Madrid volvió a acoger ayer a cientos de miles de personas de todo el mundo para celebrar el Orgullo LGTBI, que dos años después del inicio de la pandemia se consolida como la fiesta más multitudinaria de Europa. Ni siquiera la coincidencia con dos señalados festivales de música o el robusto regreso de los Sanfermines diluyeron la gran asistencia a una jornada que, salta a la vista, proyecta la imagen de una España hospitalaria, abierta y tolerante.

Resulta evidente que no fue siempre así para el colectivo. Que, en el largo viaje desde la primera manifestación (en 1977) hasta hoy, una amplia mayoría de la sociedad española ha integrado con naturalidad sus demandas de igualdad y respeto, y que ha arrinconado los discursos de odio tan presentes en buena parte del mundo.

Se cuentan con los dedos de una mano los Estados que protegen los derechos civiles del colectivo como España, que lidera los índices de tolerancia internacionales y que sirve como faro de referencia para el resto de sociedades occidentales. Especialmente, por leyes como la del matrimonio paritario, que pronto cumple veinte años, o por posibilitar la adopción de niños por parte de parejas homosexuales.

Es cierto que las estadísticas arrojan un aumento de las agresiones homófobas. Del 9% desde 2014, según el Ministerio del Interior. Pero no conviene sacar conclusiones precipitadas y concluir que España está cayendo incuestionablemente en una espiral de intolerancia. Es muy probable que los datos arrojen otra lectura. Que las agresiones y vejaciones que no se habrían denunciado o considerado tiempo atrás, ahora son atendidas, registradas y perseguidas por las autoridades como corresponde.

Quizá se deba al enorme progreso en estos derechos, y a la normalización de la homosexualidad o la bisexualidad en nuestras ciudades, que las energías del colectivo se dirijan hacia la tercera letra de la sigla. Es decir, que la mejora de las condiciones para los gais y lesbianas haya terminado por bascular el debate hacia la autodeterminación de género que recoge la Ley Trans.

Ley Trans

En este sentido, nadie duda del sufrimiento de quien se siente en un cuerpo equivocado. Nadie niega que la violencia y el desprecio padecido ha condenado a incontables personas a una vida miserable. Lo que sí merece revisión y un debate más serio, profundo y sensato es la aprobación de legislaciones que son potencialmente contraproducentes.

De ahí que la gran fiesta del Orgullo haya caído en el error de promover una mala ley, que concentra entusiasmos en la izquierda posmoderna de Irene Montero y que ha terminado por asumir el Gobierno al completo, a pesar del desconcierto de los sectores del feminismo clásico del PSOE.

Un desconcierto justificado por algunos puntos particularmente inquietantes, como aquellos que respaldan la hormonación de menores con la opinión contraria de los padres y aun a riesgo de producirles daños irreversibles. Que países pioneros en los derechos LGTBI como Suecia o Finlandia estén reculando en este aspecto debería conducir a la reflexión sobre un asunto altamente complejo que merece algo más que brochazos.