Benjamin Netanyahu junto a Pedro Sánchez. EFE
Pedro Sánchez dinamita la reconciliación de España con Israel
El daño que el gobierno de Pedro Sánchez ha hecho a una historia de reconciliación, la de España con Israel y con su propio pasado judío, tardará mucho tiempo en repararse.
La verdad no es más verdad porque todos estén de acuerdo con ella; ni lo es menos cuando todo el mundo está en desacuerdo (Rabí Moisés ben Maimón, Maimónides, c.1135-1208)
La cancelación del contrato de compra de balas de la Guardia Civil a una empresa israelí, decidida unilateralmente por el presidente Pedro Sánchez, es sólo el último desplante del gobierno español hacia Israel.
Aunque la revocación del acuerdo supondrá una indemnización millonaria sufragada por el contribuyente, la Moncloa aprovechó el enésimo sainete diplomático y de seguridad para marcar territorio ideológico y salvar el pellejo de los ministros de Sumar.
Llueve sobre mojado. Desde los brutales atentados de Hamás del 7 de octubre de 2023, que supusieron la mayor matanza de judíos desde el Holocausto, Pedro Sánchez y sus socios han enterrado décadas de avances diplomáticos entre España y el Estado judío.
Lo han hecho por una mezcla de ignorancia, postureo político y, en algunos casos, por un antisemitismo ancestral naturalizado hoy bajo seudónimos eufemísticos como “antisionismo”.
Cabe recordar que el 19 de octubre de 2023, con los cuerpos de 1.200 israelíes aún sin enterrar, el Parlamento Europeo aprobó una sencilla resolución de condena contra aquella barbarie terrorista. Quinientos eurodiputados votaron a favor y sólo veintiuno en contra, entre ellos cuatro españoles.
Un mes más tarde, dos de esos cuatro, Sira Rego y Ernest Urtasun, fueron nombrados ministros del gobierno de España.
Los desaires continuaron en mayo de 2024, cuando España, junto con Irlanda y Noruega, reconoció formalmente el “Estado palestino”. Poco después, la vicepresidenta Yolanda Díaz cerró un mitin coreando el lema antiisraelí “desde el río hasta el mar, Palestina será libre".
Yolanda Díaz. Europa Press
En junio, España se convirtió en el primer país europeo en apoyar a Suráfrica en su denuncia por genocidio contra Israel ante la Corte Penal Internacional.
En julio, la ministra de Defensa Margarita Robles acusó explícitamente a Israel de genocidio, y criticó el doble rasero de la OTAN con respecto a Ucrania.
Los hechos hablan por sí solos. En los últimos años, España se ha distinguido por liderar los posicionamientos más hostiles contra Israel en todo el mundo occidental. Ha habido cruces de declaraciones inamistosas y llamadas a consultas diplomáticas. La relación bilateral entre Israel y España que se inició en 1986 vive hoy sus momentos más bajos, mientras Hamás ha elogiado la postura de España, exaltándola por “clara y valiente”.
Hoy sería una quimera reeditar aquella Conferencia de Madrid de 1991, que logró avances tangibles hacia la paz y prestigió a España como interlocutor internacional.
Desde entonces, España ha perdido toda su credibilidad como mediadora en este y en otros conflictos, al radicalizar la ideologización de su diplomacia sin atender ni a la coherencia ni a los propios intereses del país.
En los años noventa, España supo aprovechar su historia como puente entre cristianos, judíos y musulmanes, presentándose al mundo como una democracia dinámica, modelo de reconciliación pacífica. Al-Ándalus y Sefarad se evocaban (aunque de manera seudohistórica y anacrónica) como espacios de convivencia interreligiosa aplicables al presente.
En 2015, el Congreso aprobó la ley que otorgaba la nacionalidad a los descendientes de judíos sefardíes expulsados en 1492, como gesto de reparación histórica. Retumbaron las palabras de Andrés Bernáldez, cronista de los Reyes Católicos, en su relato de la expulsión de 1492:
"Estos judíos de Castilla, confiando en las vanas esperanzas de su ceguedad, se metieron al trabajo del camino, y salieron de las tierras de sus nacimientos, chicos e grandes, viejos e niños, a pié y caballeros en asnos y otras bestias, y en carretas, y continuaron sus viajes cada uno a los puertos que habían de ir; e iban por los caminos y campos por donde iban con muchos trabajos y fortunas, unos cayendo, otros levantando, otros moriendo, otros naciendo, otros enfermando, que no habia christiano que no oviese dolor de ellos y siempre por do iban los convidaban al baptismo, y algunos con la cuita se convertian e quedaban, pero muy pocos y los Rabies los iban esforzando, y facían cantar a mujeres y mancebos, y tañer panderos y adufos para alegrar la gente, y así salieron fuera de Castilla y llegaron a los puertos, donde embarcaron los unos, y los otros a Portugal".
"Estos actos de reconciliación no perjudicaron los vínculos tradicionales de España con el mundo árabe. Al contrario, fueron un ejemplo positivo de diplomacia cultural"
En 2015, más de 125.000 personas aprovecharon aquella ley, un número tal vez semejante al de los expulsados por el Decreto de la Alhambra. Fue un gesto simbólico que reconciliaba a España con su pasado judío y subrayaba su vocación integradora. Además, la Academia del Ladino pasó a formar parte de la red de Reales Academias de la Lengua.
Estos actos de reconciliación no perjudicaron los vínculos tradicionales de España con el mundo árabe. Al contrario, fueron un ejemplo positivo de diplomacia cultural.
El revival historicista trajo consigo, además, un oportuno y sobrio recordatorio a la mayor comunidad sefardí europea del siglo XX, la de Salónica en Grecia, la mayoría de cuyos miembros perecieron en el campo de exterminio de Auschwitz.
Todo ese capital simbólico se ha perdido. El gobierno actual se alinea de manera inequívoca con quienes niegan a Israel el derecho a existir. En las redes afines a los socios de gobierno abundan las caricaturas antijudías.
El sevillano Yehudá ha-Leví, deseoso de regresar un día a Israel, decía que su patria hispana era un frío y “lejano Occidente”, siempre adversario y hostil.
Maimónides, pensador sefardí y defensor del equilibrio racionalista, definía el mal intolerante que le rodeaba en Al-Ándalus como “la ausencia de bien”.
El gobierno autoritario de Netanyahu pasará. También el de Sánchez. Pero el daño que se ha hecho a una historia de reconciliación, la de España con Israel y con su propio pasado judío, tardará mucho tiempo en repararse.
Tal ha sido esta ausencia de bien en este lejano Occidente: un retroceso histórico.
*** Carlos Conde Solares es Profesor de Historia de España. Su próximo libro se titulará 'El último Almojarife: los financieros judíos del Reino de Castilla'.