El anuncio de Puigdemont de que acudirá este jueves al Senado para presentar sus alegaciones contra la aplicación del artículo 155 demuestra el error del Gobierno de haber presentado esa medida constitucional como una mera fórmula para convocar elecciones en Cataluña. El presidente de la Generalitat puede, de esta forma, seguir alimentando el victimismo y airear, dentro y fuera de España, su voluntad de diálogo. 

Da igual que esa voluntad sea falsa. De hecho, cuando Puigdemont tuvo ocasión de acudir al Congreso o a la Conferencia de presidentes dio un sonoro portazo. Pero ahora, acudir a la Cámara Alta conviene a su relato del martirologio catalán.

¿Borrón y cuenta nueva?

En su discurso del 3 de octubre, el Rey dejó claro por qué había que asegurar urgentemente "el orden constitucional y el normal funcionamiento de las instituciones". Felipe VI habló de la "deslealtad inadmisible hacia los poderes del Estado", del quebrantamiento de "los principios democráticos de todo Estado de Derecho", de la puesta en riesgo de "la estabilidad económica y social de Cataluña y de toda España" y del intento de romper "la unidad de España y la soberanía nacional". Son argumentos que justifican acudir al artículo 155.   

En cambio, la forma escogida por Rajoy para aplicarlo, traslada la idea de que se trata de un simple recurso contra la negativa de Puigdemont a adelantar las elecciones. Sólo así se entiende que desde el Gobierno se diga que lo retirará si el presidente catalán acaba llamando a las urnas, como si pudiera hacerse borrón y cuenta nueva, como si nada de lo denunciado por el Rey hubiera ocurrido.

La difícil prórroga del 155

Que habrá que convocar elecciones en algún momento en Cataluña resulta obvio. Pero no se puede convertir la suspensión de facto de la autonomía en un mero elemento preparatorio de esos comicios. 

El error del Gobierno se completa con la decisión de limitar a seis meses el plazo de aplicación del 155. En primer lugar, porque es imposible desmontar en ese tiempo una estructura consolidada durante años. Pero también porque convierte cualquier movimiento a partir de ahora en un acto de precampaña electoral. Y en el caso de que finalmente el Gobierno comprobase que no ha podido restablecer el orden en seis meses y planteara una prórroga del 155, esa sería la prueba de su fracaso, y muy probablemente ya no contaría con el apoyo del PSOE. La vacilación de Rajoy puede hacer que se pille los dedos. Si es que no lo ha hecho ya.