La Fiesta Nacional del 12 de octubre volvió a quedar ensombrecida por la crispación política, convirtiendo una celebración que debería representar la unidad nacional en el escenario de dos comportamientos reprobables que evidencian una preocupante degradación institucional.
Tanto la huida precipitada de Pedro Sánchez de la recepción del Palacio Real como el plantón de Santiago Abascal constituyen gestos lamentables que degradan la solemnidad del acto.
El presidente del Gobierno volvió a confirmar su incomodidad epidérmica con una celebración mucho más importante que los abucheos que tradicionalmente recibe.
La ausencia de símbolos nacionales en su vídeo institucional (donde aparecen banderas palestinas, pero ni una sola española, ni referencias a la Familia Real o a las Fuerzas Armadas) revela una relación problemática con la esencia misma de la Fiesta Nacional.
Esta incomodidad no es nueva ni se limita a la hostilidad del público.
Sánchez gobierna con el apoyo de fuerzas independentistas que consideran el 12 de octubre una fecha a combatir, no a celebrar. Sus socios de EH Bildu la definen como un día de "opresión, colonialismo y negación de los pueblos", mientras Podemos aboga por sustituir el desfile militar por un homenaje a "las víctimas de los accidentes laborales y de la violencia de género".
Esta tensión estructural explica parcialmente su precipitada salida del Palacio Real, eludiendo el tradicional corrillo con la prensa bajo el pretexto de un viaje oficial a Egipto.
La excusa evidencia las prioridades: prefiere compartir escenario con Donald Trump (quien amenaza con expulsar a España de la OTAN por incumplir compromisos) para intentar conseguir un poco del protagonismo que España no ha tenido en los acuerdos de paz en Oriente Medio antes que responder a las preguntas sobre los casos de corrupción que acechan a su entorno familiar y político.
Que el propio Feijóo dijera de forma irónica estar "animado porque mi pareja no está en el juzgado, mi hermana tampoco y mi número dos no está en la cárcel" ilustra la dimensión del problema.
La manipulación informativa de RTVE, silenciando los abucheos y reduciendo el sonido ambiente durante la llegada de Sánchez, constituye un agravio adicional a la pluralidad que debe presidir el servicio público de televisión.
Que Xabier Fortes se refiriera a los abucheos como "la habitual música de viento" confirma que la cadena pública es cómplice de una censura informativa inadmisible. ¿O no tienen los españoles derecho a saber que el presidente del Gobierno ha sido abucheado por miles de ciudadanos durante la celebración de la Fiesta Nacional, mientras aplaudían sin embargo al Rey y su familia?
Por su parte, el plantón de Abascal representa un cálculo político igualmente rechazable, aunque con motivaciones distintas.
Su decisión de ausentarse de la tribuna y de la recepción en Palacio (bajo el argumento de no "blanquear" al Gobierno) supone en realidad un desaire a la Corona que va más allá de su legítimo rechazo a Sánchez. Al seguir el desfile "desde la calle", Abascal buscó protagonismo mediático y conexión emocional con su electorado, pero al precio de romper un consenso institucional básico: que el 12 de octubre trasciende las diferencias partidarias.
La justificación de Vox (que a partir de ahora sólo compartirá espacios con el Gobierno en foros parlamentarios para "denunciar su corrupción") convierte el protocolo de Estado en rehén de la confrontación política.
Con su gesto, Abascal se suma además al bloque de las fuerzas radicales y marginales que él repudia con saña, pero con las que coincide en esa política de los gestos vacíos, siempre de desprecio y nunca de concordia o de respeto por los ciudadanos que, tanto en un caso como el otro, pagan sus nóminas.
El gesto de Abascal, además, le emparenta con esos dos activistas de Futuro Vegetal que ayer vandalizaron un cuadro de Colón en el Museo Naval de Madrid.
En este contexto, la actitud del Partido Popular merece reconocimiento. Feijóo supo mantener la distinción entre la crítica política legítima y el respeto institucional, afeando tanto la ausencia de Abascal ("tendrá que explicarlo") como la huida de Sánchez del Palacio Real.
Su presencia junto al Rey y las Fuerzas Armadas, combinada con una crítica frontal a la gestión gubernamental, pero sin abandonar los cauces del protocolo, demostró que es posible conjugar firmeza política y respeto institucional.
La deriva de ambos extremos (la huida de Sánchez y el plantón de Abascal) evidencia cómo la polarización corroe hasta las tradiciones más asentadas. Cuando el presidente del Gobierno prefiere evadir preguntas incómodas antes que cumplir con sus obligaciones protocolarias, y cuando la oposición convierte su rechazo legítimo al Ejecutivo en desaire a la Corona, la democracia española se asoma un poco más al abismo de la ingobernabilidad.
Ayer, 12 de octubre, sólo el PP demostró que se puede ser beligerante políticamente sin renunciar a la responsabilidad institucional que exige una fecha como el 12 de octubre.