La convocatoria de elecciones generales para el 23 de julio es un movimiento personalista que despeja cualquier duda que pudiera quedar acerca de cuál es el concepto caudillista que tiene Pedro Sánchez del poder. Con el anuncio de los comicios, el presidente evita rendir cuentas al PSOE, hurta el estudio de los resultados (y de las culpas) a su partido y a los medios de comunicación, y esquiva cualquier posible tentativa de los barones para organizar una rebelión que le sustituya al frente del partido. 

Sin consultar con el PSOE, que ayer sufrió una dolorosa debacle electoral por las políticas y las alianzas parlamentarias del presidente, y que en circunstancias de normalidad debería haber tenido voz en el análisis y la convocatoria de los comicios, el presidente ha tomado la decisión que cree más conveniente para él haciendo oídos sordos a cualquier otra consideración que no sea la de su propio interés. Sánchez se comporta, en un régimen parlamentario, como si este fuera un régimen presidencialista.

La convocatoria de elecciones anticipadas destroza a Yolanda Díaz, que no tendrá tiempo de poner en pie su plataforma Sumar y de elaborar las listas dado que la ley da un plazo de diez días desde la convocatoria de elecciones para comunicar a la Junta competente la presentación a los comicios de una federación de partidos.

Finiquita también a Podemos, cuyos resultados de ayer le abocaban, igual que a Ciudadanos, a su casi total desaparición. Le obliga, además, a tomar la dolorosa decisión de integrarse en un papel secundario en Sumar o languidecer hasta su extinción. 

Revienta el semestre europeo que con tanto celo estaba preparando el Ministerio de Exteriores. Deja en el limbo las leyes en proceso de trámite. Y condena a los españoles a una nueva campaña electoral de dos meses y a unas elecciones en periodo vacacional que podrían tener una muy baja participación. 

Pero, sobre todo, plantea las elecciones generales como un referéndum sobre su persona y sus circunstantes. O Pedro Sánchez con EH Bildu, Sumar y ERC o Alberto Núñez Feijóo presuntamente con Vox. No hay más opciones. O la izquierda opta por él masivamente o se lo llevará todo la derecha. Ese es el 'chantaje' que el presidente les ha planteado a sus votantes y a su partido.

Sánchez ha supeditado una vez más el interés general de los españoles al de su partido, y el de su partido al suyo propio. El presidente ha hecho de los gestos audaces su sello de fábrica, pero eso le ha condenado a una continua huida hacia delante que en algún momento le conducirá, por pura ley de vida, al barranco. 

En ese sentido, esta convocatoria de elecciones anticipadas apenas doce horas después de una derrota histórica de su partido es un 'todo o nada' coherente con su biografía. La de alguien que llegó a la secretaria general del PSOE tras utilizar a Susana Díaz como trampolín y apartarse de ella después hasta defenestrarla. Que se enfrentó a su partido hasta ser expulsado por su propio Comité Federal. Que se lanzó a la carretera para recuperar el trono perdido amparándose en la radicalidad de las bases. Que ganó una moción de censura inverosímil. Y que ha gobernado durante cinco años trampeando una caótica alianza de populistas, antisistema e independentistas. 

¿Qué debería haber hecho el presidente hoy? Asumir su responsabilidad por la derrota a la vista de su erróneo planteamiento de la campaña. Interpretar correctamente el mensaje de los españoles cambiando de forma inmediata su política de alianzas. Modificar su estrategia y plantear la batalla de las generales disputando el centro político que hoy ocupa, tanto por méritos propios como por deméritos ajenos, el PP.

Sánchez pierde con su decisión varias bazas políticas. La primera, la de la presidencia del Consejo de la Unión Europea. La segunda, la de la posibilidad de afearle al PP sus pactos con Vox. Porque en los ayuntamientos, el PP no necesita recurrir a los de Abascal y en las comunidades no cabe duda de que se retrasarán las negociaciones hasta después de las elecciones generales. Pierde también el tiempo necesario para que la derrota de ayer se diluya. Y lanza al votante socialista a la batalla con la moral por los suelos.

Es prerrogativa del presidente disolver el Consejo de Ministros y convocar elecciones generales. Pero el modo en que Sánchez ha escogido ejercer esa prerrogativa no es más que otro conejo que sale de su chistera. Es evidente que el presidente confía a ciegas en su popularidad, incluso a la vista de los resultados de ayer. Es evidente, también, que no ha leído bien el mensaje de las urnas. Este conejo bien podría ser, por tanto, el último de Sánchez.