Tumba de José Antonio Primo de Rivera en la basílica del Valle de los Caídos.

Tumba de José Antonio Primo de Rivera en la basílica del Valle de los Caídos.

LA TRIBUNA

Memoria democrática y amnesia histórica

El Gobierno no ignora que la memoria es frágil, y por eso acude a la guía correctora del “consenso democrático” para acordar el olvido selectivo.

7 diciembre, 2022 02:26

"La gran ausente en la Ley de Memoria Democrática es la Historia, con sus dolorosas lecciones de realidad".

Lo decía Pierre Nora, maestro de historiadores: la memoria está en evolución permanente. La memoria es vulnerable a las manipulaciones, a la reconstrucción parcial, al conflicto con el presente que prefiere retocar los hechos con el paso de los años. La memoria es el ahora, y está abierta a la dialéctica entre el recuerdo y la amnesia. La memoria se nutre de recuerdos borrosos, y es sensible a las censuras y las deformaciones del presente.

El expresidente de la II República española, Manuel Azaña.

El expresidente de la II República española, Manuel Azaña.

Sorprende, por tanto, la contradicción entre el espíritu regulador la Ley de Memoria Democrática y la naturaleza mudable de la memoria. El espíritu de esta ley, plasmado en el preámbulo, es un ejemplo perfecto de la construcción parcial de la memoria.

La redacción parece olvidar, por una parte, que la Guerra de España fue una lucha fratricida, brutal, entre españoles. Que los excesos criminales se cometieron por parte de ambos bandos. Y que no se puede blanquear las acciones criminales de ninguno de ellos. Sería injusto recordar tan solo las víctimas de Guernica mientras se olvidan las ejecuciones de Paracuellos.

Por otra parte, la Ley ignora que las leyes de reparación de las víctimas comenzaron ya en los primeros años de la Transición. Desde pensiones para las familias o reconocimientos a las fuerzas de seguridad republicanas, hasta de restitución de los bienes incautados a partidos políticos y sindicatos. Lo cierto es que, a veces, la memoria puede ser traicionera.

Estas lagunas en el recuerdo de la Ley de Memoria Democrática se podrían explicar, quizás, destacando la importancia correctora del adjetivo, “democrática”. Nuestro Gobierno no ignora que la memoria es frágil e inconstante, y prefiere acudir a la guía correctora del “consenso democrático”. Mientras todos estemos de acuerdo en este olvido selectivo, se puede cerrar el negocio con nuestro pasado reciente.

"Mientras que el futuro siempre es una incógnita, el pasado se puede corregir con facilidad desde el presente"

La circunstancia recuerda al conocido chiste soviético, según el cual los historiadores de la URSS sentían más preocupación por el futuro que por el pasado: mientras que el futuro siempre es una incógnita, el pasado se puede corregir con facilidad desde el presente.

En este sentido, la gran ausente en la Ley de Memoria Democrática es la Historia, con sus dolorosas lecciones de realidad. Quizás la lección más amarga de nuestra historia reciente es la que Manuel Azaña proclamó poco antes de partir al exilio. En un discurso que podría ser su testamento político, el presidente de la República defendió la obligación moral de trasmitir a las generaciones futuras el recuerdo de la guerra, para evitar repetir los mismos errores.

Para Azaña, la historia es la “musa del escarmiento”, que nos recuerda el mensaje de los caídos en la guerra, que “abrigados en la tierra materna ya no tienen odio” y piden “paz, piedad y perdón”. Este espíritu de reconciliación inspiró a las generaciones que, durante la Transición a la democracia, buscaron una salida honrosa al trance amargo del franquismo. Recordar nuestra Historia es un deber moral, ahora que la política y la ideología deciden cuál es el sentido correcto de la memoria.

*** Santiago de Navascués es profesor de Historia en la Universidad Internacional de La Rioja.

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