Sería injusto pedirle a Carlos III, que será coronado hoy en la abadía de Westminster tras menos de un año de reinado 'interino', un liderazgo carismático a la altura del de una reina, Isabel II, que acompañó a los británicos durante la II Guerra Mundial y la posterior posguerra, la Guerra Fría, la caída del Muro de Berlín, la guerra de las Malvinas, el atentado contra las Torres Gemelas, la guerra de Irak y tantos otros hechos clave de la historia del último siglo. Que convivió con y sobrevivió a cientos de primeros ministros de todas las naciones del planeta y a miles de personalidades de la cultura, del deporte y de la ciencia. Que marcó la historia del Reino Unido del último siglo como ninguna otra figura de ese mismo periodo, incluidos Winston Churchill y Margaret Thatcher

Es probable también, como explica hoy EL ESPAÑOL, que Carlos III vaya a apoyarse, al menos durante los primeros años de su reinado, en la potencia de la institución más que en su capacidad para empatizar con los ciudadanos británicos. Es probable, en fin, que el reinado del nuevo monarca sea más 'institucional' que 'carismático'. Carlos III llega al trono con 74 años y con un pasado a sus espaldas muy diferente al de su madre cuando fue coronada reina con 27 años. Isabel II era para los británicos una tabla rasa. Carlos III es un viejo conocido, y no siempre por motivos con los que resulte fácil empatizar. 

Pero aunque esos factores deban ser tenidos en cuenta a la hora de juzgar el futuro reinado de Carlos III, es legítimo también preguntarse si el heredero de Isabel II es la persona adecuada para llevar la Corona hasta el siglo XXI. Sus retos no son fáciles. Coser las heridas generadas en el seno de la Familia Real por el príncipe Harry y Meghan Markle (que a diferencia de su marido no ha sido invitada a la boda). Lidiar con las crecientes reticencias de esos países de la Commonwealth que empiezan a considerar su pertenencia a ese viejo club de naciones como una rémora del pasado. Adaptar la institución a los tiempos modernos y hacerlo sin traicionar su espíritu, su significado y su misión histórica. Y hacer todo eso en un país que, como tantos otros, ha sido pasto del populismo (y ha cortado los lazos que le ligaban a la Unión Europea). 

Hay un factor añadido. Isabel II llegó en 1953 al trono de un país que salía de una guerra extraordinariamente dura, con una sociedad adulta, madura, que conocía el valor del sacrificio y lo extraordinario de esos breves periodos históricos de paz y de prosperidad económica que tanto cuesta conservar.

Carlos III llega al trono en un momento histórico en el que lo viejo no ha acabado de morir y lo nuevo no ha acabado de nacer (una expresión que no por casualidad es la definición de "crisis"). Con unas sociedades occidentales infantilizadas hasta extremos grotescos y devoradas por ese "aburrimiento del bienestar" que les lleva a poner en duda las mismas bases de la democracia liberal. Pasto además de fake news, de las que el mismo Carlos III es víctima (es un conocido defensor de pseudociencias como la homeopatía y de otras creencias acientíficas 'de moda'). 

Sería demagógico decir que el cóctel es explosivo, pero es seguro decir que, desde luego, no son estas las circunstancias históricas más convenientes para revitalizar una institución cuya legitimidad descansa más en la historia, y en su evidente conexión emocional con al menos una parte de los ciudadanos, que en un proceso estrictamente democrático de elección popular de los líderes sociales y políticos. 

No es Carlos III un rey fuera de época. La ceremonia que tendrá lugar en unas pocas horas se ha adaptado a los tiempos modernos y será más corta, ágil y austera que cualquier otra en el pasado, en buena parte por decisión del futuro rey. También relajará alguno de los protocolos más obsoletos. Si la ceremonia es más cara es sólo por el incremento de los costes en seguridad, algo que no preocupaba tanto a los británicos de 1953, pero que hoy se ha convertido en una necesidad inescapable: las sociedades de 2023 son mucho más peligrosas y violentas que las de 1953.

No tiene Carlos III una tarea fácil por delante. Tampoco por detrás: los zapatos de su madre son enormes y le resultará difícil llenarlos. Pero aquellos que pensaban que su reinado iba a convertirse en un interregno caricaturesco a la espera de la coronación de su hijo Guillermo habrán comprobado ya, durante estos meses, que Carlos III es un rey bastante más sólido de lo que se preveía. A todos nos conviene que su reinado sea lo menos agitado posible. El mundo no necesita, precisamente ahora, un debate sobre las formas de Estado de algunas de las principales naciones occidentales.