Ursula von der Leyen durante su discurso en la  Cumbre de la industria europea celebrada en Antwerp, Bélgica.

Ursula von der Leyen durante su discurso en la Cumbre de la industria europea celebrada en Antwerp, Bélgica. Oliver Hoslet EFE

Tribunas

¿Adónde va Occidente?

Han saltado todas las alarmas en la UE (baja competitividad, exceso de burocracia, dependencia estratégica en industrias clave como la defensa) y toca recalcular su ruta.

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No hay viento favorable para el que no sabe dónde va. Esta frase de uno de los máximos exponentes del estoicismo, Séneca, nos invita a poner el foco sobre nuestro destino antes que sobre el mejor camino.

Pero ¿cuál es nuestro destino?

Tras dos guerras mundiales hemos cimentado Occidente sobre una serie de valores que dan sentido a todo lo demás. Cuáles son las ideas aceptables y cuáles rechazamos. Cuáles son las políticas que adoptamos y cuáles evitamos.

El presidente ruso, Vladímir Putin, habla con el corresponsal de la televisión estatal en el Kremlin, Pável Zarubin, en su residencia a las afueras de Moscú.

El presidente ruso, Vladímir Putin, habla con el corresponsal de la televisión estatal en el Kremlin, Pável Zarubin, en su residencia a las afueras de Moscú. Mikhail Metzel Sputnik

Qué aliados fomentamos y cuáles simplemente toleramos. 

Occidente es más que un concepto geográfico. Es un concepto cultural que se asocia a estos valores que han evolucionado, pero que incluyen sin lugar a dudas la protección y promoción de los derechos humanos y los derechos individuales, entre los que destacan la libertad de expresión, la igualdad ante la ley y la protección contra la discriminación.

Occidente es democracia, justicia y Estado de derecho. Es donde todos los individuos están sujetos a la ley, que debe ser aplicada de manera justa e imparcial. Es pluralismo y tolerancia.

Es la aceptación de la diversidad cultural, religiosa y de pensamiento, donde se promueve la convivencia pacífica entre unos y otros.

Occidente es libertad individual, y es también solidaridad y bienestar social. Es responsabilidad de todos cuidar a los más vulnerables. 

Este concepto cultural echó el ancla de manera muy especial a ambas orillas del Océano Atlántico, como símbolo de un mundo bipolar donde a un lado estaba Occidente y al otro, lo demás. 

El mar de fondo actual nos lleva a pensar que ese atlantismo ha dado paso a un mundo multipolar donde la influencia de potencias como China y Rusia es más prominente.

Incluso leo con preocupación a quienes vaticinan el fin del atlantismo.

Pero una cosa es que asumamos que viene un vendaval y que hemos de cerrar las escotillas para recibirlo lo mejor preparados posible, y otra bien distinta es que pretendamos poner a la UE a caminar por la tabla hacia una muerte segura. 

El hipotético fin del atlantismo, entendido como la relación y la cooperación entre América del Norte (especialmente Estados Unidos) y Europa (particularmente a través de la OTAN y otras alianzas), puede tener diversas implicaciones en varios ámbitos.

Los cambios de corriente nos dejarían a la deriva, sin rumbo occidental, y ante armas para las que no estamos preparados. 

La primera de esas armas, el derecho de conquista por la fuerza, que quedaría consolidado con una Rusia en auge y que sentaría un precedente clave para nuevas disputas estratégicas.

Por ejemplo, ¿quién podría evitar que China invada Taiwan?

¿Y qué consecuencias tendría que la mayor potencia fabricante de chips cayera en manos chinas? 

"Una mayor fragmentación económica nos lleva también a fragmentaciones políticas y sociales que nos dejan un río revuelto por corrientes nacionalistas y populistas"

La falta de un liderazgo que defienda sin ambages los valores occidentales nos puede dejar sin rumbo. Y ese es el verdadero riesgo. El cuestionamiento de nuestra institucionalidad, la debilidad de nuestra alianza defensiva o el caos en los mercados generan vacíos de poder que son ocupados, incluso, por actores no estatales

Una mayor fragmentación económica nos lleva también a fragmentaciones políticas y sociales que nos dejan un río revuelto por corrientes nacionalistas y populistas. Un río difícilmente navegable si, además cuestionamos no ya el camino sino el propio destino.

Los marineros saben que nunca se deben ignorar las alarmas. Quien no hace nada, achica. Incluso aunque salten por error, siempre hay que activar los protocolos de emergencia.

Ciertamente, en los últimos tiempos han saltado las alarmas en la UE (competitividad, exceso de burocracia, dependencia estratégica en industrias clave como la defensa) y tenemos que recalcular nuestra ruta en muchos sentidos.

Pero siempre con el horizonte claro: Occidente. Y si sabemos adónde queremos ir, pecho sereno ante los golpes de mar.

*** Antonio López-Istúriz es eurodiputado del PP, miembro del comité de Asuntos Exteriores del Parlamento Europeo y ex secretario general del Partido Popular Europeo