Barcesicko, en otra ronda de disturbios.

Barcesicko, en otra ronda de disturbios.

LA TRIBUNA

De San Fransicko a Barcesicko: por qué los progres arruinan las ciudades

Para Shellenberger, San Francisco ha perdido de tal modo la cabeza que ya sólo le cabe San Fransicko como nombre. Tan sicko como puede estar ya Barcelona, que es doblemente sicko: al delirio progre se le añade el independentista.

22 diciembre, 2021 06:06

El último puente de la Purísima Constitución fue la demostración. Los turistas prefirieron Madrid por goleada. Y yo lo comprendo. Los políticos pijoprogres del consistorio barcelonés están dejando una ciudad que es mejor pasar de largo. A sus ascos consuetudinarios con todo tipo de turismo (los ricos por ser ricos y los de alpargata por ser de alpargata) se le une un modo de entender la gestión que está ya para una serie de los bajos fondos. No me extraña que el turista sensato haya preferido Madrid. Más de la mitad de barceloneses preferirían estar en Madrid si se les preguntase.

Barcelona es la ciudad del disseny y, por desgracia, de esos progres que digo. Y a los barceloneses menos enrollados, que habían más o menos sobrevivido a la quema de contenedores, los apedreamientos a la policía o la destrucción de los escaparates (actividades clásicas en los talleres y actividades del procés), ahora les llegan los efectos de la lluvia ácida de un nacional-progresismo que ha alcanzado su excelsitud en este gobierno de comunes y socialistas.

No es la única alcaldía que ha irradiado su letal visión del mundo a las políticas municipales. Hay otros ejemplos de los que, lamentablemente, quizá sea tarde para aprender. Ha sucedido en Seattle, en Los Ángeles o en San Francisco como nos cuenta el periodista Michael Shellenberger (conocido en España por ser el autor del excelente No hay apocalipsis. Verdades y mentiras del activismo medioambiental) en su último libro San Fransicko. Why Progressives Ruin Cities.

En estas ciudades americanas, las élites políticas de los barrios altos han promovido durante años esa idea de que con diálogo y tolerancia se arregla todo, y de que ni la policía ni la aplicación de la ley pueden prevenir los delitos. Con el agravante de que es la misma filosofía del actual Gobierno de la nación. En 2020, la entonces candidata a la vicepresidencia Kamala Harris tuiteó: “Estados Unidos ha confundido tener comunidades seguras con tener más policías en la calle. Es hora de cambiar eso”.

"La inseguridad y algunas escenas de degradación que los vecinos desearían ahorrarse hacen que el visitante diga que nunca más"

Hay tantas similitudes con el espíritu Colau que cualquier barcelonés realmente preocupado por la seguridad y el progreso de su ciudad debería darle un vistazo. No porque el nivel de los sintecho (tema central del libro) tenga comparación, pero sí para aprender de un San Francisco que enfermó de ideología, se alejó de la realidad y que ahora se encuentra en un estado de degradación sin precedentes.

Convencida de la infalibilidad de sus propuestas, su alcaldía de izquierdas no sólo no logró cumplir sus promesas de mayor protección, limpieza y prosperidad, sino que condujo a la ciudad al caos más absoluto. Para Shellenberger, San Francisco ha perdido de tal modo la cabeza que ya sólo le cabe San Fransicko como nombre. Tan sicko como puede estar ya Barcelona, que es doblemente sicko: al delirio progre se le añade el independentista. Y ya sabemos que ambos delirios tienen un penchant irresistible para hacer lo que les da la gana.

Sí. La impunidad en estos años del procés con la violencia con pretexto “antifascista”, sea este la “derecha” (siempre ultra) o los “españolistas” (también), ha hecho caer la careta: ya la practican sin excusas. Acciones vandálicas y de pillaje o botellones incontrolados han convertido Barcelona en más peligrosa y más sucia (dan pena algunas playas la mañana siguiente del botellón). No es agradable andar por la noche por las inmediaciones del Macba, de la Boquería o del Arc de Triomf.

La inseguridad y algunas escenas de degradación que los vecinos desearían ahorrarse hacen que el visitante local o foráneo diga que nunca más. Y como han proliferado en las redes sociales las imágenes de peleas multitudinarias, que en ocasiones han acabado con disparos y con heridos por arma blanca, y de robos a turistas, algunos países como Francia, Suiza o Estados Unidos han advertido a sus ciudadanos de su inseguridad.

"El cultivo insensato del antiturismo recuerda el viejo caveat sobre el peligro de ciertos deseos, pues pueden cumplirse"

Para quien quiera venir a vivir, también disfruta la ciudad de un aumento de la okupación (Colau lideraba una plataforma antidesahucio) que cuadruplica la de Madrid. A todo esto, añádanle un tráfico terrible, con un urbanismo táctico sin sentido, auténtico galimatías de señales, rayas y pintura de colores. No, no fue Barcelona la favorita del puente. Que no se sorprendan los responsables: el cultivo insensato del antiturismo recuerda el viejo caveat sobre el peligro de ciertos deseos, pues pueden cumplirse.

El activismo adolescente y la cobardía moral destruyen el sentido común y, al final, la propia seguridad pública. En las páginas de San Fransicko hay reality bites tan obvios como que la mayoría de las personas que cometen delitos sólo lo hacen porque creen que “se saldrán con la suya”. La disuasión, que significa ahuyentar, dice Shellenberger, funciona. “Debe haber consecuencias por violar la ley o más personas violarán la ley”.

Pero Ada Colau sólo piensa en desalojar la Jefatura Superior de Policía de Barcelona, en la céntrica Vía Layetana, para hacerse un auto homenaje con una especie de museo de la memoria histórica “contra la represión”. Pues nada, pongámonos en modo sicko, que va para largo.

*** Teresa Giménez Barbat es escritora y exeurodiputada.

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