La comparecencia conjunta de este martes de Nadia Calviño y Pablo Iglesias para explicar sus medidas contra la crisis ha servido para visualizar las dos almas del Gobierno. Mientras la titular de Economía trataba de mandar mensajes de aliento a las empresas, el vicepresidente persistía en la senda ya abierta por su compañera Yolanda Díaz de criminalizarlas.

Si lo que perseguía Sánchez era esceneficar unidad, el tiro le ha salido por la culata. Las incoherencias y las reticencias dentro del Ejecutivo son flagrantes y afloran en el peor momento. Hasta el PNV parece haberse dado cuenta.

Fiscalización

Por si fuera poco, cuando los españoles precisan claridad, su presidente parece decidido a jugar con los tiempos parlamentarios. Dado que controla la Mesa del Congreso, comparecerá ante la Cámara cuando le convenga. Esta semana ya está claro que no, y veremos si lo hace la siguiente.

La excepcionalidad del momento obliga a que la fiscalización del Ejecutivo no se reduzca a redundantes ruedas de prensa virtuales de los ministros. Precisamente porque Sánchez dispone de plenos poderes, debería ser quien con más razón se sometiera ahora al control parlamentario.

Transparencia

Sus últimas medidas no gozan ya del consenso mayoritario, ni de los partidos políticos ni de los ciudadanos. Sin embargo, el Gobierno parece haberse instalado en una realidad paralela -la que más le conviene- tratando de mostrar una unidad ficticia y una autoindulgencia preocupantes.

Una muestra la encontramos en la actitud de Marlaska y del portavoz de la Policía, el comisario José Ángel González. Ambos aseguran que ningún agente en España ha hecho una sola actuación sin el material de protección adecuado. Los policías ya les han emplazado a patrullar con ellos para que pisen la tierra.

Con todo, lo más importante es que los ciudadanos merecen claridad y transparencia para saber que sus esfuerzos no son en vano. Y no la están encontrando.