Mario Draghi prometió el miércoles por la mañana que, si le garantizaban estabilidad en el Gobierno de unidad nacional, si le prometían continuar "sin las manos atadas", seguiría como primer ministro. Pero la moción de confianza arrojó un resultado bien distinto y le ha empujado hoy jueves a presentar su dimisión ante el presidente de la República, Sergio Mattarella, que ha reaccionado con una llamada a las urnas el 25 de septiembre.

Draghi acudió a la moción con el único respaldo perdido del Movimiento Cinco Estrellas (M5S), el partido con mayor representación parlamentaria, y salió con el rechazo agregado de Forza Italia, encabezado por Silvio Berlusconi, y el de la Liga de Matteo Salvini. El ya ex primer ministro no ocultó la emoción en el Senado y, en su despedida, readaptó un viejo chiste: "A veces los corazones de los banqueros centrales tienen uso". 

Con sus negativas a participar en la votación, Berlusconi y Salvini hicieron volar por los aires los deseos de Mattarella. El presidente de la República no sólo veía en Draghi el líder que Italia necesita, igual que más de la mitad de los italianos, sino también su sucesor a corto plazo. De ahí que, tras rechazar la pasada semana su dimisión, lo animara a buscar nuevos apoyos para cumplir con la misión que se le encomendó.

Una que comenzó con la admirable convergencia de casi todas las fuerzas democráticas y que priorizó la construcción de un equipo de perfil técnico capacitado para capear la crisis postpandémica y gestionar el grifo de 200.000 millones de euros de los fondos europeos.

Sin embargo, el escenario ha obligado a Mattarella a disolver las Cortes y convocar unas elecciones en las que la extrema derecha parte con ventaja. Como advierten los sondeos nacionales y demuestran los recientes comicios municipales, Hermanos de Italia, heredero del fascismo y liderado por la romana Giorgia Meloni, es el gran candidato a sustituir el liderazgo fiable y pragmático que representaba Mario Draghi.

Cálculos electorales

Hace 17 meses, Meloni tomó la arriesgada decisión de mantenerse al margen de Draghi. Le está saliendo bien. A salvo del desgaste de los últimos meses, en un Gobierno de unidad nacional donde figuran partidos de izquierda y de derecha, su formación suma muchas probabilidades de ganar las elecciones y formar una alianza de poder con Berlusconi y Salvini.

Porque la votación del miércoles levantó las cartas y tanto el ex primer ministro como el candidato de extrema derecha admitieron sus preferencias. No pasan por el perfil técnico y europeísta de Draghi, sino por el modelo nacionalista y populista de la Hungría de Viktor Orbán.

El tiempo determinará si sus cálculos son correctos y si el sabotaje de un proyecto de concentración con un apoyo popular superior al 50% no les pasa factura.

Grieta en Europa

No hay peor noticia posible para los atónitos italianos, víctimas de la lógica parlamentaria de su país, azarosa y autodestructiva. Pierden en un momento crítico al hombre que salvó el euro y que acaba de convertir a Italia en la primera puerta de entrada de gas argelino a Europa, la principal alternativa al ruso, tras la ruptura diplomática entre España y Argelia por el Sáhara Occidental.

También es un día gris para el resto de la Unión Europea (UE). No sorprendió la celebración de Dmitri Medvedev, expresidente ruso y mano derecha de Vladímir Putin. El Kremlin brinda por cada grieta abierta entre los Veintisiete, aturdidos por la crisis energética, el hundimiento del valor del euro y una inflación desbocada.

La caída de Draghi es inoportuna y difícilmente explicable incluso para los analistas italianos más curtidos. Abre un nuevo abismo en Roma, desploma las bolsas de todas las capitales y debilita una UE prácticamente huérfana de líderes a la altura de los desafíos políticos, económicos y existenciales de la época.