Vladimir Putin y Xi Jinping en una imagen de archivo.

Vladimir Putin y Xi Jinping en una imagen de archivo. Reuters

LA TRIBUNA

Los enemigos del mundo libre

Es cierto que la guerra en Ucrania representa la lucha entre el mundo democrático y la autocracia antiliberal, pero Europa no puede buscar fuera los culpables de su propia decadencia.

27 marzo, 2022 03:36

"Buscas en Roma a Roma, ¡oh peregrino!, y en Roma misma a Roma no la hallas…". Así cantaba Francisco de Quevedo a las ruinas de la civilización perdida. La querencia del peregrino estaba condenada a verse frustrada, porque Roma ya no estaba allí. La Ciudad Eterna había resultado no ser tal, sino temporal, transitoria. Las luces de aquella edad se habían apagado para siempre.

Trump, durante su discurso en el Foro de Davos.

Trump, durante su discurso en el Foro de Davos. Reuters

Cuando los historiadores estudiaron las causas del apagón, dieron en culpar a los bárbaros. Sin embargo, lo cierto es que las luces de Roma se habían fundido solas, nadie le había dado al interruptor desde fuera. 

La comunidad académica de historiadores tardó siglos en reconocer a los romanos como culpables de la decadencia y caída de su civilización. Existía entre los romanos, eso sí, un miedo a los bárbaros. Pero cuando estos llegaron a Roma, la casa en la colina, hallaron que la casa estaba derruida y lista para ser ocupada. Y de su estado lamentable era responsable la corrupción del mundo romano: la atrofia de lo que podríamos llamar el músculo moral que le dio forma, así como una degradación generalizada que iba más allá del ámbito moral para afectar a lo cultural, lo social, lo político y lo económico. 

En nuestros días sucede algo similar. Como aquellos romanos, los ciudadanos de Occidente, el "mundo libre", ven también amenazada su civilización, y también como aquellos romanos tienden a mirar afuera para identificar las amenazas y los enemigos. La cultura woke, además, narcisista, autoindulgente, victimista y falta de autocrítica, ha reforzado esta tendencia a buscar el culpable fuera de nuestra persona, fuera de nuestra tribu o fuera de nuestra civilización. 

Digo civilización, pero este término tiene en la actualidad un alcance más limitado que el que tuvo en Roma. Para ser más precisos, los occidentales de hoy no temen tanto la pérdida de su civilización como la de su sistema político, la "democracia liberal".

El concepto "civilización", vaciado de contenido histórico o cultural, no remite ya a religión ni tradición compartida alguna, y ha sido purgado de cualquier rasgo de identidad que pudiera resultar insultantemente logocéntrico u ofensivo para alguna de las comunidades y sensibilidades que habitan el diverso Occidente. Por eso en adelante sustituiré la expresión "civilización occidental" por su sinécdoque "democracia liberal", más apropiada para el caso.

"Aunque resulte reduccionista, y aunque se emplee como herramienta de manipulación, la vinculación entre Occidente y democracia liberal tiene sentido"

La democracia liberal vendría a ser ese mínimo común denominador del mundo libre. De ahí que los medios que construyen el pensamiento hegemónico trasladen el mensaje de que todo enfrentamiento entre Occidente y el resto del mundo puede traducirse como una lucha entre Democracia y Autocracia. 

Aunque resulte reduccionista, y aunque se emplee como herramienta de manipulación, la vinculación entre Occidente y democracia liberal tiene sentido. 

Recuerdo un comentario de Joseph Campbell recogido en El poder del mito. En un episodio en que los caballeros de la Mesa Redonda están a punto de entrar en la Selva Oscura en busca del Grial, el narrador comenta: "Pensaron que sería infamante entrar en grupo. Así que cada uno entró a la selva por un punto separado de su elección". Para el ilustre autor de El héroe de las mil caras, este apunte expresa "la gran verdad occidental: el énfasis en el carácter único de la vida individual", en contraste con el Oriente y todas las sociedades tradicionalistas, "donde el individuo sale de un molde común".

Vale entonces decir que lo que vemos hoy en peligro son las libertades y derechos individuales protegidos por el modelo político denominado democracia liberal. Y como era de prever, adiestrados como estamos para buscar el enemigo fuera, la culpa se la adjudicamos a los bárbaros. Es decir, a los distintos ejes del mal que se van sucediendo en el tiempo, llámense Irak, Libia o Corea del Norte.

En el presente, el eje del mal está localizado en Rusia, y en menor medida en China (esa medida "menor" se debe a que el impulso de culpar a China suele verse reprimido por el hecho incontestable y redentor de que este país es el principalísimo tenedor de la deuda estadounidense).

Ahora bien, ¿son esos bárbaros los culpables del deterioro de las democracias de Occidente? 

Pongamos que aceptamos su maldad. Aceptemos que Rusia tiene una historia, una geografía, un líder, etcétera, que ha generado una democracia todavía imperfecta, "autoritaria", y que China es un país empachado de confucianismo donde la servidumbre voluntaria es endémica y característica.

De esta aseveración podríamos concluir, a lo sumo, que ambos países son lugares donde probablemente no nos sentiríamos nada cómodos los ciudadanos que vivimos en democracias plenas (o deficientes, como es ya nuestro caso), pero de ningún modo se puede concluir que esos países son los responsables de nuestras adversidades.

Que cada palo aguante su vela. No es la tiranía rusa o venezolana o china lo que a lo largo de esta última década ha socavado los cimientos democráticos de nuestras sociedades, sino la gestión que los gobiernos de Occidente han hecho de la crisis financiera de 2008 y de la crisis sanitaria de 2020. Las autocracias sólo pueden poner en peligro a las democracias por contagio, si estas las emulan. 

A pesar de ello, el mainstream insiste en que el mundo libre está en peligro por culpa de los bárbaros. Se da incluso esta coincidencia. Los políticos y periodistas más dispuestos a levantar el índice acusador hacia la Tiranía que descubren más allá de sus fronteras son los mismos que durante estos últimos años han asumido con menos dudas y hasta promovido con más entusiasmo (incluso censurando a los renuentes) las políticas más liberticidas y los mayores atropellos al Estado de derecho del que presumía Occidente.

Conviene hacer abstracción de todo ese ruido mediático para ver las cosas con objetividad. Si nos impermeabilizamos ante ese chaparrón de mensajes coincidentes emitidos desde medios que tienen los mismos propietarios y los mismos intereses, podremos descubrir que el enemigo está en casa

Los bárbaros no son culpables de la infame solución (austeridad y socialización de pérdidas) que se dio al descalabro bancario, golpe durísimo a las clases populares y medias que abrió una profunda brecha entre el pueblo y una élite cada vez más poderosa y concentrada. Ni tampoco tienen la culpa de que la gestión de la pandemia, sospechosamente torpe, haya hecho crecer esa brecha de manera brutal.

Los bárbaros no son culpables de la caída de la tasa de natalidad y del aumento de suicidios entre los jóvenes, verdadera pandemia que quintuplica las muertes por Covid.

"De nada de esto son culpables los bárbaros. Todas estas corrupciones de la democracia liberal, y muchas otras, se están produciendo en el llamado 'mundo libre' sin su concurso"

No podemos culpar a los bárbaros de la imparable degradación de los sistemas educativos, tan inexplicable que parece un objetivo perseguido. Ni de la progresiva e inquietante equiparación del ser humano con las máquinas, una vez eliminado de aquel cualquier rastro de sacralidad.

Tampoco los podemos culpar del proceso de liquidación de espacios de libertad en nuestras sociedades, de la normalización de la mentira en el discurso político, de la venalidad y parcialidad de los medios, de la pérdida de fiabilidad de las instituciones, de los ataques a la división de poderes, de la manipulación populista de nuestros sentimientos o de la buena salud de que goza el dogmatismo agresivo ideológico.

De la cultura de la cancelación, de la estigmatización del disidente y de la censura recuperada (tanto por los medios públicos y privados como por las grandes plataformas de interacción social) y hasta incentivada (con delatores en las ventanas y un Torquemada en cada foro), no son culpables los bárbaros.

Ni de la reclusión ilegal en ese "encierro aborregado" que tan bien describió Peter Sloterdijk. De la ruina de centenares de miles de familias provocada por unas medidas anti-Covid arbitrarias y contraproducentes. Del daño a la salud física y mental ocasionado por el uso universal de mascarillas inútiles. De la inoculación indiscriminada y forzosa a personas sanas de productos insuficientemente testados y con una larga lista de graves efectos secundarios. De la inminente implementación de un sistema de control y crédito social. 

De nada de esto son culpables los bárbaros. Todas estas corrupciones de la democracia liberal, y muchas otras, se están produciendo en el llamado "mundo libre" sin su concurso.

Así que hemos de dar la razón a los políticos y periodistas que nos advierten de que nos hallamos inmersos en una guerra entre la Autocracia y la Democracia. De eso no cabe duda. Pero si en verdad queremos hallar los culpables, y revertir esta situación, hemos de dirigir la mirada hacia el interior, no hacia quienes nos señalan. Culpar a los bárbaros de poner en peligro nuestra democracia liberal es correr una estúpida cortina de humo.

Buscamos a Occidente en Occidente, y en Occidente mismo a Occidente no lo hallamos. Los enemigos del mundo libre no están más allá del limes. Están en París, en Roma, en Ottawa, en Bruselas, en Davos. En el interior de la casa en la colina. Como en la Antigua Roma, el enemigo está en nuestra casa. 

*** Pedro Gómez Carrizo es editor.

Virginia Pérez, presidenta del PP de Sevilla.

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