Tres de los detenidos por yihadismo con presencia en Tiktok en los últimos años.
Cómo evitar que el yihadismo reclute a nuestros hijos a través de TikTok
Un adolescente con un smartphone y apetito de notoriedad puede conseguir instrucciones para fabricar una bomba casera en menos tiempo del que tarda en pedir comida a domicilio.
Un cuarto de siglo ha transcurrido desde aquella noche en la que Sevilla, la ciudad de murmullos perfumados junto al Guadalquivir, se desgarró en un frenesí primitivo. La Madrugá del año 2000 no fue una simple procesión, sino una distopía anticipada, un espejo oscuro antes de tiempo.
Imaginen por un instante: nazarenos transformados en fantasmas armados, gemidos de pánico ahogando las saetas más profundas, sombras furtivas esgrimiendo cuchillos entre cirios ardientes.
¿Locura colectiva? ¿Una representación grotesca y sádica inspirada por Nadie conoce a nadie? La verdad sigue sepultada bajo capas de conjeturas y miedo, oculta como un cadáver bajo el asfalto viscoso de la leyenda urbana.
Altercados durante La Madrugá de Sevilla en 2017.
Sin embargo, el amargo jugo de esta historia aún aguardaba su evolución más siniestra.
En 2017, el monstruo cambió de rostro. Las redes sociales habían dejado atrás su papel inocente, transformándose en tribunales implacables, guillotinas digitales que ejecutan con likes y comparten sentencias instantáneas.
Tres chavales de barrio, ingenuos y mal preparados para la crueldad del mundo virtual subieron una fotografía con un texto: "Sevilla va a temblar".
Eso bastó. La jauría digital se lanzó sobre ellos sin piedad, vomitando odio puro, memes envenenados y titulares amarillentos escritos con la tinta barata del sensacionalismo. No hubo juicio justo, sólo el estruendo despiadado de la masa enfurecida.
Ahí fue cuando intervinimos nosotros, los peritos informáticos, forenses de lo intangible. Armados con algoritmos y herramientas técnicas de precisión quirúrgica, desmontamos la mentira punto por punto: la imagen era antigua, los datos GPS evidenciaban su inocencia, los metadatos proclamaban a gritos la verdad.
Nuestra colaboración con la Policía resultó decisiva. ¿El resultado? Inocentes. Pero demasiado tarde: sus vidas ya estaban hechas añicos, destrozadas como una reliquia invaluable en manos de un borracho torpe.
Ahora sumérjanse más profundo aún en este abismo. ¿Sabían que un adolescente con un smartphone y apetito de notoriedad puede conseguir instrucciones para fabricar una bomba casera en menos tiempo del que tarda en pedir comida a domicilio?
El terror se ha democratizado, y la dark web es ahora el supermercado de la barbarie: tutoriales detallados en PDF, vídeos con instrucciones precisas, foros donde la radicalización se vende con la misma facilidad que un influencer vende cursos vacíos a incautos digitales.
"Este es el rostro más oscuro de nuestra hiperconexión actual: un menor puede acceder a fórmulas explosivas mientras se divierte en TikTok"
Esto no es ficción. En diciembre de 2023, la Guardia Civil desmanteló en La Rinconada un operativo de Daesh cuya principal arma no eran explosivos, sino las redes sociales.
Un activista anónimo, oculto en la penumbra de su habitación, editaba vídeos con herramientas profesionales para burlar algoritmos y esparcía propaganda yihadista a través de cuentas falsas multiplicadas como esporas tóxicas. Empleaba aplicaciones cifradas, canales clandestinos, y camuflaba mensajes peligrosos bajo capas de fake news y memes. Su objetivo: reclutar mentes frágiles, transformar el odio en dogma, el dogma en violencia.
Este es el rostro más oscuro de nuestra hiperconexión actual: un menor puede acceder a fórmulas explosivas mientras se divierte en TikTok.
¿Dónde fijamos los límites? ¿En la ética de las plataformas tecnológicas? ¿En la vigilancia estatal?
Lo cierto es que la monitorización de las redes se ha convertido en la última defensa frente a la barbarie digital. Los mismos algoritmos que nos mantienen cautivos en interminables reels actúan ahora como perros de presa, detectando patrones de radicalización, palabras clave inquietantes, geolocalizaciones sospechosas, transacciones ocultas en criptomonedas.
El Gran Hermano ya no es sólo vigilancia estatal: es también la última muralla frente al caos.
Este es el mundo que habitamos hoy, nombres clavados a la cruz digital antes incluso de que un juez levante su bolígrafo. La justicia ya no porta espada, lleva hashtags. ¿Confiarías tu destino a un tribunal compuesto por influencers, o a jueces que empuñan un tweet en lugar de martillo?
Moraleja para esta época despiadada:
-Las pruebas digitales no son bytes, son proyectiles.
-La geolocalización no es un dato trivial, es un testigo crucial.
-Tu próximo desliz podría ser mañana trending topic.
¿Estamos dispuestos a dejar de ser cómplices, o seguiremos alimentando a esta bestia con nuestro silencio cobarde?
*** Jorge Coronado es perito informático.