Hace dos meses, Pablo Iglesias anunció como una genialidad su decisión de hacer coincidir el congreso de Podemos con el del PP. Buscaba dos objetivos: seguir consolidando la imagen de que Podemos es el auténtico rival del PP y demostrar ante la opinión pública que frente a una organización moderna y democrática -la suya-, el PP no resistía la comparación. El tiro le ha salido por la culata.

Los populares están eufóricos, y con razón. La deriva de Podemos, convertido en un gallinero como consecuencia de la guerra abierta entre Iglesias y Errejón, permitirá a Rajoy presentarse en su cónclave como el garante de la cordura y la estabilidad, frente a un Podemos que encarna por méritos propios el conflicto y la anarquía. En definitiva, un partido de gobierno frente al ejército de Pancho Villa.

El ruido del vecino

Ni en sus mejores sueños Rajoy habría imaginado este desenlace, sobre todo porque el congreso del PP tiene graves carencias, desde falta de democracia interna a ausencia de debate real. Todo eso pasará ahora inadvertido gracias al ruido de sus vecinos de congreso. 

Estamos ante el último servicio de Iglesias a Rajoy. Primero, la pinza formada por ambos fomentó un maniqueísmo que sirvió para polarizar el voto y engordar los extremos. Después, prefirió dinamitar la investidura de Pedro Sánchez a facilitar la jubilación de Rajoy, abortando así la posibilidad de un gobierno reformista de la mano del PSOE y Ciudadanos. El líder del PP aumentó su ventaja en las siguientes elecciones y hoy repite como presidente del Gobierno.  

Iglesias, que ya falló estrepitosamente al creer que la coalición con IU le acercaría a la Moncloa, ha vuelto a ver cómo se le rompe el cuento de la lechera con su congreso simultáneo. Cualquiera diría que cuando más necesita Rajoy que le echen una mano, ahí está Iglesias para ir en su auxilio. Por eso, aun cuando ambos empezaron formando un matrimonio de conveniencia, el líder de Podemos ha terminado ejerciendo más de tonto útil.