La instantánea de la reunión en Moncloa entre Pedro Sánchez y Pablo Casado tiene una primera lectura: visualiza el inicio de un nuevo tiempo político. Ese tiempo coincide además con unos datos del CIS que, aunque sorprendentemente buenos para el PSOE -se adivina ahí la mano del cocinero socialista José Félix Tezanos-, revelan un lógico reordenamiento de fuerzas tras el cambio de Gobierno.

La cita entre el presidente y el líder de la oposición se producía, además, 24 horas después de la llamada "comisión bilateral" entre el Ejecutivo y la Generalitat, y después, también, de los graves ataques de Quim Torra a Felipe VI, circunstancias que no desaprovechó Casado.

La cuestión nacional

El líder del PP quiso dejar claro ante Sánchez que su prioridad será la unidad de España. Y ahí le marcó una serie de líneas rojas tanto de índole político como penal. Casado ofreció su mayoría en el Senado para articular un nuevo 155, dijo que no consentirá ningún "ultraje" al Rey en sus visitas a Cataluña y anunció su intención de volver a tipificar como delito la convocatoria de referéndums ilegales, como el del 1-O.

La contundencia de Casado en la definición de los límites sobre los que debe moverse el Ejecutivo contrastó con la actitud de Pedro Sánchez, que rebajó el tono de la respuesta dejando que fuera Cristina Narbona la que diera la réplica desde la sede del PSOE a una hora intempestiva.

Casado se reivindica

La postura de Casado indica que pretende reivindicarse como líder de la oposición con un discurso mucho más definido que el mantenido por Mariano Rajoy en relación a la cuestión nacional. Sus palabras, de hecho, están mucho más en la línea mantenida por Albert Rivera estos meses que en la de su antecesor, que apadrinó la operación diálogo.

PP y Cs hacen bien en insistir en la definición de los perfiles del constitucionalismo, desdibujados por el empeño del PSOE en ese propósito condenado al fracaso de buscar el entendimiento con los separatistas.