Pablo Iglesias en un acto de campaña.

Pablo Iglesias en un acto de campaña.

LA TRIBUNA

¿Alerta antifascista?

El autor aboga por un redireccionamiento ideológico de la izquierda que ponga el foco en lo social y abandone los callejones sin salida del identitarismo.

30 abril, 2021 02:52

La campaña electoral madrileña está pivotando sobre los mismos ejes que las elecciones andaluzas, cuando Pablo Iglesias proclamó la alerta antifascista tras la entrada de Vox en el Parlamento andaluz.

Qué duda cabe que las amenazas que hemos conocido son más que graves. Y nauseabunda la condena general a todas las violencias, que tiene derechos de autor en España. El mundo filoetarra patentó semejante fórmula hueca para evitar la condena directa sin matices ni peros.

Que no sea la primera vez que llegan amenazas con balas, o que hayamos normalizado una jerga agresiva más propia del lodazal que de la política adulta, no le quita gravedad al asunto.

¿Se puede inferir de lo anterior que tenga sentido (más allá de una estrategia electoral) la alerta antifascista?

Veamos por qué no.

No se trata de quitar hierro al infame señalamiento de los menores no acompañados o a determinada jerga populista e identitaria como la del anuncio de Vox. Claro que ese cartel es deplorable. Participa de la explotación demagógica, sentimental y agresiva del fenómeno de la inmigración, deformando la realidad y señalando a quienes no tienen culpa de nada.

La pobreza es la realidad material de muchos conciudadanos

Es obvio que el falso patriotismo esencialista, que pretende filtrar la ciudadanía a través de los orígenes, el burdo señalamiento a los virus chinos y la admonición al combate desde los genes españoles conforman una retórica de baratillo, tan hueca como chusca.

Sin embargo, esa es la mera superficie.

Y lo es porque el fascismo, al que por cierto no se venció con empatía, sonrisas o identidades interseccionales, sino con una guerra mundial, no es nada hoy en España.

Lo que se atisba en el horizonte es otra cosa: el aprovechamiento populista de la descomposición social que sufrimos.

En España, millones de personas se encuentran sin trabajo. Es una lacra que lastra horizontes y destroza expectativas. Entre los que trabajan, abunda la precariedad laboral. La pobreza es la realidad material de muchos conciudadanos. Se estilan contratos tramposos, con una temporalidad sin causa y en fraude de ley.

Y eso quien tiene la suerte de disfrutar de un contrato laboral. Porque los hay que se ven obligados a suscribir un contrato mercantil y darse de alta como autónomos, aunque dependan de su empleador.

También hay quien suscribe un contrato de prácticas para que le puedan pagar un sueldo de miseria, pero desempeña funciones laborales completamente ajenas a lo formativo. Hay barra libre de subcontrataciones, incluso de la propia actividad, repletas de trampas y condiciones lacerantes para el trabajador.

Es absolutamente insostenible la estrategia de la patada hacia adelante con el turismo y la hostelería

Muchos de los que trabajan en nuestro país desconocen lo que es un convenio colectivo y han asumido que la explotación más absoluta es mejor que la lucha por sus derechos.

Nuestro modelo productivo desindustrializado es enormemente endeble. Como se vio al estallar la pandemia, nuestra industria cada vez pinta menos en la economía española. La dependencia productiva de los países de nuestro entorno es abrumadora.

A caballo entre la década de los 80 y los 90 se privatizaron numerosas empresas públicas sin atender a criterios de productividad y rentabilidad, sino a dinámicas puramente ideológicas.

Eran los tiempos de la convergencia europea y de Maastricht, y luego los de la entrada en el euro y la sumisa reverencia a mantras ideológicos como los del déficit cero. El Estado debía desempeñar un papel crecientemente testimonial en la economía: no producir, no regular, no redistribuir.

Es absolutamente insostenible la estrategia de patada hacia adelante con el turismo y la hostelería. El sector terciario es muy importante en nuestro PIB, pero de escasa productividad y salarios ínfimos, enormemente ligados al reducido tamaño de nuestras empresas. En la división internacional del trabajo, la posición de España dista mucho de ser privilegiada.

El escudo social ha sido un fracaso. Celebro lógicamente la subida del SMI por el reiterado maltrato salarial de tantos trabajadores, sostenido con las sucesivas reformas laborales que siguen sin derogarse.

Nadie quiere articular un cordón sanitario contra las plataformas tecnológicas que ponen en jaque el Estado del bienestar

La situación de desesperación de muchos es creciente. Las prestaciones por desempleo por los ERTE se han cobrado tarde y mal. La prohibición de los despidos ha sido una simple proclama propagandística, tristemente incierta. Muchos ERTE son hoy ERE. El ingreso mínimo vital ha sido un indudable fracaso. El subsidio extraordinario para las personas empleadas de hogar (esas eternas olvidadas), un mero parche con fecha de caducidad.

Tras los fondos europeos, una letra pequeña que no pillará a nadie por sorpresa. Nadie en el norte quiere oír hablar de unión fiscal y reequilibrio productivo entre los Estados que conforman la UE, única fórmula para que esta fuera sostenible. Habrá subida de impuestos indirectos (regresivos), a pesar de la demagogia de los próceres del minarquismo que prometen rebajas en los impuestos (directos, progresivos) como si fuera taumaturgia.

Y habrá sobre todo recortes sociales. Seguramente en forma de copagos sanitarios generalizados y cada vez más gravosos. También privatización parcial (por el momento) de nuestro sistema público de pensiones.

Mientras tanto, en España nadie lanza una alerta contra los estragos de la financiarización de la economía. Nadie parece querer articular un cordón sanitario contra las plataformas tecnológicas que ponen en jaque el Estado del bienestar a través del desfalco fiscal que realizan a nuestras arcas públicas.

Nadie parece realmente preocupado por la uberización de la economía, que se ha blanqueado con escalofriante naturalidad. Como si fuera sostenible que se generen trabajos basura que no permiten a la gente vivir ni tener proyectos de presente y futuro.

Nadie parece alarmado por las operaciones especulativas que han devastado parques públicos de vivienda para el deleite de fondos de inversión que juegan con un bien esencial. Bien esencial que para algunos privilegiados es una oportunidad de mercado y para el común de los mortales, un derecho social sin garantías reales ni concreción material.

Mientras se esbozan falsas dicotomías, avanza en firme un proyecto neoliberal de corte transversal que anega la política española. Unos aportan la ortodoxia económica y los otros tratan de derrotar inexistentes amenazas ante la incapacidad de desmontar con éxito las reales.

Dicen que la alerta debe ser antifascista, pero el estruendo simbólico hace aguas por todos lados

El falso patriotismo del sálvese quien pueda es el proyecto real de la derecha y el que deberíamos denunciar las gentes de izquierdas, pero para eso hay que escapar del identitarismo más zafio, denunciar toda complicidad con los etnicistas periféricos que comparten con el neoliberalismo la pretensión de centrifugar el Estado y hacerlo añicos, y volver a ubicar a la clase trabajadora en el centro de la acción política.

Se anuncia un escandaloso ERE tras la fusión entre Caixabank y Bankia. España renunció hace 40 años a conformar una verdadera banca pública que desempeñase una función realmente social, y optó por el híbrido de las cajas de ahorro, cuyo control transfirió a las banderías autonómicas.

Como tantas otras veces, la descentralización fue la autopista para la corruptela y el nepotismo, para poner lo público al servicio de intereses privados. Hoy, tras el rescate estatal de nuestro sistema financiero, se destrozan ante la aquiescencia silente del Gobierno numerosos puestos de trabajo.

Dicen que la alerta debe ser antifascista, pero el estruendo simbólico, forzado por las urgencias de campaña, hace aguas por todos lados. Mientras tanto, la clase trabajadora sigue sin tener quien le escriba.

Y ahí sí, los reaccionarios tienen una oportunidad: la de escupir con un burdo disfraz obrerista las peores políticas de darwinismo social. La mejor forma de cerrarles el paso es apuntar en la dirección correcta. Contra un sistema económico injusto, especulativo y cruel, que privatiza beneficios y socializa pérdidas, despidos y precariedad. El de las colas del hambre.

Cazar fantasmas es una forma de legitimar las sombras que nos rodean.

*** Guillermo del Valle es abogado y director de El Jacobino.

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