Caos en una estación de Renfe.

Caos en una estación de Renfe. EFE

Columnas EL PANDEMONIUM

Puro racismo

Si los políticos españoles son incapaces de lograr que los trenes salgan a su hora cuando los viajeros aumentan un ridículo 3%, ¿cómo van a gestionar un incremento de dos millones de inmigrantes en sólo tres años?

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Este miércoles un ex ministro me ha llamado "racista" por reproducir las cifras del Censo Anual de Población publicadas esta semana por el Instituto Nacional de Estadística (INE).

Es verdad que a las cifras yo he añadido el comentario "adiós Estado del bienestar".

Tampoco es que sea el comentario más delincuencial de la historia. Son ya legión los economistas, no todos ellos libertarios o súbditos de la escuela de Chicago, que advierten de que el Estado del bienestar a la europea, un esquema piramidal de manual (Juan Ramón Rallo lo llama "un Ponzi migratorio"), tiene fecha de caducidad.

[Otro día hablamos de la mansedumbre con la que hemos normalizado que presidentes, ministros, ex ministros y otros burócratas a peso insulten a los ciudadanos públicamente cada vez que se les antoja].

Pero vamos a los datos.

Las cifras del INE dicen que la población española ha aumentado en 1,6 millones de personas entre 2022 y 2025.

Dos millones de inmigrantes más, a los que hay que restar 354.000 españoles menos, igual a 1.641.000 millones de incremento neto. Esa es la cuenta.

Por país de nacimiento de esas personas, el primero de la lista es Colombia. En España hay hoy 413.000 colombianos más que hace tres años.

Es decir, casi tantas personas como todas las que viven en Palma de Mallorca (443.000).

Palma de Mallorca no es una ciudad pequeña. Es la séptima ciudad más poblada de España y cuenta con ciento ochenta y seis mil viviendas, diez hospitales, doscientos colegios, dos universidades, cincuenta y cuatro guarderías, cuarenta líneas de autobús, tres mil bares y restaurantes, y ciento veintiséis supermercados.

De momento, ningún racismo, ¿verdad? Son sólo datos.

El racismo surge, al parecer, cuando te preguntas en qué lugar de España se ha construido en sólo tres años una ciudad del tamaño de Palma de Mallorca con ciento ochenta y seis mil viviendas, diez hospitales, doscientos colegios, dos universidades, cincuenta y cuatro guarderías, cuarenta líneas de autobús, tres mil bares y restaurantes, y ciento veintiséis supermercados.

¿Alguien ha visto esa NeoPalma de Mallorca por algún lado? Porque yo no.

Y eso sólo para el primer país de la lista del INE, Colombia.

Una posible respuesta la da la propia estadística del INE. Los españoles nacidos en España son hoy 354.000 menos que hace tres años.

Es decir, que al menos 354.000 de esos 413.000 colombianos estarían "haciendo uso" de las viviendas, los hospitales, los colegios y las guarderías que esos españoles habrían dejado "vacantes".

Pero quedan 59.000 colombianos, una ciudad entera del tamaño de Zamora, sin viviendas, colegios, hospitales o autobuses.

¿Dónde están entonces esas viviendas, esas infraestructuras y esos servicios?

Esto tiene trampa, claro. En España se han construido nuevas infraestructuras durante estos tres años.

El problema es que nuestro ritmo de construcción, tanto de viviendas como de nuevos servicios públicos y privados, es muy inferior al que necesitaría este incremento acelerado de la población.

Y es muy inferior porque, precisamente, España tiene un Gobierno socialista que al mismo tiempo que incentiva la inmigración castiga la creación de riqueza que sería necesaria para asimilarla.

Este no es un problema menor. Porque parece bastante difícil alojar, alimentar y vestir a una ciudad entera del tamaño de Palma de Mallorca sin que Florentino Pérez, Juan Roig o Amancio Ortega ganen dinero, que es lo que le gustaría a la izquierda española: el milagro de producir cientos de miles de viviendas, miles de supermercados y toneladas de ropa sin que nadie gane dinero con ello.

Sin que nadie gane dinero… más allá del Gobierno, claro.

Un solo ejemplo. En los últimos tres años se han construido en toda España 278.000 viviendas. Suponiendo una ocupación media de 2,5 habitantes, la habitual en España, esas viviendas serían suficientes para 695.000 nuevos inmigrantes.

Pero estamos hablando de 1,6 millones de inmigrantes. Es decir, de casi un millón de personas sin casa. En 2028 serán dos millones sin casa, suponiendo que el ritmo de llegadas se mantenga. En 2031, tres millones.

Y eso sin entrar en el aumento en España de las personas que viven solas y/o sin hijos, algo que agrava el problema de la falta de vivienda. En 1970, sólo 660.000 personas vivían solas en España. En 2025 viven solas casi seis millones, diez veces más.

Y todas esas personas, seis millones, se suman a los 1,6 millones de inmigrantes que también quieren casa.

¿Dónde están viviendo todos ellos? ¿Y qué consecuencia tiene eso en el Estado del bienestar, en los servicios públicos y en la convivencia?

La respuesta está en el crecimiento de las listas de espera y la saturación de la sanidad, en la caída de la calidad de la educación pública, en el colapso del transporte público, en el incremento de los precios de la vivienda y de la comida, y en el estancamiento de los salarios.

Y esto no es señalar a nadie. Es sólo recordar una regla elemental del mercado. Cuando la demanda desborda la oferta mientras se bloquean por sectarismo ideológico los mecanismos adaptativos del sector privado, los precios suben, los salarios bajan, los servicios se saturan y la calidad de vida se desploma.

Para todos.

Con un detalle añadido. Esos inmigrantes no llegan precisamente a Singapur, una sociedad capitalista, dinámica y productiva. Llegan a un país, España, con una estructura económica y burocrática socialista.

Es decir, a una sociedad muy similar a aquella de la que huyen. Un poco mejor, porque la UE sigue sosteniendo el tinglado. Pero unidad de destino en lo asistencialista.

***

El siguiente país de la lista del INE es Venezuela.

Hoy hay en España 251.000 venezolanos más que en 2022. En total, 692.000. Una ciudad entera del tamaño de Sevilla, que es la cuarta ciudad española por número de habitantes tras Madrid, Barcelona y Valencia.

El siguiente grupo de la lista son los marroquíes, que han aumentado en 206.000 en sólo tres años. En España hay hoy 1.165.000 marroquíes, sin contar los nacionalizados y los ilegales. Los marroquíes son por tanto la tercera ciudad española, sólo por detrás de Madrid y Barcelona.

También son la tercera ciudad marroquí, tras Casablanca y Tánger.

Los cuartos de la lista del INE son los peruanos. 166.000 más (Santander) para un total de 430.000 (más que Las Palmas de Gran Canaria).

La lista sigue.

Argentinos (que se han incrementado en 123.000 en tres años, una ciudad del tamaño de León).

Ucrania (96.000, Cáceres).

Cuba (75.000, Ciudad Real).

Honduras (70.000, Torremolinos).

Paraguay (53.000, Cuenca).

Etcétera.

***

Si hablamos de simpatías personales, muchos de ellos tienen la mía. Venezolanos, cubanos, colombianos e incluso argentinos huyen de las consecuencias del socialismo en sus países de origen. Los ucranianos, de los rusos. Si he de ser solidario con alguien, más allá de mis compatriotas, les escojo a ellos.

Pero ese no puede ser el punto de partida de ningún análisis serio.

El punto de partida es pensar dónde están y quién se ha ocupado de construir esas NeoPalma de Mallorca, NeoZamora, NeoSevilla, NeoValencia, NeoSantander, NeoLeón, NeoCáceres y NeoCuenca con sus cientos de miles de viviendas, supermercados, hospitales, colegios, guarderías y universidades.

Y eso por hablar sólo de lo más elemental: vivienda y servicios básicos (sanidad, educación, comida, ropa).

Porque el terreno verdaderamente pantanoso es el de la economía.

Un solo ejemplo del economista Jesús Fernández Villaverde, que recurre en este vídeo a los datos de un estudio danés. Dice Villaverde que la inmigración no está salvando el Estado del bienestar, sino condenándolo. Sus argumentos parecen de sentido común, y por tanto "racistas", pero merecen un vistazo.

Me he tomado, finalmente, la molestia de buscar las cifras de emigrantes españoles en Alemania durante el franquismo. Un argumento habitual entre aquellos que defienden una política de puertas abiertas.

Fueron aproximadamente 600.000 en un periodo de quince años, desde principios de los años sesenta a mediados de los setenta. 40.000 por año.

Desde la firma del acuerdo bilateral de 29 de marzo de 1960 entre España y la República Federal de Alemania la mayoría de esos españoles, hasta el 78% del total, viajaron con contrato de trabajo, alojamiento y billete pagado por la empresa contratante.

En 1973, el momento de mayor presencia española en Alemania, había allí 287.000 españoles. Eso, en un país de 61 millones de habitantes y que vivía un boom de su economía, no una crisis o un estancamiento como el de la España actual.

Las circunstancias, en fin, son incomparables. La inmigración española fue un fenómeno cuantitativamente menor y cualitativamente muy controlado.

Pero, al parecer, preguntarse retóricamente cómo se aloja y se da servicio a una población que aumenta en cantidades muy superiores a las naturales en un periodo muy corto de tiempo es racista. Porque los ciudadanos hemos de tener fe. Fe en que los mismos políticos que han generado el problema (tanto en la sociedad de la que huyen los inmigrantes como en aquella a la que llegan) sabrán cómo solucionarlo.

Si son incapaces de lograr que los trenes salgan a su hora cuando los viajeros aumentan un ridículo 3%, ¿cómo van a gestionar un incremento de dos millones de inmigrantes en sólo tres años?

El problema, en fin, no es la inmigración. Son los políticos españoles. Su oceánica incompetencia. Su incapacidad absoluta para pensar más allá de las siguientes 24 horas. Su mediocridad.