Diccionario de la RAE.

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LA TRIBUNA

Manifiesto contra las tildes

Más vale convivir con la errada ortografía de las tildes y dejar de corregirlas para concentrarse en otros asuntos más provechosos como el estilo o la elegancia de las frases.

8 junio, 2022 02:26

La ortografía inglesa no exige tildes. ¡Qué respiro! Y nadie la reivindica a pesar de que vendría muy bien para la pronunciación correcta de las palabras polisílabas. El resto de la relación entre escritura y pronunciación es tan irregular como grotesca, pero no toca hablar de eso. Es conocida la generosidad de los anglohablantes para la aceptación de todo tipo de articulaciones como compensación a la indómita escritura.

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Muchos lectores se van a sorprender si les digo que la lengua francesa tampoco utiliza tildes para la localización de la sílaba pronunciada con mayor intensidad. No las necesita. Las palabras francesas son agudas, de manera que no hace falta localizar el acento porque siempre va en la última sílaba.

No hay palabras graves ni esdrújulas, pero sí un lío para saber que table se escribe con dos sílabas, pero solo se pronuncia una, que incluye también, y en el mismo golpe de voz, la mitad de la segunda. ¡Hay que fastidiarse! No podían suprimir la E para que se entendiera mejor lo que hay que pronunciar.

Pero vamos a las tildes. Las palabras francesas van cargaditas de tildes. ¿Qué pasa? Pues que no señalan la intensidad de la sílaba, sino la apertura de la vocal.

Eso los españoles no lo entendemos porque nuestras cinco vocales se pronuncian con un timbre nítido y diáfano que las identifica con claridad y no tenemos por costumbre distinguir los cuatro tipos de E francesa y las correspondientes tildes que la acompañan: é, è, ê y e-muda. ¡Menuda lógica! Y si es muda ¿para qué la escriben?

"Las normas de colocación de tildes de la ortografía de la lengua española son bastante simples. Basta conocer las tres reglas que identifican la posición del acento para la correcta pronunciación"

Las palabras rusas van con su acento agudo, grave o esdrújulo en la pronunciación, pero no en la escritura, porque no usa tildes. Así que, aunque sepamos leerlo, no sabemos dónde colocar la mayor intensidad de la sílaba.

Los rusohablantes no se sienten incómodos por esa menudencia porque las palabras, tan familiares, se les pegan como lapas en el entendimiento y no yerran en la pronunciación a pesar de que si alguien lee alocadamente puede cambiar el significado.

La palabra con acento grave замок [zá-mak] significa castillo y con acento agudo, замок [za-mók], cerradura, así que solo el contexto puede ayudar a pronunciarlas.

¿Y eso es un inconveniente? Para ellos no. Dicho de otro modo, se puede prescindir de las tildes. No nos iremos de aquí sin señalar que otra lengua eslava, el polaco, acostumbra a poner tildes hasta en las consonantes.

Las normas de colocación de tildes de la ortografía de la lengua española son, para muchos eruditos presumidos, bastante simples. Los muy sesudos añadirían que son también lógicas. Basta conocer las tres reglas que identifican la posición del acento para la correcta pronunciación.

Hasta ahí, irreprochable, y parece como si hubiéramos terminado.

Pero ahora vienen las vocales que forman triptongo, diptongo o nada, y ahí se vuelve loco el más versado. Mucho mejor recordar la palabra con su tilde. Y todavía mejor, podrían decir los más huraños, suprimir todas como en ruso.

Y ahora vienen las tildes diacríticas, que no son muchas, pero suficientes para amargar la escritura. La mayoría de los españoles no tildan la forma sé del verbo saber ni la forma dé del verbo dar. ¿Debían las tildes servir para facilitar la escritura o para ponerle trabas?

Todo cambia. El modo de vestir se acomoda a lo sencillo, a lo cómodo. Por eso se ve a tanta gente en chándal, incluso con pantalones caídos, moda en decadencia, o artificialmente rotos a la altura de la rodilla, moda en auge.

El comportamiento social se acomoda sin que nadie pueda controlarlo. El ocio se modifica en cada generación. El modo de hablar está en burbujeo permanente. A la gente que le gustaría que la cortesía se mantuviera en el usted, se le chafa su deseo porque el tuteo se extiende como la espuma sin que nadie pueda evitarlo.

¿Y qué decimos de la ortografía? Que, sin embargo, es inviolable, sagrada. No admite cambios. ¿Por qué no se puede modificar? Bueno sería que psicólogos, sociólogos e incluso psiquiatras y antropólogos estudiaran con esmero por qué las normas ortográficas no se pueden actualizar.

"La gente identifica la palabra con la realidad, y le parece que su diseño es inviolable. Los franceses tienen una ortografía endiablada, pero que nadie se atreva a tocarla"

La Academia, generosa con la aceptación de nuevas palabras o por lo menos acogedora para reconocer su existencia, tiene que rectificar en cuanto se le ocurre hacer una modificación ortográfica, incluso modesta. Hace tiempo que recomienda que no se use en "solo" la tilde diacrítica porque casi nunca induce a error interpretativo.

Pero no suelen gustar los cambios. Preferimos adornar la palabra, llenarla de signos que la vistan de gala. Sicología no, mejor psicología. Setiembre tampoco, mejor septiembre, aunque en ambos casos la P sea más inútil que la G de gnomo.

Y eso no es una cuestión de la lengua española, sino de todas. La identificación del hablante con la escritura es una simbiosis inviolable. Nadie se queja de las normas, ni los rusos por la carencia, ni los polacos por la abundancia, ni los españoles por la insurgencia.

La gente identifica la palabra con la realidad, y le parece que su diseño es inviolable. Los franceses tienen una ortografía endiablada, pero que nadie se atreva a tocarla porque montan una manifestación de chalecos amarillos que desborda los Campos Elíseos.

Nosotros no nos hemos manifestado cuando la Academia suprimió la tilde de "solo". Pero a muchos les pareció de bobos que sigan usándola los castizos. Y porque ya no recordamos cuando la LL y la CH dejaron de ser letras con su entrada en los diccionarios y pasaron a tener valor independiente para igualarnos a la alfabetización de las lenguas europeas y evitar que el apellido Llorente apareciera en la lista de la letra LL y no en la L.

El hecho es que los profesores se pasan horas y horas corrigiendo las tildes de los estudiantes díscolos, cada vez más numerosos. Más vale convivir con la errada ortografía de las tildes y recomendar a los docentes que dejen de corregirlas.

Mejor concentrarse en otros asuntos como el estilo, la propiedad, la belleza o la elegancia de las palabras y las frases, asuntos mucho más provechosos y útiles.

*** Rafael del Moral es sociolingüista y autor del Diccionario Espasa de las lenguas del mundoBreve historia de las lenguasHistoria de las lenguas hispánicas Las batallas de la eñe.

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