A punto de comenzar la cumbre anual de la ONU en Nueva York, que cumple ochenta años en medio de una crisis de identidad y eficacia que cuestiona su papel como garante de la paz global, el conflicto palestino-israelí se impone como uno de los asuntos centrales.
El reconocimiento del Estado palestino por parte de Reino Unido, Canadá, Australia y Portugal este domingo marca un hito diplomático, que cobrará aún mayor trascendencia con la incorporación de Francia en las próximas horas.
Este reconocimiento supone, ante todo, el respaldo formal para que Palestina exista como Estado soberano, con derechos sobre su territorio y potestad para negociar bilateralmente, integrarse en organismos internacionales y recabar apoyos en foros multilaterales.
Por eso, el gesto va más allá de lo simbólico: refuerza la estrategia negociadora palestina, facilita una presión diplomática más organizada sobre Israel e incrementa su peso en instituciones globales como la ONU y la Corte Penal Internacional.
El giro diplomático se produce después de meses en los que, con las crueles palabras y las atroces acciones de sus gobernantes, Israel se ha ido enajenando el apoyo de la mayoría de sus antes socios occidentales, que tras el feroz atentado de Hamás el 7-O respaldaron con firmeza el derecho de Israel a defenderse.
Pero la prolongación de la ofensiva y la brutalidad del castigo colectivo a Gaza han provocado una crisis humanitaria inadmisible, con decenas de miles de muertos entre la población civil, que también sufren hambrunas severas y desplazamientos forzosos.
Y estas flagrantes violaciones del derecho internacional humanitario por parte de Israel han llevado al grupo de trabajo de Naciones Unidas a plantearse que en Gaza podría estar teniendo lugar un genocidio.
Después de que en las últimas semanas se haya intensificado la presión sobre el gobierno hebreo en diferentes ámbitos políticos, culturales y deportivos, y de que la imagen de Israel se haya visto notablemente dañada, prácticamente sólo EEUU (y de forma más tibia, Alemania) mantienen hoy su apoyo incondicional al gobierno de Netanyahu en su campaña en la Franja.
Y conviene matizar que, incluso en EEUU, la opinión pública está virando, con cada vez más voces exigiendo replantearse la política tradicional hacia Israel ante el coste ético de mantener esa alianza histórica.
Es ilustrativo que Netanyahu se haya apresurado a rechazar de plano a la fórmula de los dos Estados, tachando todo reconocimiento internacional de "recompensa al terrorismo".
Porque esta postura de aversión a cualquier negociación revela que el objetivo del gobierno israelí ya no es destruir a Hamás para garantizar su seguridad, sino perpetuar e intensificar su dominio sobre Palestina, como indica también la extensión de la ocupación en Cisjordania.
Por el lado israelí, la radicalidad del ejecutivo de Netanyahu, esclavo de la intransigencia de los sectores más ultras, obstaculiza cualquier salida negociada al conflicto.
Pero sería injusto soslayar que, por el lado palestino, la existencia y la ascendencia de los terroristas de Hamás en el territorio dificulta aún en mayor medida la vía diplomática.
Porque no cabe olvidar que Hamás ha sido el principal responsable de sabotear y frustrar históricamente la solución de los dos Estados.
Los guerrilleros que hoy controlan la Franja no sólo se oponen a toda componenda con sus vecinos, como certifica su resistencia a devolver a los rehenes. Sino que se han comprometido directamente con la destrucción del Estado de Israel. Al mismo tiempo que han impedido la consolidación de un Estado palestino capaz de gobernar de manera efectiva y susceptible de ser reconocido por la comunidad internacional.
La de los dos Estados es la solución de consenso a nivel internacional, como acredita el hecho de que al menos 143 países (más del 70% de la ONU) hayan reconocido formalmente a Palestina.
Y es también la solución de consenso a nivel doméstico en España, con PSOE y PP alineados en esta postura.
Pero la que es la única fórmula de convivencia creíble sólo será viable si las dos partes del conflicto se zafan de sus dirigentes actuales, dotándose de unos nuevos líderes moderados y en posesión de una genuina voluntad de coexistencia.
En esos dos Estados, por tanto, no tienen sitio ni Netanyahu ni Hamás.