Las secretarias y portavoces de Igualdad del PSOE aplauden a Pedro Sánchez.

Las secretarias y portavoces de Igualdad del PSOE aplauden a Pedro Sánchez. EFE

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El #MeToo del PSOE

No quiero un feminismo patriarcal y condescendiente que me disuada de denunciar con nombres y apellidos en Fiscalía porque me hará pasar por un proceso que no seré capaz de gestionar.

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Hoy he leído la palabra "contundente" más veces que en el resto de mi vida junta.

"Contundente" ha pedido la alcaldesa socialista de La Coruña que sea la respuesta a las denuncias contra José Tomé, presidente de la Diputación de Lugo, por acoso sexual.

Un "pronunciamiento contundente" es el que ha anunciado la dirección del Partido Socialista de Galicia (PSdeG).

A las que nos hicimos adultas en la era del #MeToo de 2017 y en el 8M que inundó Madrid en 2018, nos gusta la contundencia. Se nos vendió un modelo de fraternidad feminista que nos iba a acoger como una red de sororidad ante cualquier cosa mala que nos pudiera pasar.

Una fraternidad contundente.

El mundo estaba lleno de problemas ocasionados por los hombres y el feminismo del yo sí te creo venía a darnos la solución a todos esos conflictos. Soluciones contundentes.

José Tomé en una entrevista en 2024.

José Tomé en una entrevista en 2024. Carlos Castro - Europa Press.

Yo recorrí esas calles en 2018 viendo a los niños, futuros aliados del futuro, con el símbolo feminista pintado en la cara. Yo escribí un par de tuits sobre cómo #notodosloshombres eran agresores, pero también sobre cómo todas las mujeres sabíamos de qué estábamos hablando.

El algoritmo de aquel momento era muy agradecido con el feminismo de eslogan.

El #MeToo puso de manifiesto una realidad que todo el mundo sabía y que todo el mundo callaba. Que a un hombre con poder es más difícil decirle que no y que este tipo de hombre sabría utilizar su condición para aprovecharse sexualmente de las mujeres bajo su mando.

El problema del #MeToo es que se le olvidó hacer hincapié en la segunda parte del asunto.

Quiso resaltar tanto que las mujeres eran víctimas que se le pasó recordarles que no tenían por qué serlo.

Quiso evidenciar tanto la diferencia de poder que existe entre hombres y mujeres que se le olvidó gritar que ellas no tienen por qué dejarse intimidar por ella.

Se esforzó tanto en señalar la existencia de depredadores que fue imposible escapar del rol de víctima.

Tampoco quiso reconocer que la cultura de la dominación era más fácil gracias a un discurso que había convertido el sexo en una mera transacción para la que lo único que se requería es el consentimiento.

"Chica, entre llevarle un café de más y bajarle la bragueta, ¿qué diferencia real hay?".

Algo parecido le ha pasado a la cantante británica Lily Allen.

Allen acaba de publicar su primer álbum en siete años. En él cuenta el fracaso de su matrimonio, que se va al carajo cuando ella accede a abrir la relación para que él pueda acostarse con otras.

Tantos años de feminismo para que una mujer acabe diciéndole a su marido que se acueste con prostitutas si eso es lo que necesita para ser feliz.

Esto sólo se entiende teniendo en cuenta también el irresponsable discurso que ha habido en torno al credo del poliamor pop que te promete iluminación espiritual y que te hace creer que tus límites son un constructo, pero sus ganas, no.

No te vayas de putas sin antes pedirle permiso a tu mujer podrían titularse los nuevos artículos con consejos para hombres feministas.

Veo el #MeToo que se está dando en el PSOE y me recuerda el por qué hace tiempo que perdí la fe en ese feminismo institucional y vociferante que nos sacó a las calles en 2018 gritando "sola y borracha quiero llegar a casa", sin importarle que esos dos factores representan (en esa calle que reclaman como suya y al mismo tiempo ignoran) un gran riesgo para las mujeres.

Estoy dejando de creer en cualquier tipo de feminismo que no sirva para que las mujeres sepan que cuando un baboso les hace un comentario, pueden pegarle tres gritos y marcharse cerrando la puerta detrás de ellas.

Pedro Sánchez (izquierda) y Paco Salazar (derecha), en un mitin en Dos Hermanas en 2017.

Pedro Sánchez (izquierda) y Paco Salazar (derecha), en un mitin en Dos Hermanas en 2017.

Por mucho que el portazo se lo estén dando a un rodaje de Hollywood o la sede del PSOE.

O para decirle a tu marido que vaya a terapia para tratarse su adicción al sexo y deje de usar el discurso del amor libre para justificar sus pulsiones infieles, ya que estamos.

Ya no me creo el cuento de que decir esto es responsabilizar a la mujer o poner el peso de lo sucedido sobre ella. Porque asumir tu propia autonomía no te convierte en culpable, sino en adulta.

Prefiero el feminismo que reivindica la capacidad de actuar antes que el que condena a las mujeres al canal de denuncias anónimas. Al de la burocracia. Al de "abriremos una línea de investigación".

Al del funcionario que te coge la mano mientras te asegura que "actuarán con contundencia".

Por supuesto que es una injusticia que un tío te ponga en esa situación. Pero peor aún es que calles pensando que ya te recogerá el Estado después. O esa masa informe llamada feminismo institucional. Una masa institucional que, llegado el momento, sólo pide "actuar con contundencia".

Y que sean otros los que actúen.

Me preocupa mucho que generaciones enteras de mujeres piensen que no pueden decir que no. Que cuando un tío les incomoda, no pueden hacer más que aguantarse.

Y ya luego escribirán un post en Instagram.

Que un marrano me meta mano no es mi culpa. Y por supuesto que debe ser castigado. Pero no quiero que nadie me convenza de que no tengo autonomía para cortarle esa mano si hace falta.

No quiero un feminismo patriarcal y condescendiente que me disuada de denunciar con nombres y apellidos en Fiscalía porque me hará pasar por un proceso que no seré capaz de gestionar.

No quiero un feminismo totalitario que me suplanta porque confunde protección con tutela y que convierte la vulnerabilidad en identidad política.

No es que quiera mártires. Es que quiero una narrativa que convenza a las mujeres de que no son menores de edad y de que, sí, defenderse frente a un acosador puede tener un coste injusto.

Que quizá no te crean en el partido (ese, el feminista de toda la vida) o en la empresa.

Que quizá pierdas el empleo.

Que quizá te aíslen socialmente.

Que quizá te conviertas en la incómoda del grupo.

Que quizá te llamen exagerada o conflictiva.

Y que no será justo que hagan pasar por este calvario.

Pero que podrás con todo esto, porque eres una mujer adulta.

Y que todo eso merecerá más la pena antes que convertirte en un número de un expediente que archivará un partido en función de si el escándalo que representas le viene mejor o peor para su campaña.

Eso sí que sería verdadero empoderamiento.