Mapi León, en un partido con el FC Barcelona. Europa Press
Mapi León no toca vagina: que siga el juego
El Gobierno disputa el partido, pero también controla el VAR de lo que es o no censurable en función de sus intereses del momento.
Qué rápido ha aprendido Mapi León del Gobierno. Primero, junto a sus compañeras, se inventa un enemigo inexistente (el presunto machismo de los aficionados españoles al fútbol) porque el melodrama es la mayor fuente de ingresos del siglo XXI y cualquiera renuncia a su parte del pastel.
Luego imposta indignación por el beso de Luis Rubiales a Jenni Hermoso y presenta su candidatura al santoral de la neomoral progresista. "Las imágenes hablan por sí solas y no hay mucho más que añadir" escribe en un tuit.
Y luego, tras palparle (presuntamente) la entrepierna a una jugadora rival del RCD Espanyol mientras (supuestamente) le pregunta "¿tienes picha?", lo niega todo, dice que las imágenes no hablan por sí solas y se solidariza con la víctima por el acoso que está sufriendo en redes por parte de seguidores del FC Barcelona.
Esta señora, Mapi Leon, que indignadísima renunció a jugar con la selección española por el inaceptable el pico de Rubiales, es la misma que ahora le toca los genitales a una compañera de profesión del Español, en público, durante un partido: "¿Tienes picha?".
— María Jamardo (@MariaJamardoC) February 10, 2025
Pues como ella… pic.twitter.com/NyGgB2gyax
Lo de Mapi León, más allá de la cobardía que supone negar lo que todo el mundo ha visto con sus propios ojos (confirmado por el RCD Espanyol en su comunicado), tiene la virtud de cruzar con un solo gesto todas las líneas rojas de la izquierda: acoso sexual (el toqueteo en sí), racismo (Daniela Caracas es negra), xenofobia (es colombiana) y transfobia (¿y si tuviera picha cuál es el problema?).
Si nos ponemos, añadimos también un delito de odio y algo de clasismo, por aquello de que el FC Barcelona es el club privilegiado y el RDC Espanyol, el pobre.
Todo esto no lo digo yo. Lo que digo es que de todo eso se acusaría sin duda a Mapi León si hace dos semanas hubiera dicho que vota al PP.
Pero de este suceso en concreto no ha dicho nada el Gobierno. Tampoco se han escrito columnas atronadoras en la prensa sanchista. Ningún tertuliano ha mostrado su indignación en los platós de La 1. Ninguna de las locutoras estrella de la radio progresista ha dicho ni mú. Nadie ha alertado de lo envalentonada que está la ultraderecha y de la terrible amenaza que se cierne sobre nuestra democracia.
Cuando ocurre algo así, las redes suelen estallar con los comentarios de ciudadanos sorprendidos por el doble rasero del Gobierno.
En realidad, no hay ningún doble rasero. No seamos inocentes. El Gobierno y sus simpatizantes no se han creído jamás, más allá de cuatro inocentones, el sustrato moral de sus propias fatwas.
Esas fatwas son sólo una herramienta diseñada para condenar a la muerte civil a los enemigos en los casos en los que resulta imposible contar con la complicidad de los tribunales.
Es decir, en aquellos en los que no existe delito.
Así que, a falta de tipo penal, los sacerdotes de la neomoral progresista se inventan delitos extrajudiciales, los juzgan, los sentencian y aplican el castigo ellos mismos a placer y con la intensidad que se les antoje.
¿Un ejemplo de ello? El delito de odio. Un caso paradigmático de delito inexistente que ha logrado dar el salto desde las fantasías de la izquierda hasta el Código Penal. "Ojo con librepensar", dice ese delito. De esto ya escribió George Orwell.
Pero lo interesante, lo verdaderamente interesante, son los criterios por los que la izquierda moralista decide que alguien es uno de los suyos, y por lo tanto no merece ningún castigo, o que no lo es, y por lo tanto lo merece con creces.
A su vez, los que no son de los suyos se dividen en dos categorías.
1. Los agresores, que merecen ira y fuego.
2. Las víctimas de delitos reales, que merecen su desdén, su desprecio y su olvido. Pero también ira y fuego, si insisten en pedir justicia y se ponen pesadas. Como María Luisa Gutiérrez (y las víctimas de ETA) durante la gala de los Goya del pasado sábado.
Este último caso es también el de Daniela Caracas, la víctima "incómoda", y es el que me interesa en esta columna.
Porque la jugadora del RCD Espanyol no sólo no ha merecido la solidaridad, ni la empatía, ni la misericordia de aquellos que saltan como muelles ante el más mínimo asomo de ofensa imaginaria, sino que ha sido masacrada en las redes sociales.
Caracas se ha convertido así, como Isabel Díaz Ayuso, "el negro de Vox" o la "trans mala" Karla Sofía Gascón, en el pretexto para que "la España buena" dé rienda suelta a su machismo, su racismo, su xenofobia, su transfobia y su clasismo sin miedo al reproche social.
El privilegio del Gobierno no está tanto en determinar quién es y quién no un agresor, sino en quién es víctima y quién se ha tirado en el área. El privilegio es jugar el partido, pero controlar el VAR al mismo tiempo.
Así que ¿Daniela Caracas, una víctima? Nada, hombre, nada. Piscinazo.
Que dé gracias por no haber sido expulsada. Por negra, por mujer, por sudamericana, por jugar en un club pobre y por osar interceptar con su vagina la mano de una jugadora del FC Barcelona.