La imagen de Donald Trump proclamándose ganador de las elecciones sin aguardar al escrutinio final de los votos y cuando aún hay Estados clave por definirse, no es la del presidente de la primera democracia del mundo, es más propia de Maduro en Venezuela. 

Un verdadero demócrata respeta el voto de las urnas, y si los resultados están tan ajustados como en esta ocasión, debe esperar al recuento definitivo. ¿Qué problema hay en ello? Eso es lo que ha hecho Joe Biden.

Trump, sin embargo, ha optado por romper la baraja, ha hablado de "fraude" y de "robo", ha animado irresponsablemente a sus votantes a celebrar la victoria y pretende que la Corte Suprema interrumpa el recuento, como si hubiera derrotado por KO a su rival. Nada más lejos de la realidad. Ahora mismo hay cuatro Estados -Pensilvania, Georgia, Wisconsin y Michigan- que podrían inclinar la balanza hacia uno u otro lado. 

Pulso al Estado

Estamos, por tanto, ante un pulso al Estado de Derecho -otro más- de Trump, que intenta ganar en los despachos lo que está por ver que haya ganado en las urnas. Unos despachos que, por lo demás, ha intentado acomodar a su causa, dinamitando la división de poderes. Es inconcebible que el presidente de una gran democracia actúe como un autócrata o como un antisistema, discutiendo permanentemente unas reglas de juego que le han permitido llegar al gobierno.

Durante la campaña, Trump ha cuestionado el voto por correo y ha intentado por todos los medios dejar sin legitimidad una posible victoria Demócrata, presentando la alternancia política como una aberración. Ese comportamiento sólo puede acrecentar la polarización y la brecha entre los estadounidenses, y traducirse en lamentables consecuencias en la calle.

Identidad amenazada

Lo que está claro es que no ha habido el vuelco electoral que pronosticaban unas encuestas que se han vuelto a equivocar, igual que hace cuatro años. Se demuestra que Trump sabe manejar las pulsiones de una América profunda que tiene miedo a perder su identidad en un mundo en el que mengua paulatinamente el liderazgo de los Estados Unidos. El problema es que no parece que el Republicano sea el mejor remedio para esa situación.

A los estadounidenses les esperan horas, quizás días tensos, hasta que se resuelva un enredo al que contribuye, es cierto, su farragoso sistema electoral, pero del que Trump trata de sacar tajada de forma insensata. Las espadas siguen en lo alto, por más que el candidato Republicano se autoproclame presidente en un espectáculo bochornoso para una democracia digna de ese nombre.