Este sábado se cumple un año de la moción de censura presentada por Pedro Sánchez a Mariano Rajoy que provocó el cambio de gobierno y una cadena de acontecimientos que han acabado por dar un vuelco al país.

En tan sólo doce meses España ha vivido un carrusel político endiablado al afrontar elecciones fundamentales: primero las andaluzas, luego las generales adelantadas y al final la triple cita electoral del pasado domingo. Y todo ello con el desafío independentista como telón de fondo.

Oportunidad

El órdago de Sánchez no sólo sirvió para consolidar su liderazgo en un PSOE entonces alicaído. También para demostrar la escasa altura política de un Rajoy que, en lugar de dar un paso al lado -como le ofreció su rival para retirar la moción-, prefirió asistir a su final político desde un bar. 

Nunca sabremos ya cuál hubiera sido el futuro de España de haber dimitido Rajoy. Sí sabemos que Sánchez aprovechó la oportunidad para resucitar al PSOE desde la Moncloa, valiéndose de todos los resortes que ofrece el poder.

Crisis

En todo este tiempo, la suerte del PSOE ha sido la desgracia del PP, que ha entrado en crisis sin paliativos. Aunque se intentó rearmar en unas primarias que ganó con brillantez Pablo Casado, los resultados electorales han puesto al nuevo líder contra las cuerdas. Pero Casado no hace sino pagar los platos rotos del marianismo: incapaz de definir un proyecto político y fiarlo todo a una tecnocracia incapaz de abordar los grandes desafíos del Estado.  

La realidad es la que es. Por las consecuencias derivadas de la irresponsabilidad de Mariano Rajoy, el PP se bate en una profunda crisis y España sigue viéndose chantajeada por sus enemigos. Ante esto, sólo cabe confiar en que Sánchez pueda gobernar con sentido de Estado y sin las hipotecas del separatismo y del populismo. Ese es el legado del ex presidente.