Las gruesas palabras y peticiones de despido pronunciadas ayer por Pablo Casado contra Nadia Calviño, inseparables del fuego cruzado que comenzó en el Congreso con el batiburrillo de acusaciones al PSOE de abandonar a su suerte a los niños, dan buena cuenta de la estrategia del PP para aprovechar las vías de agua del Gobierno. Y, a la vista de los pésimos datos económicos que arroja España, los mayores agujeros en el bajel de Moncloa se ubican en la gestión de la recuperación.

Es cierto que el líder popular sobreactúa cuando acusa injustamente a Calviño de “defraudadora fiscal” por haberse acogido a un mecanismo perfectamente legal para pagar menos impuestos. La actitud de Casado, a fin de cuentas, delata un esfuerzo por no aparentar tibieza y por replicar cierta zafiedad léxica, tristemente instalada en nuestra política, que ha dado rédito a Vox o Isabel Díaz Ayuso.

Pero es innegable que, con sus aspavientos, Casado consigue que la atención pública dirija la mirada hacia la mano derecha de Sánchez y la punta de lanza de su equipo económico. Algo que cobra sentido ante la desgraciada realidad de un país cuyo PIB cayó un 10,8% en 2020, a causa de la pandemia, y que acabará 2021 con un alza del indicador de apenas el 4,5%. A pesar de haber elaborado el Gobierno los presupuestos, que requieren una revisión, contando con un repunte del 6,5%.

Contrastan estos resultados con las palabras de Calviño en septiembre. Entonces aventuró que España sería “el país de la zona euro que más crezca tanto en 2021 como en 2022”. Nada más lejos de realidad, España es en diciembre el vagón de cola de la recuperación de la Unión Europea. Y las perspectivas económicas del país, con el agravante de la aparición de la variante ómicron y la escalada sin frenos ni precedentes del precio de la energía, no invitan precisamente al optimismo.

Poca confianza

Los españoles ya sienten la inflación en sus bolsillos, que terminará el año con un incremento cercano al 6%. Y, como estima el Banco de España, ni siquiera la milmillonaria inyección de los fondos europeos impedirá que España crezca en 2024 a un ritmo más bajo que antes de la pandemia, cuando el FMI vislumbraba una fuerte desaceleración.

De manera que España pierde pie en la gestión económica, Sánchez navega entre dos aguas (las de la moderación y las de la radicalidad) y no se dan las mejores condiciones para la confianza. Casado no dignifica la política con sus maximalismos. Tampoco Calviño al acusarlo de "desequilibrado". Pero este atributo, sea dicho, casa bien con el estado de las cuentas de España.