Emiliano García Page, presidente de Castilla-La Mancha, en un acto con Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, en 2022.

Emiliano García Page, presidente de Castilla-La Mancha, en un acto con Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, en 2022. PSOE

Columnas LOS PESARES Y LOS DÍAS

De 'remake' en 'remake' hasta la derrota final

Sánchez está decidido a seguir resistiendo numantinamente aunque deje un reguero de cadáveres por el camino. Y para ello necesita neutralizar cualquier asomo de oposición controlando todas las federaciones.

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La resaca postelectoral de Extremadura ya ha pasado, pero no así el pasmo de quienes siguen sin penetrar en las incomprensibles razones tras la designación del peor candidato imaginable a la Junta en cualquiera de los mundos posibles.

La hipótesis que se ha barajado para intentar explicar este movimiento aparentemente suicida es la conveniencia, con vistas al próximo juicio, de que Miguel Ángel Gallardo, al convertirse en diputado autonómico, se hiciera acreedor el fuero.

De hecho, ha dimitido este lunes como líder del PSOE extremeño sin renunciar a su acta de diputado.

Pero cada vez se perfila con más claridad que el verdadero motivo del respaldo a Miguel Ángel Gallardo es el mismo por el que Pedro Sánchez ha enviado a morir al resto de plazas en disputa en los meses por venir a otros candidatos tan poco competitivos como María Jesús Montero en Andalucía, Pilar Alegría en Aragón, Diana Morant en Valencia u Óscar López en Madrid.

Y es que entre las prioridades de Sánchez figura más alto su perpetuación personal que la victoria en las distintas elecciones autonómicas.

Sánchez está decidido a seguir resistiendo numantinamente aunque deje un reguero de cadáveres por el camino. Y para ello necesita neutralizar cualquier asomo de oposición dentro del partido: la nominación de correligionarios adictos en las distintas baronías es la mejor forma de lograrlo.

La nueva ministra de Educación, Milagros Tolón, y la actual ministra de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, Elma Saiz, nueva portavoz del Gobierno, este lunes durante el acto en el que han prometido sus cargos ante el Rey.

La nueva ministra de Educación, Milagros Tolón, y la actual ministra de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, Elma Saiz, nueva portavoz del Gobierno, este lunes durante el acto en el que han prometido sus cargos ante el Rey. Efe

Elocuente prueba de la vocación de Sánchez por controlar todas las federaciones socialistas son los cambios introducidos en su equipo en el día después de las elecciones.

Registrado cotas récord de irresponsabilidad política, Sánchez no sólo no estimó necesario en su rueda de prensa del lunes pronunciarse siquiera sobre el descalabro extremeño, sino que ha abundado en el mismo itinerario de aherrojar Ferraz desde Moncloa.

El nombramiento de Milagros Tolón, declarada enemiga de Emiliano García-Page, sólo puede verse como un movimiento encaminado a minar el liderazgo del díscolo presidente castellanomanchego con la interposición de una posible sucesora sanchista.

Y lo mismo vale para la designación de Elma Saiz como nueva portavoz del Gobierno, indiciaria de que el presidente quiere promocionar a este perfil de su confianza en detrimento de una María Chivite a la que da por amortizada.

Junto con el sometimiento de la estructura territorial del PSOE, la otra pata del plan de perpetuación es inflar el crecimiento de la derecha radical, como el que ha estimulado Gallardo en Extremadura. Inhibirse de la competición electoral con su rival y dejar que el PP acuse el desgaste de lidiar con Vox, instilar un escenario mental de ingobernabilidad debido a las derechas y sacar rédito de ese caos.

Tan falta de inspiración está la cortesanía de spin doctors que sólo puede aspirar a un remake del guion del 23-J: capitalizar el hundimiento autonómico de las siglas socialistas (precipitado por el propio Sánchez) para erigirse como el único referente capaz de frenar, en unas elecciones generales, a una ultraderecha crecida a lo largo de toda la geografía española

Pareciera que el resultado de las extremeñas, con la decepcionante marca de María Guardiola y el subidón de Vox, le permite a priori replicar esta narrativa.

Pero el problema es que la estrategia de instigar el miedo a la ultraderecha ha dejado de funcionar. Aunque el rechazo a Vox fuera el mayor vigorizante del electorado izquierdista en 2023, ya no surte el mismo efecto movilizador.

Así lo acreditan los datos de SocioMétrica sobre la transferencia de voto en el ensayo extremeño: Sánchez no ha logrado ni galvanizar a la izquierda (60.000 de sus votos han ido a parar a la abstención), ni tampoco dividir el voto del bloque de la derecha (otras casi 30.000 papeletas del PSOE se han fugado al PP, mientras los dos partidos han crecido simultáneamente).

Sánchez podría estar así reincidiendo en el error Mitterrand. El presidente socialista se afanó por impulsar al Frente Nacional, hasta que la competición electoral se acabó decantando entre las dos derechas, quedando el Partido Socialista francés reducido a un convidado de piedra.

El presidente parece creer que los votantes que le den la espalda en las autonómicas volverán a apoyarle en las generales. Pero lo único que logrará es convertir al PSOE en un partido minoritario.

Seguramente cuente con que su modelo de poder personalista y supeditado al circuito electoral vasco-catalán, al implicar la inmolación de la estructura del PSOE en el altar del Gobierno, conducirá a ese escenario afrancesado.

De ahí que como última ratio se baraje abandonarse abiertamente a la vía frentepopulista: un PSOE antisistema concurrente en una alianza con los nacionalismos periféricos y la extrema izquierda para cerrarle el paso a la derecha, tal vez en el marco de algún tipo de "envite constituyente", según ha postulado José Antonio Zarzalejos.

Así se entiende que, en lugar de enderezar el rumbo tras el desastre extremeño, Sánchez haya optado por doblar la apuesta plurinacional: el día después, ya estaba revalidando su pacto con Bildu, y con el nuevo año se aplicará a restañar la amistad con Junqueras y Puigdemont.