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. EFE

PICALAGARTOS

Jémez sí me representa

28 febrero, 2021 02:11

Qué vida y qué muerte y qué todo. Qué rápido relativizamos las cosas. Qué pronto se olvidan los muertos contados y los sin contar, y qué bella sería la vida sin tanto tercerista ni tanto demagogo. Me precio de tener amigos que van al lío, al cogollo, y no a los floripondios. Me precio de rodearme de gente de verdad, desde la Legión a una rotativa, que dice aquí y siempre. Gente que es de una pieza, con sangre en las venas y eso que llaman el coraje civil. Aunque no lo sepan. 

Mientras preparo un libro sobre la España cainita (ya escribió Nacho Alcalá que España es un país de porteras, cainitas y envidiosos), de lo que me voy dando cuenta es de que en este país, en suma, lo peor son los tibios dúctiles. O dicho de otro modo; que es preferible (a la hora del vivir/vermut) un Gabriel Rufián a un Torres Mora. Ya puestos en lo efímero, uno prefiere al canalla al aparatichi, Echenique a Yolanda Díaz, Alejandro Fernández a Pablo Casado y por ahí seguido. Ya no hablo de política; sino de todo.

En Cataluña siguen las calles incendiadas, Moncloa nos saca lo de la valquiria falangista una semana, y a la siguiente la guerra feminista de Calvo y Montero, y nos vamos olvidando de eso que transcurre. Que es la vida. Hasél, lector, es un tibio venido arriba, el Tangana no. En esta dialéctica es donde hay que entender todo lo que digo.

En plena pandemia sólo nos representa un retrato de Isabel Díaz Ayuso en los bares canallas de Argüelles como una Virgen de la Paloma revivida. Porque se trata ya de carácter y de resistir ante esa idea/fuerza mantra del falso centrismo en un país que, como decía Joaquín Costa, necesita despensa y escuelas. Ando ya cansado de la ñoñería, de los sepulcros blanqueados, de los cursis con tribuna y de la socialdemocracia cristiana y templada. En España hay dos salidas, creer en la rotonda como metáfora es el error. El inmenso error.

Es precisamente esa indolencia, esas vallas oxidadas ante la comisaría de Vía Layetana, lo que hay que combatir en la guerra cultural. Y ahí siempre me encontrarán.

Viene todo lo anterior a que el otro día mi amigo Paco Jémez salvó de morir de un infarto a un golfista en Galicia. Conozco bien a Jémez, conocí a su Rayo atacante y disfrutón, la cosa de "a mí el pelotón, Sabino, que los arrollo" que tanto hizo por Vallecas en general. Jémez nunca se rinde, y por eso, por su talante sin dobleces, me gusta. Pocas veces hemos dedicado esta foto a algún futbolista, pero Jémez trasciende lo del balón y hay que darle su espacio a alguien que en el momento más oscuro no sacó una rebequita de punto a lo Fernando Simón, sino que hizo una RCP y salvó una vida.

Hace ya dos vidas, Vicente Ferrer Molina me mandó a Vallecas a entrevistar a Jémez. La Ciudad del Rayo anda donde Cristo perdió el mechero, pero podríamos decir que Jémez fue a Vallecas lo que Maradona a Nápoles, salvando las distancias. Era cuando los indignados del ladrillo visto aún creían al vicepresidente segundo, e Irene Montero aún no había salido en la tarta del susodicho vicepresidente. Entonces Jémez hacía lo suyo, que era el fútbol bonito y ofensivo contra todo. Contra los grandes, contra los millonarios, contra los instagramers que corrían en esa Liga no tan distinta a la de ahora.

El mundo sólo puede cambiar con personas como Jémez. Es un canario que habla cordobés y que entiende el fútbol y la vida como yo. El otro día salvó una vida. Merece una medalla y saber que sí, que sí nos representa.

Ilustración: Tomás Serrano

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