Ya no genera sorpresa Viktor Orbán, el primer ministro de Hungría, cuando se niega a asumir el consenso del resto de socios europeos para embargar el gas y el petróleo ruso. Es decir, para atacar la principal vía de financiación de la guerra de Rusia contra Ucrania.

Orbán envió ayer martes una carta al presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, para que se obvie el veto al petróleo ruso en la reunión extraordinaria convocada para la próxima semana entre jefes de Estado y de Gobierno de la Unión.

Lo que pretende Hungría, sin dejar demasiado lugar a las interpretaciones, es seguir torpedeando la decisión del resto de los países de la UE de aprobar un nuevo paquete de sanciones, el sexto, contra el régimen de Vladímir Putin.

El pretexto de Orbán es que Bruselas no ha certificado que será capaz de compensar la renuncia al crudo y el gas ruso. Según el líder húngaro, firmar este embargo es un riesgo inasumible para una economía energéticamente dependiente de Moscú como la suya.

Podría ser un argumento convincente si no estuvieran sobradamente documentados los vínculos entre Orbán y Putin. Incluso su tradicional socio en Bruselas, Polonia, es ahora uno de los más beligerantes contra Hungría por el servilismo de Budapest con el Kremlin.

Esto, a efectos prácticos, ha dejado a Orbán sin ningún apoyo relevante dentro la Unión.

¿Autócrata o demócrata?

A nadie escapa que el sacrificio que se demanda a los Veintisiete es extraordinario. Pero todos los socios han comprendido las dos razones para hacerlo. La moral, para no sufragar el sufrimiento de los ucranianos. Y la elemental: porque lo contrario es poner en riesgo la seguridad de todo el continente.

¿Qué sentido tendría aumentar exponencialmente la inversión en Defensa si, al mismo tiempo, destinamos miles de millones semanales a alimentar a nuestra principal amenaza?

Orbán repite el guion esperado. También con decisiones internas mucho más habituales en autocracias que en democracias. Coincide su negativa a cortar los ingresos de Rusia con la aprobación en Hungría del estado de emergencia, un mecanismo legal que le permite tomar decisiones extraordinarias e imposibles de adoptar en tiempo de paz.

Orbán ha argumentado que el motivo es la guerra en Ucrania y la amenaza a la seguridad de las familias húngaras. Pero ¿cómo marida esta medida con su resistencia a combatir el peligro del que presume proteger a sus gobernados? Las acciones de Orbán le delatan. Su modelo a seguir está mucho más cerca de Moscú que de Bruselas.