El anuncio de que Estados Unidos apoyará la suspensión temporal de las patentes de las vacunas para la Covid-19 en la Organización Mundial del Comercio (OMC) ha desatado un absurdo debate político e ideológico, incluso rozando lo demagógico, cuando ese debate debería ser estrictamente sanitario y técnico.

Porque la pregunta no es "¿qué es lo progresista?" o "¿servirá esto a largo plazo para debilitar a la industria farmacéutica y acabar con las leyes que protegen la propiedad intelectual?", esa vieja aspiración de una parte de la izquierda, sino "¿ayudará esta medida a acelerar la producción de vacunas?"

Y la respuesta a esta segunda pregunta, la única relevante en la actualidad, es "no".

Liberalizar las patentes no sólo no contribuirá a acelerar la producción de vacunas, sino que puede conseguir de hecho todo lo contrario: generar el caos e inundar el mercado de vacunas de calidad deficiente y que no cumplan con los estrictos requisitos que se exige a los principales actores de la industria farmacéutica

El peor momento para escenificar el enésimo intento de dinamitación del capitalismo y las pérfidas multinacionales farmacéuticas es, en fin, en plena pandemia de proporciones mundiales. Los responsables de adoptar la decisión final deberían dejar sus prejuicios de lado y abordar el problema desde un ángulo rigurosamente pragmático.

No es la solución

La industria farmacéutica ha emitido un comunicado que EL ESPAÑOL no puede más que apoyar. En él se dice que "una exención, aunque sea temporal, de estos derechos es errónea porque no es la solución al acceso de todos países a las vacunas de forma rápida y equitativa como requiere la situación actual y porque puede acarrear graves efectos no deseados". 

El comunicado recuerda que el proceso de fabricación de vacunas y de sus contenedores es extremadamente complejo "y requiere unos conocimientos específicos, una tecnología puntera, unas instalaciones adecuadas, unos equipos humanos preparados y una experiencia que, en la actualidad, sólo está al alcance de unas pocas compañías en todo el mundo". 

Sólo un ejemplo. Una sola vacuna puede llegar a requerir de 250 componentes distintos fabricados en "más de 50 instalaciones diferentes de más de 25 países".

El comunicado recuerda también que ya se han firmado más de 270 acuerdos de colaboración y de transferencia tecnológica entre "un centenar de empresas y una treintena de países". Empresas y países con la capacidad de control de la producción que necesitan esos componentes de las vacunas. En algunos casos, esas empresas son competidores directos de las multinacionales propietarias de la patente original.

Problemas para soluciones

Llegar hasta el punto actual no ha sido fácil. El vigente sistema de patentes es el que ha permitido a la humanidad alcanzar los mayores niveles de protección sanitaria de la historia. Desarrollar patentes requiere tiempo, talento e inversiones multimillonarias. Algo de lo que da fe el hecho de que sólo uno de cada 1.000 compuestos analizados llega a convertirse en medicamento. 

Transferir tecnología y patentes a empresas menores que no han invertido tiempo, talento y dinero en el desarrollo de estas no sólo es un atentado al sentido común, sino que pone en peligro el único incentivo que existe para el desarrollo de patentes farmacéuticas y la investigación de nuevos medicamentos. También pone en peligro el producto en sí: saltarse pasos siempre implica riesgos. 

El problema, en resumen, no es del coste de producción de la vacuna en sí, relativamente pequeño, sino el de desarrollo de la patente, el de la capacidad de producción, el del envasado (y su fabricación) y el de la distribución. Es ahí donde se están presentando los problemas. 

La liberalización de las patentes genera un problema allí donde había una solución mientras se olvida de los verdaderos problemas. No caigamos en infantilismos: no existen soluciones mágicas para la producción y la correcta distribución de las vacunas.

La iniciativa COVAX, liderada por la OMC, podría ser el camino para ello. Pero conviene huir de los atajos milagrosos. Sobre todo cuando estos llegan rebozados de supuestas buenas intenciones en boca de aquellos que no conocen, o fingen no conocer, la complejidad del mundo real. Aquello, en fin, que pretenden aplicar soluciones sencillas a problemas complejos.

Eso, y no otra cosa, es el populismo. El camino más fácil y también el más equivocado