La comparecencia de Pedro J. en la comisión de investigación sobre la financiación irregular del PP en el Congreso de los Diputados ha tenido la virtualidad de un desquite ético y estético con la impunidad y los golpes bajos, que son los afanes naturales de los políticos malandros.

Además, ha servido para compendiar en apenas tres horas de preguntas y respuestas los ángulos más siniestros de nuestra democracia perfectible: desde los GAL, Filesa y el ocaso del Señor X, a la corrupción inabarcable del PP -de los papeles de Bárcenas a Gürtel pasando por Lezo- y el derribo de periodistas incómodos durante este interminable rajoyato.

También para reflexionar sobre las razones de la devaluación de un oficio en estado de carestía; los contubernios entre la clase política y empresarial merced al maná de los contratos; el adormecimiento crítico; el duopolio televisivo; y sobre algunas reformas perentorias, empezando por la del sistema de financiación de los partidos.

Habrá quien legítimamente alegue que Pedro J. respira por la herida de su destitución en El Mundo, cuando el costurón en todo caso habría de servir no para relativizar la gravedad de lo denunciado sino para constatar el estado de putrefacción de la pecera.

Fue un desquite ético contra la impunidad porque, si no es infrecuente que el marasmo de causas judiciales vivas y latentes acabe amodorrando la capacidad de indignación de los ciudadanos, quien tenga la oportunidad de ver la comparecencia de Pedro J. no dudará un instante en cargarse de razones para sospechar que en Génova 13 las sentinas empiezan en la planta siete.

Y fue un desquite estético e incluso proteico porque han sido tantos, tan detallados y tan fundamentados los indicios que apuntan a la responsabilidad de Rajoy en la trama de financiación irregular de su partido que, en ocasiones, parecía que era Pedro J. quien llevaba las riendas de la comisión en lugar de sus señorías.

El PP se ha retratado como el partido decadente que es: primero, intentado impedir a toda costa la comparecencia del director de EL ESPAÑOL, y segundo, atacándolo con alusiones personales. Mal iremos si, después de las tres horas con Pedro J. en el Congreso, la única penitencia que tenga que asumir el partido del Gobierno sea la del bochorno ajeno que produce su juego sucio cuando de lo que se trata es de intentar silenciar a un periodista.