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A Pedro flaco, todo son nacionalistas... y un fiscal

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Pedro Sánchez atraviesa el momento más crítico desde su llegada a la Moncloa.

Santos Cerdán, a quien Sánchez calificó de hombre "honesto" cuando saltó el escándalo, ha hecho añicos el relato de "Gobierno limpio" que Moncloa ha venido defendiendo a capa y espada.

Las caras del Ejecutivo en la sesión de control del miércoles en el Congreso eran un poema. Se acabaron las risas.

El único argumento que encontró la bancada azul fue decir que el PP estaba pringado en Almería, a raíz de las detenciones que se produjeron el día anterior por el caso mascarillas.

Como si una mancha se quitara con otra. Como si las sombras del despacho de una Diputación provincial pudieran tapar el eclipse que oscurece todo Ferraz y la Moncloa.

Santos Cerdán, pieza clave del engranaje socialista -fue él quien pactó con Otegi y con Puigdemont la investidura de Sánchez- ha terminado abriendo en canal al partido y ha puesto en jaque la continuidad de la legislatura.

La sucesión de informes de la Guardia Civil, las detenciones y dimisiones han ido debilitando a un Sánchez al que ahora le crecen los socios nacionalistas, como al perro flaco del refranero.

Faltaba la pulga de todas las pulgas: Álvaro García Ortiz.

La condena al fiscal general del Estado convierte la situación de Sánchez en insostenible. El hombre al que declaró "inocente", ha acabado siendo condenado por el Tribunal Supremo. Ahí es nada.

Bildu, Junts, ERC y PNV perciben que su apoyo a un partido cada vez más carcomido por el gusano de la corrupción empieza a pasarles factura ante su propio electorado.

Su cierre de filas en torno a Sánchez como dique de contención ante "la derecha y la extrema derecha" se resquebraja. Ahora ya ponen condiciones. El último, el PNV, sacando del cajón el proceso de traspaso de transferencias pendientes.

Algunos recuerdan las palabras de Aitor Esteban: si la corrupción escala, "haría saltar todo por los aires" sin necesidad de que alguien tuviera siquiera que mover un dedo en el Congreso.

En la calle Ferraz y en los pasillos del Congreso es un secreto a voces que la cuerda está cada vez más tensa.

Cunde el pesimismo: ministros incapaces de sostener con firmeza el discurso oficial, diputados que ya no ven posible circunscribir el caso a unas pocas manzanas podridas... y el comodín del lawfare y la persecución de los pseudomedios se ha agotado.

Sánchez, apenas sin margen, es incapaz de contrarrestar la imagen de un partido acorralado.

La parte más clásica del PSOE, esa que encabeza Emiliano García-Page, pide pasar página, prevé elecciones dentro de unos meses y hasta bromea: "Bastante gente de mi partido está calentando por la banda".

Las exigencias de los socios nacionalistas pero, sobre todo, la caída del fiscal general del Estado, pueden terminar forzando lo que tanto temía Sánchez: que las urnas sean, ahora sí, la única salida posible.