La aparición este lunes del cadáver de una turista en Can Tunis, Barcelona, vuelve a poner el foco sobre la inseguridad que abate a la Ciudad Condal. EL ESPAÑOL da cuenta de los insostenibles datos de delincuencia que afectan a la capital catalana: sólo en la ciudad, y en lo que llevamos de verano, se habrán cometido siete homicidios si se confirma el de Can Tunis. Una cifra que, por sí sola, habla de la dejación que en materia de seguridad ciudadana sufre la segunda ciudad del país. Barcelona es la ciudad española más peligrosa y una de las más inseguras de las grandes urbes europeas.

Que en Barcelona se cometan 22 delitos a la hora no parece afectar lo más mínimo a su alcaldesa, Ada Colau, que ya en su primer mandato al frente del consistorio dio muestras no sólo de una irresponsable gestión para evitar la delincuencia, sino de alentar la persecución al turista cuando el turismo es la principal fuente de ingresos en la ciudad. 

Ocurrencia

Claro que en Barcelona se da la tormenta perfecta para que la delincuencia campe a sus anchas: por una parte se ha relegado a la Guardia Urbana a tareas de control del tráfico y de las ordenanzas en tanto que los Mossos, insuficientes, son los encargados de velar por la seguridad ciudadana. En las calles barcelonesas, y como denuncian los sindicatos policiales, faltan 1.800 agentes autonómicos para cumplir el ratio que garantice un mínimo dispositivo.

Y a nadie se le escapa que la reorganización de los mandos de la policía autonómica obedece más a los caprichos políticos de Quim Torra que a las necesarias razones de orden público. En realidad, es comprensible el hartazgo de los barceloneses cuando se constituyen en patrullas de voluntarios o recurren a la seguridad privada, y más aún cuando su alcaldesa concibe el control policial de la delincuencia como un ejercicio de coacción a las libertades. Todo un disparate que viene reforzado, además, por la ocurrencia de Colau de instalar la figura del agente cívico, una suerte de sereno que no tiene capacidad de detener ni de identificar a los malhechores. 

Marginalidad

Barcelona debería copar portadas como una ciudad referente en el marco europeo por sus innumerables atractivos y por su peso específico como metrópoli de primer orden, y no por ser la capital que alentó a un sindicato de manteros, una urbe en la que el turista no es bienvenido y que se ha convertido en un paraíso para las bandas de carteristas.

El orden cívico no es una cuestión ideológica, y Barcelona no puede convertirse en la tumba de la convivencia por culpa de la irresponsabilidad de sus gobernantes. De poco sirve que Colau asegurara hace un mes que no sale a cuenta "venir a robar en Barcelona" cuando los datos prueban que rige una ciudad sin ley. Por su irresponsabilidad y por la de Quim Torra, la ciudad de los prodigios que escribió Eduardo Mendoza lleva camino de convertirse en la ciudad de los desechos. Costó mucho erradicar la marginalidad de la Barcelona con el impulso de los Juegos Olímpicos de 1992 para que ese hito, ahora, se desvanezca en una guerra política estéril entre Ernest Maragall y el equipo de gobierno del Ayuntamiento.