Los peores augurios sobre los planes de Vladímir Putin para Ucrania se van confirmando. El mandatario ruso firmó el lunes el decreto por el que Moscú reconoce la independencia de las desestabilizadas provincias ucranianas de Donetsk y Lugansk, ubicadas en la frontera este del país, y recibió la autorización de su Senado para enviar tropas al extranjero. O, lo que es lo mismo, para que la resistencia local deje de enfrentarse a las milicias prorrusas para pasar a defenderse directamente del Ejército ruso.

A nadie se le escapa que es un cambio sustancial. Tampoco que no ha pillado a la Unión Europea y la OTAN por sorpresa. Desde que a finales de 2021 el Kremlin comenzó a acumular tropas a las puertas de Ucrania, las democracias occidentales han tratado de disuadir al régimen de Putin mediante el diálogo, con reuniones que a menudo dejaron resultados desesperantes para los intereses americanos y europeos.

Resulta difícil de olvidar el ninguneo que encajaron máximos representantes de Reino Unido y Francia. El ministro de Exteriores ruso, Sergéi Lavrov, llegó a calificar el encuentro con su homóloga británica como una reunión entre “un mudo y un sordo”.

Ha sido tras el agotamiento de esta nueva primera fase de la vía diplomática, con el paso decisivo de Putin para hacerse con dos provincias ucranianas, que Occidente ha reaccionado. Los titulares de Exteriores de los Veintisiete aprobaron ayer por unanimidad una tanda de sanciones que incluye la congelación de cuentas y la prohibición de viajar a territorio comunitario de los 351 miembros del Parlamento ruso que aprobaron el ataque a la soberanía de la exrepública soviética.

El alto representante para la Política Exterior de la UE, Josep Borrell, anticipó que sólo se trata de la avanzadilla: “Hemos preferido guardar cierta capacidad de disuasión para responder a nuevas acciones por parte de Rusia, porque nos tememos que habrá nuevas acciones por parte de Rusia”.

Disuasión

Pero más importante que el mensaje de unidad y castigo de los europeos es la valiente decisión del canciller Olaf Scholz de paralizar la aprobación del estratégico proyecto gasístico de Nord Stream 2, que ha comprometido la posición alemana respecto a Rusia desde el recrudecimiento de la crisis. Se trata de un duro golpe económico para Moscú, que ya ha visto cómo su bolsa se desplomaba por encima del 10% tras el reconocimiento de Putin sobre Donetsk y Lugansk.

También es muy significativo el triple anuncio del presidente Joe Biden. Incluye la imposición de sanciones contra el círculo de Putin, el envío de más tropas a la región y la promesa de juzgar al Kremlin “por sus actos y no por sus palabras”. Y los actos que atestiguamos son actos de guerra.

Es evidente que esta es la única línea efectiva para disuadir al exagente de la KGB, que no sólo tiene el propósito de recuperar influencia en los viejos territorios del Pacto de Varsovia. Lo que está en juego es el orden de seguridad que surgió tras el colapso de la Unión Soviética y el futuro en paz de Europa.

La OTAN y la UE tienen que demostrar su compromiso con la defensa de las democracias liberales frente al autoritarismo, respaldar militar y económicamente a la resistencia ucraniana durante el tiempo que sea necesario y acosar a las elites corruptas cercanas al dirigente ruso, con poder y capital en Reino Unido, Europa y Estados Unidos. No hay alternativa para frenar a Putin. Sólo entiende la mano dura.