La opinión pública es clara a propósito de la violencia que suscita Pablo Hasél y la connivencia silenciosa, cuando no instigación, del ala populista del Gobierno. El 83% de los españoles le pide a Pablo Iglesias que condene los actos vandálicos que venimos viviendo. Estamos hablando de un vicepresidente del Gobierno que, cuando menos, está de perfil frente a los violentos. En este sentido, hay que consignar dos elementos fundamentales: tanto la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, como la portavoz de Más Madrid en el consistorio de la capital, Rita Maestre, han criticado el vandalismo. Con todo lo que supone esta actitud en la izquierda radical.

Es de sentido común. La encuesta de SocioMétrica que publicamos en EL ESPAÑOL aclara que más de la mitad de los ciudadanos considera que Iglesias incita la violencia pro Hasél y un 77% que la está justificando. No hay debate posible ante la evidente condena de la sociedad hacia unos altercados que superan, con creces, la libertad de manifestación. En el otro lado sólo un 12% cree que la posición de UP no es reprochable.

Imagen de víctima

La imagen de víctima que venden de Hasél y que él mismo ha vendido ya no cuela; el 73% tiene claro que el rapero ha incitado el vandalismo. ¿Cómo, a partir de aquí, justificar lo injustificable? Ésta es la pregunta, en esencia, que se hacen los electores de todo el espectro político, aunque en el seno de Podemos es menos nítido. Un 43,9% de los afines al partido violeta pide una condena pública mientras que un 43,5 piensa lo contrario.

El difícil lugar en el que se encuentra Iglesias no debe admitir medias tintas en lo que a valores fundamentales de la democracia se refiere. O sigue de lado mientras se queman las calles mostrando la cara más real del populismo o toma sentido democrático y de Estado.

La miopía

En Cataluña hay una disfunción en la creencia de que este rapero es un mártir, la misma disfunción que lleva a afirmar que hay presos políticos. Una disfunción de creencias que se cifra en datos: si la mayoría de ciudadanos (63%) considera que hay libertad de expresión plena en nuestro país, un 41% de catalanes tiene la opinión contraria. Nada más significativo de la atmósfera de sesgos y miopía que se vive en la región.

El mismo caldo de cultivo en el que se confunde libertad de expresión con agresión. Los españoles no son tontos cuando se han dado cuenta de que la figura de Hasél no es más que un relato que quiere implantar el populismo. Un cuento chino peligroso.

Sesgo sobre la libertad

La gravedad de la situación tiene un correlato aún más preocupante con unos Mossos d’Esquadra politizados y con los disturbios más alarmantes. La Generalitat también juega al despiste para no contrariar a una CUP que tiene la llave de cualquier gobierno separatista. De hecho, son los antisistema los que han presionado para que, tras la reunión de los sindicatos policiales, se revisen los protocolos de actuación de los Mossos. Éstos pedían respaldo público tras una sensación de abandono; se llevan otro examen que presupone, en alguna medida, su presunta negligencia.

Resulta paradójico que el mismo partido que defiende la supuesta libertad de expresión encarnada por Pablo Hasél proponga una censura previa con objeto de controlar al cuarto poder. Al populismo se le ven las costuras de su intolerancia. O se denuncia o se le entrega gratuitamente la dirección del relato sobre las libertades.

Claridad ante todo

Ante un futuro más que incierto por la crisis en ciernes, la paz social es condición sine qua non para salir de las catastróficas secuelas de la pandemia, algo que parece complicado, si no imposible, con un partido que azuza disturbios y tiene entre sus planes implosionar el sistema constitucional.

Los ciudadanos se han dado cuenta de que Hasél no es más que el personaje que utiliza el populismo para afianzar su relato; la encuesta atestigua el repudio a los altercados y exige su cese. Exudar odio saldrá caro en las urnas. Y desde dentro de la izquierda ya han caído en la cuenta de que la causa de Hasél es errónea y falaz.

Le toca a Iglesias decir con luz y taquígrafos si está con los violentos o si el apoyo al músico detenido es mera retórica para los más dogmáticos de sus bases menguantes. Nuestra encuesta y el sentido común prueban que el vicepresidente segundo ni puede ni debe incendiar las calles. Lo contrario, el caos amparado desde arriba.