Esperanza Aguirre, expresidenta de la Comunidad de Madrid.

Esperanza Aguirre, expresidenta de la Comunidad de Madrid.

LA TRIBUNA

En misa y repicando

Las clases medias son más propensas a asistir a misa, pero también es entre sus filas donde surgen la mayoría de los agnósticos, de los ateos y de los adeptos a las religiones minoritarias.

15 septiembre, 2021 02:11

Esperanza Aguirre, vecina del madrileño barrio de Malasaña, ha empezado a ir a misa, donde se la encuentra ahora un amigo, que llevaba décadas sin verla por allí. ¿Qué ha sucedido para que Aguirre sienta la necesidad de darse a la liturgia católica local, en una iglesia mantenida al parecer con pastizales opusinos?

Pudiera ser que la vereda de los años insufle la necesidad de encontrarse con el Altísimo, o tal vez sea la presión de la derechona (Paco Umbral, morituri te salutant) para endiñar la religión católica en la vida pública, como un sinequanon de esos españoles de bien que siempre son los otros, nunca los unos.

La relación entre la clase social y la religión no es sencilla de divisar ni de analizar. Las clases medias son más propensas a asistir a misa que el resto de las clases sociales, pero paralelamente es entre sus filas donde surgen la mayoría de los agnósticos/ateos y de los adeptos a las religiones minoritarias, tanto las retoñadas de las grandes denominaciones eclesiásticas (opus, adventismo, rosacruz, mormonismo, teosofía), como las sectas, desde las clásicas negativas pararreligiosas (ocultismo, satanismo, iluminados, martinismo), hasta las positivas milenaristas (meditación, yoga, tantra, zen) y los guetos personalistas que practican el lavado de cerebro y la captación engañosa de miembros (cienciología, dianética, edelweiss). 

Es dentro de las grandes iglesias tradicionales (católica, protestante, judía, budista, taoísta, ortodoxa cristiana, hindú, musulmana) donde se produce en sus países respectivos la asistencia a misa por imperativo social, para mantener las apariencias con fines familiares, laborales, políticos. La presión de los grupos locales obliga a cientos de miles de personas a dejarse ver en la iglesia correspondiente sin identificarse con la religión de turno, ni con sus ritos.

Paradójicamente, hay una menor asistencia a misa entre las clases trabajadoras, generalmente más creyentes que las clases medias

El pensamiento grupal, o groupthink, que Doris Lessing quiso desmontar en la década de los 90 con su libro Las cárceles que elegimos explica la relación, invisible para muchos, entre el clasismo y las religiones oficiales. Lo peligroso de pertenecer a un grupo cualquiera, decía Lessing, no es la inclusión en sí, sino el desconocimiento de las leyes sociales que gobiernan a los grupos y a sus integrantes.

La escritora británica metía el dedo en la víscera del asunto al señalar que los seres humanos vivimos y morimos atrapados en grupos familiares, sociales, religiosos y políticos, con frecuencia entremezclados. El género humano soporta mal la soledad, o el hecho de que el entorno circundante pueda catalogar a alguien como un ser solitario, aseguraba Lessing, así que buena parte de las personas pasan toda su existencia buscando tribus a las que pertenecer.

Pero en el instante en que nos integramos en un grupo, buscamos la aceptación de sus miembros, y nos avenimos a cambiar de mentalidad o de conducta con tal de obtener esa aceptación. Cualquier cosa con tal de no ser un friki solitario.

Dado que la coacción grupal es un factor relevante en la relación entre el clasismo y la religión, el asunto es tan complejo como el del análisis de los sondeos de intención de voto, dados los porcentajes variables de mentiras basadas precisamente en la presión social del entorno. Por eso se producen paradojas como la de una menor asistencia a misa entre las clases trabajadoras, generalmente más creyentes que las clases medias (y también más manipulables por las denominaciones religiosas como el cristianismo evangélico o los testigos de Jehová).

Ahora que los partidos de derechas han recuperado la politización religiosa, Aguirre ha empezado a ir a misa

Una encuesta gubernamental británica de 2015 halló que el 62% de los feligreses regulares de alguna iglesia eran de clase media, mientras que el 38% pertenecían a la clase trabajadora. La misma encuesta detectaba que entre los hombres casados de clase trabajadora había el doble de individuos que no habían ido a misa nunca en toda su vida, en comparación con los hombres de clase media que tampoco lo habían hecho nunca (un 17% frente a un 9%).

Según el Barómetro del CIS de 2019, la población española se comporta de modo parecido, pues la clase media tradicional (24%) y la clase media alta (15%) mantienen una asistencia regular a misa, mientras que la regularidad litúrgica es de un 13% en la nueva clase media y de un 11% en la clase trabajadora.

Dada la escasez de análisis sobre la relación entre la religión y la clase social, no existe información fiable, ya que los datos sugieren que la asistencia a misa y el porcentaje de creyentes son más elevados entre las clases medias, pero esto no significa necesariamente que las clases medias sean más religiosas. Es posible que se dejen ver en la iglesia local para mantener las apariencias o para que sus hijos puedan asistir al colegio concertado o religioso del barrio. O quizá acusen una mayor presión social para demostrar públicamente que son personas religiosas, en comparación con las integrantes de las clases trabajadoras.

Al fin y al cabo, Esperanza Aguirre no había sido vista nunca en la iglesia de su barrio, y ahora que los partidos de derechas han recuperado la politización religiosa, ella ha empezado a ir a misa.

*** Gabriela Bustelo es escritora y periodista.

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