguien se tome en serio su trabajo, porque eso es lo que cualquier adulto funcional debería hacer. 

Melody se repite en sus gags porque le falta imaginación. Ser charlatana no es lo mismo que ser graciosa.

Melody estira las cosas raro. Una folclórica, en cambio, siempre conoce la medida exacta de una broma y sabe cuándo acabarla. El carisma es detectar ese segundo. 

Las folclóricas generaban un "dame más". Melody genera un "basta". 

Entiéndanme: Melody es continuista mientras que las folclóricas eran vanguardistas. Melody es antigua y las folclóricas eran modernas. Ellas ensanchaban el mundo habitándolo. Ellas hablaron de deseo y de sexo cuando ninguna otra podía, ellas contaron las historias de las marginadas, de las madres solteras, de las desgraciadas, de las radicales, de las locas. Ellas le dieron columna vertebral, dignidad y copla. Ellas dijeron alto y claro, por primera vez en la historia de España, "hace tiempo que no siento nada al hacerlo contigo", y entonces al macho ibérico le dio un ictus. Lleva cogío desde entonces. 

Eran mujeres rompedoras, destartaladas, piadosas, geniales. Las extrañabas en cuanto salían a fumar a la puerta del bar. 

A algunas las llamaban continuistas o palmeras del régimen, pero eso es una gilipollez: vivían en la España de los cincuenta y querían comer. Su pecado era triunfar y gustar a todo el mundo. Su falta grave, dar alegría a un país enmorecío. ¡No, espera! Si te llamaba el dictador para cantar en El Pardo, dile tú que no ibas, a ver dónde acababas. Me lo contó una vez el musicólogo y experto en flamenco Faustino Núñez: "Mira, Antonio Gades, que era mi maestro, comunista redomao, tuvo que bailar tres veces en El Pardo. Más te valía. Lo de Franco no era una tontería".

Explicaba Núñez que ese mismo prejuicio equivocado se tiene con Juanito Valderrama, que fue apartado del panorama a partir del 75 porque triunfó en los cincuenta y sesenta -y esto suponía que mucho público lo relacionase con el régimen-. "Y al revés. Estuvo en la zona republicana y en la CNT. Para ser flamenco auténtico en esa época... tenías que estar exiliado. Si vivías aquí ya eras colaboracionista, y eso es una memez".

Claro que Lola Flores y Rocío Jurado no eran José Menese cantando "señor que vas a caballo / y no das los buenos días / si el caballo cojeara / otro gallo cantaría", ni El Cabrero, anarcosindicalista auténtico, ni Caballero Bonald, o Félix Grande o El Lebrijano, que eran los renovadores intelectuales y críticos del flamenco.

Ellos estaban politizados de forma más técnica, más terca y sesuda, pero la rebelión de las folclóricas se hacía desde el desgarro y la libertad feminista conquistada a codazos, siempre con un ojo en los vulnerables (desde el homosexual asediado a la que tuvo que prostituirse, como Lola Flores, por un plato de comida). 

Por no hablar de las folclóricas republicanas, más desconocidas por el gran público: échenle un ojo a Laura Pinillos, o a La Argentinita, a la gran bollo de Emérita Álvarez Esparza, o a la Pepita Carpeña, o a la Rafaela Haro. Sobre todas ellas escribí aquí

Las tías duras nunca se pusieron de perfil, nunca fueron templadas ni equidistantes. Pero Melody sólo habla el idioma del dinero: no transgrede, se limita a jugar a caballo ganador. No va a perder ni un duro por mentar a los niños asesinados en Gaza. Le duele el bolsillo y el ego más que el mundo: ahí no hay nada que rascar. Ahí no hay nada que me conmueva ni me interese. 

No tenemos nada que aprender de ella. 

Las folclóricas eran revolución. 

Melody es puro sistema.