Cómo romper en Corea las barreras a la movilidad social

Cómo romper en Corea las barreras a la movilidad social

The New York Times
LA DEMOCRACIA A EXAMEN

Cómo romper en Corea las barreras a la movilidad social

Tras la Revolución a la luz de las velas, los coreanos presionan por una sociedad más limpia y justa.

29 octubre, 2017 02:45

Cuando el ejército surcoreano mató a cientos de manifestantes pro-democracia y asedió la ciudad sudoccidental de Gwangju en mayo de 1980, poca gente fuera de la ciudad sabía lo que estaba pasando. Se había declarado la ley marcial, la prensa (ya censurada) estaba completamente amordazada y se cortó toda comunicación con Gwangju. El final del cerco de diez días marcó el comienzo de un periodo de siete años de represión militar y terror bajo el mando del General Chun Doo-hwan, que superó a su predecesor, el general Park Chung-hee, en cuanto a brutalidad y corrupción.

Una generación después, millones de ciudadanos coreanos tomaron las calles en docenas de ciudades, durante 20 fines de semana consecutivos (entre el otoño de 2016 y la primavera de 2017) con concentraciones a la luz de las velas. Pedían el procesamiento de la entonces presidenta, Park Geun-hye, hija del general Park, por su implicación en un escándalo de corrupción, soborno y abuso de poder. Esta vez, el mundo entero supo lo que estaba sucediendo en Corea del Sur.

La desarrollada infraestructura de tecnologías de la información en el país marcó la diferencia. Los smartphones convirtieron a manifestantes de primera fila en camarógrafos. Millones de personas comentaron la situación política en Kakao Talk [un servicio de mensajería coreano], Facebook y otras redes sociales.

La tecnología por sí misma no es suficiente para establecer una verdadera democracia. No todas las naciones avanzadas tecnológicamente tienen una base vibrante de compromiso político, y en muchos países se abusa de dispositivos y software: se utilizan para vigilar o para manipular información, mientras que los extremistas antidemocráticos difunden sus opiniones en las mismas plataformas. La tecnología avanzada puede impulsar la democracia dando a los ciudadanos más tiempo y energía para el compromiso político y dificultando prácticas políticas corruptas como la compra de votos. Sin embargo, lo más importante es el compromiso cívico constante; sin eso, la democracia se marchita.

La popular tesis de los “valores asiáticos” sugiere que los asiáticos son culturalmente poco proclives a la democracia, porque anteponen el bienestar de la comunidad a los derechos individuales. Pero no es cierto: los surcoreanos han luchado por la democracia a lo largo de la historia moderna.

En 1945, cuando los japoneses se marcharon después de 35 años de dominio colonial, ningún surcoreano pidió la restauración de la monarquía. En 1960, una protesta masiva contra el mal gobierno y el fraude electoral expulsó al primer presidente de la república, Rhee Syngman. Durante los 18 años de férreo mandato del general Park, estudiantes y trabajadores se rebelaron y arriesgaron sus vidas por la democracia. En 1987, 19 días de manifestaciones callejeras violentas dirigidas por estudiantes, trabajadores e incluso ejecutivos jóvenes terminaron con el gobierno militar de su sucesor.

Con la Revolución a la luz de las velas, los coreanos han elevado su democracia a otro nivel. Pero el desafío que afrontan es formidable. Los manifestantes reclaman más que el simple derrocamiento de un presidente errante y de sus compinches: quieren crear una sociedad más limpia y justa.

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El desafío más inmediato para los coreanos es eliminar la corrupción del sistema político. Son habituales los tratos ilegales entre políticos, altos cargos y los chaebol (imperios económicos familiares). Este agosto, Lee Jae-yong, el presidente de facto de Samsung, uno de los chaebols más destacados, fue condenado a cinco años de prisión por sobornar a Park y a su conocida confidente Choi Soon-sil.

Algunos creen que la corrupción puede eliminarse con más desregulación -en la creencia de que esto reducirá las oportunidades de connivencia con cargos públicos- y reforzando los derechos de los accionistas minoritarios -con la tesis de que los accionistas denunciarán los tratos corruptos protagonizados por quienes dirigen los chaebols-. No obstante, hace falta un cambio mucho mayor en la distribución del poder para que descienda la corrupción. Deben transferirse capacidades de toma de decisiones desde las élites políticas y económicas a los ciudadanos, organizaciones civiles, sindicatos y otros “poderes compensatorios”, por utilizar una expresión del economista John Kenneth Galbraith.

Después está la cuestión de la equidad. La creciente desregulación ha reducido la protección a pequeñas fábricas y tiendas, que solían crear empleos que mantenían relativamente baja la desigualdad en el capítulo de ingresos. La extensión de las normas salariales de tipo estadounidense en la década pasada ha conducido a un tremendo incremento de la desigualdad salarial, y Corea del Sur tiene una de las tasas de crecimiento más rápido entre los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico.

Pero lo que más enfurece a los surcoreanos es la abrupta pérdida de movilidad social y la sensación de desesperanza que persigue a los jóvenes de entornos menos favorecidos; es decir, la mayoría de los jóvenes.

Esta falta de movilidad social es a veces el resultado de prácticas evidentemente corruptas. De todos los escándalos de corrupción que afronta el anterior presidente, el más desagradable para muchos es la acusación de que su amiga Choi influyó en la Universidad de Mujeres Ewha, en Seúl, una de las principales del país, para que aceptase a su hija en detrimento de candidatos más cualificados.

Las barreras de entrada a la universidad son habitualmente sutiles. Son los extras los que hacen que un candidato destaque, como tener actividades extracurriculares o recibir educación privada de calidad de cara a los exámenes de entrada a la universidad. Al comienzo de sus carreras, las expectativas de poder acceder a prácticas pueden ser determinantes para los alumnos, y los padres pobres no pueden ni soñar con ayudar a sus hijos en ese terreno.

Muchos jóvenes de Corea creen, con razón, que la igualdad de oportunidades es imposible por las reglas ostensiblemente injustas que favorecen a los hijos e hijas de los ricos y poderosos.

Retirar estas barreras a la movilidad social será aún más difícil que reducir la corrupción. Se necesitan grandes cambios en el sistema educativo, especialmente en los procesos de admisión a la universidad. Eso exigirá también la expansión del Estado de bienestar, para que niños de entornos menos privilegiados tengan una oportunidad de ascender en la escala social a través de programas de aprendizaje temprano, programas públicos de enriquecimiento y aumento de atención paterna y estabilidad familiar que posibiliten ingresos adicionales.

Los coreanos han mostrado al mundo que una ciudadanía comprometida y pertrechada con la última tecnología puede obrar un milagro democrático. Ese milagro puede desvanecerse -y la gente desilusionarse con la democracia- si el Gobierno no alumbra pronto una sociedad más limpia y justa.

*** Ha-Joon Chang, economista de la Universidad de Cambridge, es autor de '23 cosas que no te dicen del capitalismo'.

© 2017 Ha-Joon Chang. Distributed by The New York Times News Service & Syndicate.

 

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