El actor Javier Bardem posa con un pañuelo palestino en la 77 gala de los Premios Emmy. Reuters
A favor del boicot a La Vuelta (y a Eurovisión)
Es importante que se haya boicoteado La Vuelta en favor de Palestina, y, al mismo tiempo, no es tan grave, por mucho que haya quien se rasga las vestiduras como si le hubieran mentado a la madre.
Enrique Morente decía que hay que hacer cosas para molestar: "Molestar es muy necesario. Si no, somos molestados solamente. Y eso no puede ser". Yo estoy de acuerdo.
Creo en la guerra cultural y en la simbólica. Creo en el disenso.
Creo en la justicia poética porque la otra tarda bastante más y a veces no llega nunca.
A menudo nuestras herramientas son escuálidas (digo herramientas porque nosotros no tenemos armas, armas tienen ellos: nosotros tenemos palabras y cuerpos), pero no por eso hay que dejar de emplearlas para lo que consideramos decente.
Es importante que se haya boicoteado La Vuelta en favor de Palestina, y, al mismo tiempo, no es tan grave, por mucho que haya quien se rasga las vestiduras como si le hubieran mentado a la madre.
¿Podrán dejar de abanicarse teatralmente un segundo? Habrá todavía dos dedos de luces entre tanto apesebrado, entre tanto esbirro. Veamos.
Imagen de las protestas propalestinas en la contrarreloj de La Vuelta en Valladolid. Ical
Hablamos de una competición privada y de su loca aventura empresarial.
Hablamos de la decisión libre (y política) de incluir a un equipo israelí que recibe fondos del Ministerio de Turismo del país.
Hablamos de un evento popular que recorre las calles y carreteras de esta España nuestra, con la molestia de que España es de la gente y esa gente puede decidir manifestarse. Ya lo siento.
¿Estamos diciendo una locura cuando decimos que no vamos a bailarle el agua a criminales de guerra? ¿Se nos está yendo la olla por no querer sentar en nuestra mesa (es decir, en nuestras competiciones internacionales) a cualquiera que blanquee, directa o indirectamente, la matanza de niños gazatíes?
Este es un mundo complejo lleno de organigramas infumables, pero en algún momento hay que dejar de sonreír a la infamia si no queremos morirnos de vergüenza en los próximos siglos.
En algún momento hay que dejar de chasquear la lengua con dolor ante el hecho de que las víctimas de la historia reciente se hayan vuelto verdugos y parar este carro de connivencias sonrojantes.
Siento que con tanto aspaviento corremos el riesgo de acabar criminalizando la protesta, una protesta tan radical que clama pacífica y estéticamente (qué triste esto, qué enclenque, al final) por los derechos humanos.
Claro que la protesta es un arte asimétrico e inexacto, incontrolable del todo, al cabo, en cuanto organismo vivo.
Claro que puede contener trazas de peligro, pero frente a la libertad de expresión yo diría que es un precio a pagar. Siempre hay algún descerebrado al que le parece buena idea joder a un ciclista con una chincheta y no podemos sentirnos responsables de cada exabrupto.
Esto es bíblico: "¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?".
Pero la verdad es que esta vez no ha sido más que algún tarado residual con problemas de gestión de ira, porque la inmensa mayoría de la manifestación se ha celebrado pacíficamente. Una actuación mucho más serena y digna que la de alguno de esos a los que pagamos el sueldo y a los que hemos visto en los vídeos golpeando feliz y sádicamente a mujeres.
Me recordó a la canción de Gata Catana: "Mami, que voy pa'la mani, que a lo mejor ya no vuelvo. Porque ahora soy terrorista si estoy sentaíta gritando en el suelo".
Si el deporte no es política, está politizado. Si la música no es política, está politizada.
Lógico: son pasiones lubricantes desde donde nos cuelan constantemente cuerpos e ideas con los que no siempre contábamos.
¿Nos asustaremos por reconocer que todo lo politizable se politiza, incluso las cosas que amamos? ¿Por qué si no los campeones de cada casa celebran sus victorias con banderas nacionales? ¿Por qué si no Arabia Saudí se destroza para acoger la Supercopa de fútbol español?
Esta nos la sabemos: para blanquearse.
Si tenemos que dejar de participar en Eurovisión si participa Israel, pues lo haremos. Vamos detrás de Países Bajos, Irlanda, Eslovenia e Islandia. La vanguardia tampoco es lo nuestro. ¿Estamos sacrificando tanto por amenazar con abstenernos del festival del mal gusto? Jajá.
Recuerdo aquel poema emocionante de Leonard Cohen que recitaba con tanto poderío Constantino Romero con su voz de El Rey León: "Cualquier sistema que montéis sin nosotros / será derribado. / Ya os avisamos antes / y nada de lo que construisteis ha perdurado. / Oídlo mientras os inclináis sobre vuestros planos. / Oídlo mientras os arremangáis. / Oídlo una vez más. / Cualquier sistema que montéis sin nosotros / será derribado. / Con toda vuestra hierba y vuestras balas, / ya no podéis cazarnos".
El panorama es desolador y sólo nos queda el uso de la incomodidad. Quizás el último reducto, dentro de la convivencia, para recordarles a los otros que tenemos capacidad crítica aunque no tengamos mucho poder. Es de dignidad.
Lo demás es vasallaje.