Dos días después del fallido golpe de Estado en Turquía, empezamos a comprobar que la principal víctima del intento de sublevación será la democracia. Más de 6.000 personas han sido detenidas, una cifra que, según ha avanzado el ministro de Justicia, seguirá creciendo. A esto se suma el arresto de casi 3.000 soldados, entre ellos decenas de generales, y la destitución de unos 3.000 jueces.

La asonada le ha venido a Erdogan como anillo al dedo en su intento por ampliar sus poderes. Así lo ha reconocido el propio presidente turco, que al poco de recuperar el control del país afirmó: “el intento del golpe de Estado es una bendición de Alá que permitirá limpiar el Ejército”. Turquía ha tomado una deriva cada más autoritaria bajo su liderazgo. Ahora, Erdogan tiene la excusa perfecta para llevar a cabo una caza de brujas que lamine a la oposición política y a sus críticos en el Ejército y en la Justicia.

Un enclave estratégico

El ministro francés de Exteriores, Jean-Marc Ayrault, ha advertido este domingo de que el intento de sublevación no debe suponer para Erdogan un "cheque en blanco". La preocupación de los líderes europeos es comprensible, teniendo en cuenta la importancia estratégica de Turquía. Con un pie en Europa y otro en Asia, el país es un actor clave no sólo en la crisis de refugiados, sino también en la lucha contra el Estado Islámico y la defensa de Occidente.

En este sentido, las acusaciones lanzadas desde el Gobierno de Erdogan de que Estados Unidos podría estar tras el levantamiento militar son especialmente preocupantes. El Ejecutivo turco atribuye el golpe al adversario político de Erdogan, Fettulah Güllen, que vive desde hace años en un exilio autoimpuesto en EEUU, y ha pedido su extradición. La tensión entre los dos países fundamentales de la OTAN podría dificultar la coalición internacional contra el ISIS, ya que Washington ha lanzado varias ofensivas desde su base militar en Turquía, considerada uno de los principales focos golpistas.

Un socio incómodo

El Gobierno de Ankara es un socio tan incómodo para la UE como necesario. Se ha visto con el problema de los refugiados y es evidente en la lucha contra el yihadismo. Ahora bien, las crecientes medidas autoritarias y los abusos de libertades civiles que se han ido sucediendo en este país hacen que la UE no mire con buenos ojos a Erdogan.

Turquía seguirá siendo un aliado indispensable. Sin embargo, ante el inicio de una nueva era más represiva, la UE no puede quedarse de brazos cruzados. Bruselas debe presionar para que los derechos civiles de la sociedad turca no sean los grandes perjudicados del levantamiento militar. Y no puede olvidarse que la defensa de la legalidad en este caso supone consolidar un régimen teocrático regido por el Corán. Desde el punto de vista occidental, el modelo de sociedad que defendían los militares sublevados era paradójicamente más democrático.