No por vaticinada, la apabullante victoria del conservador Boris Johnson en las elecciones británicas -logra 364 diputados y supera sus mejores expectativas- supone una nueva bofetada a los valores que han hecho grandes a las democracias occidentales. El triunfo del archidefensor del brexit, que consumará el divorcio con la UE el próximo 31 de enero, lo es también del nuevo populismo.

Johnson es un político tramposo que ha hecho de las medias verdades, cuando no directamente de la mentira, su principal activo. Ni siquiera la circunstancia de que la alternativa, Jeremy Corbyn, era incluso peor, puede servir de consuelo. Corbyn, cargado de recetas obreristas anticuadas y poco dado a la gestión de lo real, ha sido incapaz de canalizar el descontento de los europeístas británicos. Su estrepitoso fracaso ha de dar paso a un nuevo liderazgo en el Partido Laborista.    

Habrá consecuencias

Lo que revelan estas elecciones es que en un país que encarna una de las tradiciones parlamentarias más antiguas y es símbolo de democracia y cosmopolitismo han ganado las consignas del rechazo a los de fuera y del miedo a la globalización aderezadas con todo tipo de falacias económicas. A buen seguro, Johnson intentará seguir explotando ese filón a la hora de afrontar la nueva situación económica que le espera a Reino Unido tras su desvinculación de Bruselas.

No son pocos los economistas que anuncian una próxima recesión en Reino Unido. Piénsese que un 30% de las importaciones del país proceden de Alemania, Holanda, Francia y Bélgica. En ese sentido, las consecuencias amargas que sin duda tendrá el brexit en el continente, son mucho menores que las que una mayoría de expertos vaticinan al otro lado del Canal.

Algunas de esas consecuencias empiezan ya a asomar. El triunfo del nacionalismo escocés, que ha obtenido un resultado histórico con una campaña basada en reclamar la independencia, es un ejemplo. Y es que los escoceses son partidarios mayoritariamente de permanecer en la UE.

Más y mejor Europa

El resultado de estos comicios nos habla de la necesidad de poner coto a los nacionalismos, a los populismos y los extremismos. Urge, entretanto, reconfigurar la propia UE y reforzarla en estos tiempos de debilidad interna, porque sigue habiendo voluntad de paz, democracia, progreso y bienestar. 

Lo único positivo de este resultado es que la UE ya sabe qué tiene que negociar y con quién, con la seguridad de que lo que acuerden se aprobará en un Parlamento con mayoría conservadora gracias a un sistema electoral que busca evitar los bloqueos políticos a toda costa.

Pese a que hoy parece más espesa la niebla que se interpone entre Dover y Calais, continuamos siendo parte de un mismo empeño por encima de políticas mezquinas. Hay lazos más profundos, mucho más profundos en Europa que resistirán las embestidas del nuevo inquilino de Downing Street y también a su brexit duro. Se verá en el tiempo. Pero ahora toca adaptarse al nuevo escenario y trabajar para poner de manifiesto lo errados que están Boris Johnson y quienes han querido ver en él a un salvador.