Vista panorámica de un barrio de Tokio.

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LA TRIBUNA

En busca de la libertad

Restringir la libertad sólo conduce a la involución y el decrecimiento. Precisamente, el objetivo que pretenden los enemigos del progreso, que son también los enemigos de la libertad.

21 abril, 2022 04:08

Steven Pinker, el famoso psicólogo de la Universidad de Harvard, ha explicado cómo el ser humano tiene un sesgo hacia las noticias negativas. De algún modo, estamos programados para dejarnos impactar y para prestar especial atención a cualquier noticia catastrofista. Los políticos, los grupos de presión o los medios de comunicación lo saben y lo explotan a su favor, lo que deja el terreno abonado para que germinen las exégesis del apocalipsis, que siempre conducen a pérdidas de libertad individual. Apocalipsis, por cierto, que nunca llega, a pesar de que lleva pronosticándose más de doscientos años.

Portada del libro En busca de la libertad, de Manuel Fernández Ordóñez.

Portada del libro En busca de la libertad, de Manuel Fernández Ordóñez.

En 1798, un reverendo inglés (Thomas Robert Malthus) publicó un ensayo en el que sentó las bases de los discursos que seguimos escuchando hoy. Malthus explicaba que la población de seres humanos crece de manera geométrica, mientras que los recursos (por ejemplo, las cosechas) crecen de manera lineal. Por tanto, la población crece mucho más rápido que los recursos disponibles y llegará un momento donde no haya recursos para todos. Esto traerá consigo conflictos de magnitudes épicas, guerras, migraciones y muertes masivas por inanición.

En definitiva, Malthus postuló en el siglo XVIII que el propio ser humano es insostenible y que deberían implantarse políticas de control poblacional para limitar nuestro crecimiento. 

Probablemente, pocas personas en la historia han estado tan radicalmente equivocadas como Malthus. Y, sin embargo, los ecos de su discurso sobrevivieron durante siglos para rebrotar con inusitada fuerza en la segunda mitad del siglo XX. En la actualidad, las ideas de que el ser humano es una suerte de virus para el planeta y la de que la población humana debe ser controlada se encuentran en la base argumental de la mayoría de los colectivos ecologistas y otros grupos de presión.

Pero se equivocan.

"Los discursos apocalípticos no se sostienen en el imaginario colectivo sobre ningún dato empírico, sino sólo gracias al bombardeo continuo de los medios de comunicación y de los discursos políticos"

Jamás hubo tantos millones de seres humanos sobre el planeta como en la actualidad. Y, sin embargo, la población mundial nunca ha disfrutado de mejores condiciones de vida. Cualquier indicador que podamos medir es mejor ahora que en el pasado: esperanza de vida, mortalidad infantil, enfermedades erradicadas, personas con acceso a agua potable, personas con acceso a electricidad, tasas de escolarización, trabajo infantil, esclavitud, desnutrición, hambrunas o pobreza extrema, entre muchos otros.

Los discursos apocalípticos, por tanto, no se sostienen en el imaginario colectivo sobre ningún dato empírico, sino únicamente gracias al bombardeo continuo de los medios de comunicación y de los discursos políticos.

Malthus se equivocó porque no fue capaz de comprender las implicaciones que la Revolución Industrial traía consigo. El dominio de nuevas fuentes energéticas, los desarrollos tecnológicos, la inversión en capital y la división del trabajo multiplicaron las capacidades humanas hasta límites siquiera imaginables hasta entonces.

El ser humano desarrolló formas mucho más eficientes de utilizar los recursos naturales, formas mucho más competitivas de fabricar bienes de consumo y formas mucho más rápidas de transportarse.

El comercio floreció y las condiciones de vida de las personas mejoraron, la mortalidad infantil disminuyó, la esperanza de vida aumentó, y los niños dejaron de trabajar y empezaron a ir a las escuelas. Una espiral imparable de progreso que ya no se detendría.

"Se obvia lo más importante, la clave de la explosión de progreso sobre la que han crecido los países más desarrollados del mundo: la libertad"

Pareciera, sin embargo, que la Revolución Industrial surgió de manera espontánea, casi mágica, por algún tipo de alineamiento astral en la Inglaterra del siglo XVIII. Se obvia lo más importante, la clave de la explosión de progreso sobre la que han crecido los países más desarrollados del mundo: la libertad. 

La Revolución Industrial fue la consecuencia natural del clima institucional de respeto a la propiedad privada que se fue desarrollando en la Inglaterra medieval. Porque el respeto a la propiedad y el derecho a disfrutar del fruto de tu trabajo son lo que crea los incentivos necesarios para que la iniciativa empresarial florezca, las inversiones se multipliquen y la división del trabajo reduzca los costes de producción. 

Esto hace que se requiera mucha más mano de obra en sectores antes inexistentes, que la población abandone la economía de subsistencia de la agricultura para trabajar en las incipientes industrias, y que los precios de los productos bajen, haciendo asequibles a la población bienes de consumo antes destinados únicamente a la aristocracia y la burguesía más pudiente. 

La industrialización favorece los excedentes de producción, que, a su vez, generan una ola de comercio (local primero e internacional después). El comercio, consecuentemente, ocasiona que los países comiencen a abandonar las economías autárquicas y se especialicen en la producción de aquellos bienes sobre los que tienen una ventaja competitiva, acelerando el proceso de división del trabajo y el aumento de la productividad.

El progreso, en definitiva, comienza de manera clara, rotunda e inequívoca con la libertad, y comporta un uso cada vez más intensivo de las fuentes energéticas.     

El libro que acabo de publicar, En busca de la libertad: el planeta en peligro es, precisamente, una defensa de las instituciones de la libertad, del mercado y del capitalismo como único sistema económico capaz de asegurar el progreso de la humanidad, y de minimizar el impacto sobre los recursos naturales y el medioambiente.

La negociación voluntaria entre personas libres es la forma más eficiente de resolver la mayoría de los conflictos medioambientales que estamos viviendo. La deforestación, los usos del agua, el esquilmado de los recursos pesqueros, los incendios, la extinción de especies o la gestión de los bosques son algunos ejemplos que no habrían podido ser resueltos desde la intervención planificadora de los Estados.

Pero sí han sido resueltos, de manera contundente y satisfactoria, utilizando los instrumentos del mercado.

En busca de la libertad aborda cómo la libertad es la condición fundamental del ser humano. Un derecho natural del que surgen de manera espontánea las iniciativas necesarias para el desarrollo, el progreso y el aumento de la calidad de vida. No olvidemos que la pobreza no tiene causas. La pobreza y la miseria fueron el sino de la humanidad durante milenios. 

Cuando Adam Smith escribió su famoso ensayo lo tituló Sobre las causas de la riqueza de las naciones porque la riqueza tiene causas, al contrario que la pobreza. Restringir la libertad de los seres humanos únicamente conduce a la involución y el decrecimiento. Precisamente, el objetivo que pretenden los enemigos del progreso, que son también los enemigos de la libertad.

*** Manuel Fernández Ordóñez es doctor en Física Nuclear y profesor en el máster Environmental Economics de la Universidad Francisco Marroquín de Guatemala. Es autor del libro El busca de la libertad, que acaba de ser publicado por Gaveta Ediciones.

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