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. Esteban Palazuelos

LA TRIBUNA

Aplanar la curva económica

El autor considera, tan importante como aplanar la curva de contagio, tomar cuanto antes las decisiones correctas para evitar la catástrofe económica.

30 marzo, 2020 02:47

La prioridad sanitaria es, sin duda, aplanar la consabida curva epidémica: ralentizar el contagio, ganar tiempo y salvar vidas. En España y en otros países ello ha obligado a decretar y endurecer progresivamente el confinamiento domiciliario de la población. Como consecuencia, gran parte de las actividades económicas están suspendidas si bien con la esperanza, según nuestros gobernantes, de regresar a la normalidad en unas pocas semanas o meses.

Sin embargo, las predicciones más honestas son desalentadoras: el distanciamiento social, en mayor o menor medida, podría prolongarse hasta un año; el 80% de la población acabará infectada si bien apenas sin síntomas; la vacuna no estaría disponible a gran escala hasta 2021; y habría brotes ocasionales durante 12-18 meses hasta que se diera por acabada la pandemia completamente.

La cuestión ya no es, por tanto, cómo resistir al tsunami de contagio sino también cómo vamos a mantener la economía a flote para sostener materialmente el largo combate contra la pandemia en las circunstancias actuales de parálisis.

Un frenazo económico prolongaría la agónica lucha contra el virus al ir agravada por una tragedia socioeconómica. Pues una economía no es como una bombilla que se puede apagar y encender con un interruptor. Es más bien como reactor nuclear: hay que apagarlo con extremo cuidado para evitar la fisión del núcleo.

Y las primeras estimaciones de ese súbito apagón nuclear son abrumadoras. Los índices PMI de actividad económica de marzo apuntan a un desplome de la eurozona mayor que en 2009. El desempleo en España podría aumentar en dos millones en pocos meses, 10 veces más rápido que durante la crisis financiera. El PIB de los países con confinamiento podría contraerse hasta un 30% en un solo cuatrimestre, una caída superior al derrumbe interanual que experimentó España en 1936, el primer año de la Guerra Civil.

Los despidos por cierre serán inevitables, sin que ningún ministro lo pueda impedir por decreto

No debería sorprendernos. Gran parte de la fuerza laboral se encuentra desmovilizada, sin poder trabajar o trabajando de manera deficiente. Los mercados financieros, que gestionan el ahorro y administran el crédito, están catatónicos.

Las cadenas de suplidos mundiales están dislocadas y las empresas bregan para garantizar la producción y provisión de mercancías además de lidiar con el desplome de pedidos. Comercio y capital han dejado de fluir. El planeta Tierra, como sucintamente resumió The Economist en su portada, ha echado el cierre.

Las respuestas fiscales y monetarias hasta la fecha se han enfocado en mitigar el efecto de esa desmovilización mediante el rescate financiero de hogares y empresas para preservar relaciones contractuales y rentas. En Reino Unido, el gobierno ha garantizado hasta el 80% del salario de cualquier damnificado económico. Alemania aplica en el llamado kurzarbeit, la reducción de jornada y de salario de mutuo acuerdo.

En EEEUU se ha aplazado el pago de impuestos e incluso se baraja dar un cheque a cada ciudadano, el llamado helicopter money. Y el plan de Dinamarca, afirman literalmente, es poner a su economía en conservación criogénica: bombear liquidez para atajar finiquitos y bancarrotas, aguantar en estado de hibernación y resucitar cuando acabe la emergencia.

Con todo, esas medidas se presentan como estímulos, pero no son tales porque, con la economía en suspensión autoinducida, hay poco que estimular. Se trata pues de medias de simulada protección social para alentar el gasto circular.

Pero en unas condiciones donde la producción de bienes se encuentra gravemente interrumpida y la interacción social asociada a los servicios esta impedida, esta inyección de liquidez es, a largo plazo, pólvora mojada e incurrirá en inflación, escasez y posiblemente racionamiento. Y a medida que se alargue la parálisis, los contratos vencerán, las quiebras técnicas se apilarán y, con la solvencia financiera del Estado mermada, los despidos por cierre serán inevitables sin que ningún ministro lo pueda impedir por decreto.

Los programas de estímulo están transmitiendo una falsa sensación de competencia y eficacia

Aún más preocupante es que los programas de estímulo están transmitiendo una falsa sensación de competencia y eficacia, al caer en el mismo error de recurrir a recetas que funcionaron contra la última crisis pero han quedado obsoletas para la siguiente. Ello explicaría por qué gobiernos y bancos centrales estarían competiendo por ver quién pone más millones de liquidez, rescates y avales sobre la mesa como claro reflejo de la lección aprendida en la crisis de la eurozona de 2010-12.

Sin embargo, con la economía en parada cardiorrespiratoria, urge no solo reanimarla con adrenalina monetaria sino también encontrar la manera de que ejercite su músculo productivo para evitar su atrofia más allá de los servicios esenciales. Es decir, que sus factores de producción –capital, trabajo e innovación– continúen activos en la medida de lo posible mediante una reconfiguración inédita de la economía para adaptarla a las limitaciones actuales. De lo contrario habrá una pérdida irrecuperable de empleos y tejido productivo que lamentaremos profundamente durante la recuperación

Tal reorganización es una tarea hercúlea que históricamente solo encuentra precedentes bélicos. En tiempos de paz lo más parecido fueron las llamadas “terapias de choque” en Polonia y otros países del Este cuando abandonaron la órbita soviética para unirse a la economía global de mercado. Un plan de choque de similar o mayor magnitud, pero con objetivos completamente distintos es lo que necesitamos. ¿Cuáles serían las principales líneas de acción para evitar el colapso económico?

En primer lugar, el distanciamiento físico obliga a dar un impulso titánico a la digitalización. No se trata solamente de extender el teletrabajo sino de trasladar al espacio digital actividades y transacciones económicas que antes tenían lugar presencialmente en oficinas, talleres, tiendas y aulas.

En segundo lugar, hay que darle un empujón a la geolocalización y la logística de la compraventa a distancia que socorra tanto a minoristas como a mayoristas y que abarque todas las fases productivas. Mercancías y productos que antes se distribuían en puntos de venta deben ahora distribuirse en destino.

Y, en tercer lugar, lo más complejo y radical: hay que implementar programas de gran escala junto con el sector privado para reasignar recursos, reorganizar cadenas productivas y facilitar transiciones empresariales para apuntalar la producción de bienes y servicios para consumo interno, pero también para la exportación a donde haya demanda externa. Tal programa debe ser ágil, dinámico y adaptable conforme se vayan relajando tanto los confinamientos domésticos como las restricciones fronterizas.

Cada país, con sus idiosincrasias propias, va a someterse a la mayor prueba de estrés en tiempos de paz

En su libro Cómo pagar la guerra de 1940, el economista John Maynard Keynes escribía sobre el imperativo de que “la producción de guerra de Reino Unido fuera tan grande como sepamos organizar”. Esa exhortación nos sirve hoy también.

No podemos permitirnos el lujo de la desocupación masiva de millones de ciudadanos por mucho que se les garantice sus rentas vía deuda pública con el beneplácito de bancos centrales. Cada empresa e individuo tienen el deber y responsabilidad de plantearse cómo pueden aportar a la cadena de valor de nuestra economía.

Y ese espíritu de responsabilidad obliga a que el sector público y privado trabajen codo a codo con una estratégica unificada. En esta crisis el Estado ya no puede permitirse el lujo de ejercer una función meramente fiscalizadora y extractiva y debe asumir un papel emprendedor junto con el sector privado.

Pero no se trata de intervenir o nacionalizar como algún vicepresidente ansía calladamente sino de coordinar esfuerzos de manera honesta y sincera para identificar actividades económicas viables y dinamizarlas conjuntamente. Pues si es cierto que históricamente el Leviatán ha sido un catalizador de esfuerzos colectivos en tiempos de crisis, también es igualmente cierto que sociedad civil e iniciativa privada siempre han sabido responder a las adversidades con ingenio, tenacidad y solidaridad.

Es una conversión colosal e ignota para la cual no existe un manual de instrucciones. Pero el tiempo apremia pues la crisis va para largo. Aguantar la respiración y esperar a que esto finalice pronto no es un plan, es una calamidad.

El día después está a varios meses vista. Hasta entonces la pandemia va a poner contra las cuerdas, si no lo ha hecho ya, a todas las grandes economías del mundo. En la gesta, cada país o comunidad supranacional, con sus idiosincrasias propias, va a someterse a la mayor prueba de estrés en tiempos de paz.

En esta carrera por la supervivencia económica corremos el riesgo de que España acabe empobrecida, exhausta y desmoralizada. Por ello, en tanto que es vital aplanar la curva de contagio, es también esencial aplanar la curva del impacto económico.

*** Toni Timoner es economista de riesgo global en una institución financiera en Londres.

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