El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en una imagen de archivo.

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, en una imagen de archivo. Efe

LA TRIBUNA

Rajoy y la ruptura de la historia de la derecha liberal

Coincidiendo con el día en el que el líder del PP se convierte en el político de la Democracia con más tiempo en el poder, el autor repasa la historia de la derecha liberal y su decadencia actual. 

23 enero, 2018 01:27

El PP de Mariano Rajoy representa la opción menos ideológica y carente de proyecto político identificable que ha habido en la historia de las derechas españolas. Hay quien ve aquí una fortaleza, creyendo aquello de “la economía es lo que importa”; sin embargo, esta deriva del PP no atrae a los jóvenes ni a la élite intelectual y profesional del país.

Los populares han roto en el último decenio con las bases emocionales y políticas de la derecha en España: la identidad religiosa, el valor de la familia, la rebaja fiscal, la defensa expresa de la España constitucional y de su unidad, o las libertades individuales. Este vaciamiento no se ha producido en pro de una actualización, sino en la búsqueda de un acomodo electoral que han cifrado en dos claves: la mentalidad y la economía socialdemócratas, y la tecnocracia.

Esta deriva es extraña a la trayectoria de los grandes líderes de la derecha española, que siempre fraguaron su organización, discurso y acción en torno a la fuerza de un líder. Repasemos los más decisivos.

Cánovas construyó un Partido Conservador sólido, identificable con unas ideas y un proyecto de país

Antonio Cánovas del Castillo es el padre del liberalismo conservador en España, con los notables antecedentes de Andrés BorregoAlcalá Galiano y Antonio Ríos Rosas. El malagueño, ministro en dos ocasiones antes de 1868, y luego presidente del gobierno con Alfonso XII, combinó principios del liberalismo y del conservadurismo, con base en el doctrinarismo francés, y funcionó. Venía a “continuar la Historia de España”, e ideó una “Constitución interna” fundada en la soberanía compartida del Rey con las Cortes, con un turno pacífico entre partidos leales, y un texto constitucional flexible que permitiera la política corriente.

De esta manera, Cánovas puso fin a casi setenta años de luchas civiles, revoluciones y pronunciamientos, y sobre el régimen de la Restauración se levantó la prosperidad del país. Por primera vez, un hombre de la derecha tenía una idea del Estado y estaba decidido a construirlo. Esto se hizo con errores: consolidó la oligarquía sobre la base del caciquismo, y continuó con un proteccionismo que aumentó las desigualdades regionales. Sin embargo, construyó un Partido Conservador sólido, identificable con unas ideas y un proyecto de país.

Tras Cánovas llegó Francisco Silvela, que presidió el Consejo de Ministros durante la regencia de María Cristian de Habsburgo y el reinado efectivo de Alfonso XIII. El reto de superar a “don Antonio” era muy difícil, pero su heredero intentó emprender una “regeneración desde arriba” que revitalizara el régimen tras la derrota del 98. Sin embargo, el proyecto hizo agua en poco tiempo. Se empeñó en romper el “turnismo”, la convivencia pacífica con el Partido Liberal, que era el sustento del sistema y, al tiempo, objeto de críticas. Buscó en el catalanismo el sustituto como aliado político, y no encontró lealtad ni apoyo en el resto de España.

Maura fracasó por la campaña contra su persona que llevó a cabo una izquierda intolerante

Fracasó porque despreció la herencia liberal y no articuló mecanismos democratizadores, pretendió que el sufragio universal libre bastaría para el buen funcionamiento institucional sin reformar las circunscripciones electorales ni adecuar el partido ni las instituciones.

Antonio Maura, presidente del gobierno en cinco ocasiones con Alfonso XIII, pretendió la modernización del liberalismo conservador y arreglar el desaguisado de Silvela en el Partido Conservador. Su regeneracionismo no derivó en un pesimismo crítico y estéril, ni en un nihilismo vano, sino que defendió la democratización del régimen de la Constitución de 1876, la “revolución desde arriba”. Pretendió extirpar la “parte enferma” -la oligarquía y el caciquismo- articulando mecanismos democratizadores que insuflaran vida al parlamentarismo y atrajeran a la España de principios del siglo XX.

Frente al nacionalismo catalán creyó en la descentralización administrativa, no más, pero defendió el proyecto común sobre la base de la herencia liberal y la continuidad histórica. Sin embargo, Maura fracasó porque no construyó un partido adecuado a la democracia que pretendía, no tuvo el apoyo de Alfonso XIII, y por la campaña brutal contra su persona que llevó a cabo una izquierda intolerante y exclusivista. Quizá porque suponía esa renovación que modernizaría a la derecha.

Aznar devolvió a la derecha liberal española a la senda histórica abierta por Cánovas

La dictadura de Primo de Rivera y la Segunda República no forjaron una derecha liberal, aunque sí tradicionalista, autoritaria, organicista o conservadora. Manuel Fraga supuso el episodio final de ese lastre que José María Aznar superó.

La refundación del PP en abril de 1990 devolvió a la derecha liberal española a la senda histórica abierta por Cánovas, y actualizada a la realidad del país y de Europa. Al programa liberalizador se unió la defensa del orden constitucional, de su monarquía parlamentaria y de sus autonomías. Adoptó un discurso que reivindicaba un proyecto para España basado en la responsabilidad individual para el bien común, la solidaridad y las libertades.

Aznar tomó para sí el espíritu de la UCD de Adolfo Suárez y de la Transición, el centro y el consenso político como instrumento de conciliación. No se olvidó de recuperar la memoria de las Cortes de Cádiz y del liberalismo histórico, del valor de la hispanidad -ya recuperado años antes por el PSOE de González-, y del carácter europeo y atlántico de España. El conjunto daba personalidad al PP, lo hacía identificable frente al electorado, concitaba ilusión como respuesta al socialismo, y atraía a la juventud y a parte de la intelectualidad.

La política no es tecnocracia, como demostraron líderes liberales  en otras crisis de régimen

El PP actual, sin embargo, está instalado en la socialdemocracia y la tecnocracia, lo que ha roto la tradición liberal conservadora descrita. El tecnócrata, cuyas primeras definiciones datan de principios del siglo XX, fía la política única y exclusivamente a la buena gestión de los recursos, sin atención a más principios políticos que a los reglamentos administrativos. El imperio de la ley se convierte en un leitmotiv de partido, y el reclutamiento se hace entre altos funcionarios y técnicos ligados a las grandes empresas.

En esas circunstancias, el líder de la formación se convierte en un gestor eficaz de recursos y personal, capaz de calmar disputas internas, y centrado en no alterar demasiado a la competencia ni al cliente. Los valores del tecnócrata son los del buen administrador, capaz de funcionar para cualquier equipo porque lo de menos son los principios y valores, sino las grandes cifras de resultados.

Sin ideario identificable, lo útil es sumarse al consenso socialdemócrata. Así, repiten los mantras de la izquierda y superan su voracidad fiscal para crear un Estado paternalista y omnipresente. Con esto creen evitar choques ideológicos con los socialistas y los medios de comunicación, en donde reside la hegemonía cultural a la que no se quieren enfrentar. Pero la política es otra cosa, como demostraron los líderes de la derecha liberal histórica española en momentos de crisis de régimen, de decaimiento del espíritu general, o de violencia. Todavía hay tiempo para rectificar. O no.

*** Jorge Vilches es profesor de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales y Políticos en la Universidad Complutense. 

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