Mariano Rajoy ha llegado al final de la escapada. Un desenlace anunciado que le hará pasar a la historia con el oprobio a cuestas de ser el primer presidente del Gobierno a quien el Congreso de los Diputados destituye de su puesto, si finalmente no presenta su dimisión antes de la votación de este viernes.

El todavía presidente del Gobierno hizo evidente su desprecio al Parlamento y a los ciudadanos al saltarse olímpicamente la sesión de tarde del pleno histórico que debatía su destitución. Una vergüenza aumentada por el hecho de que su sillón de la bancada azul estaba ocupado por el bolso de la vicepresidenta: las formas son importantes, señor Rajoy, señoras y señores del Partido Popular.

Ahora, si se confirman las primeras informaciones procedentes de su grupo, el defenestrado Rajoy aspira a convertirse en el líder de la oposición y seguir maniatando el futuro inmediato del Partido Popular. Pero esa decisión dejaría la duda de si quiere seguir anclado a su acta de diputado precisamente para seguir siendo aforado y afrontar un posible horizonte penal con más garantías.

El último clavo en el ataúd

Paralelamente, Pedro Sánchez está a un paso de convertirse en el primer presidente que llega a la Moncloa sin el aval de las urnas. Lo hace curiosamente tras los peores resultados cosechados en su historia por el Partido Socialista. Ha sabido reinventarse y manejar bien los hilos de la moción, negociando voto a voto sin levantar recelos.

El estrambótico golpe de efecto de apoyar los Presupuestos que había combatido ferozmente hace ocho días es casi tan sorprendente como el cambio de aliado del PNV, que tras sacarle a Rajoy 540 millones en esas cuentas, ha sido el encargado de clavar el último clavo en su ataúd.

Ni gobierno zombie ni gobierno Frankenstein

Puede decirse que Pedro Sánchez ha ganado la batalla de la moción de censura pero que ha perdido la de la estabilidad institucional. Sus compañeros de viaje, especialmente los nacionalistas catalanes y vascos, sólo pueden generar intranquilidad. E intentar gobernar con 84 diputados y 22 partidos se nos antoja simplemente imposible.

Albert Rivera, mientras tanto, se ha convertido en el centro de casi todos los ataques. PP, PSOE y Podemos, por no hablar de los nacionalistas, arremetieron contra el líder de Ciudadanos por estar en contra tanto de un gobierno zombie como de otro Frankenstein; tanto de un Gobierno corrompido hasta el tuétano como de otro que se pone en manos de aquellos que quieren acabar con la unidad España.

Rivera se queda como el último baluarte en defensa de la regeneración política y de la España constitucional. Y pide, una vez más, que hablen los españoles: elecciones, elecciones y elecciones.