La vicepresidenta María Jesús Montero bailando sevillanas durante su visita a la Feria de Abril, el pasado mayo. Europa Press
Las cosas que decimos y las cosas que hacemos
La contradicción, la incoherencia y la paradoja viven instaladas en todos nosotros, y es imperativo asumir que defender una causa es convertirse, al mismo tiempo, en traidor de otras paralelas.
Andaba Paqui pensando frente a los contenedores si el cartón de leche se corresponde con el contenedor azul o el amarillo. Cuando se decidió por este último, subió a casa a darse una ducha para mitigar los 40 grados de calor.
Aguantó cinco minutos más porque el agua le sentaba bien. ¡Quién va a salir ahí afuera con este horno! El cartón quedó bien reciclado y ella, bien fresquita.
Al terminar, puso las noticias. Ahí estaba la andaluza María Jesús Montero bailando al son del fisco catalán. La financiación particular. O de la nueva hacienda, como lo quieran llamar. "¡Qué traidora!", exclamó la Paqui, fresquita.
Su primo Josep asiente a esas imágenes proyectadas en el televisor de su cómoda vivienda de Sarrià, extasiado por esta noticia que implica doblegar el concepto de la solidaridad que tan injustamente se le ha venido aplicando a la comunidad a la que se mudó con sus padres a la edad de trece años.
Solo una llamada de teléfono interrumpe su tranquilidad: es el casero, que le anuncia que el próximo año le subirá el precio del alquiler, tal y como le permite la ley. Eso le deja en apuros, a él, que se trasladó allí para estar cerca de sus colegas del bufete. Y carga contra el maldito propietario Carlos que, seguro, se estará forrando a su costa y a la de tantos otros inquilinos.
Dónde queda la moral y la solidaridad, se pregunta.
La activista Greta Thunberg antes de embarcar en la 'Flotilla de la Esperanza', este domingo en Barcelona. Europa Press
Carlos cuelga el teléfono, angustiado por la conversación con su inquilino, y vuelve a sus números en el campo. Este año apenas ha habido cosecha, ha tenido pérdidas de 50.000 euros y los incendios han asolado parte de su terreno.
Ahora no podrá pastorear, según la legislación europea que aprobó el comisario irlandés de Agricultura, Phil Hogan. Licenciado por la University College Cork, su único contacto con el campo fue gestionar durante su juventud la granja familiar.
Ni siquiera consta que haya pasado un año en el campo, pero fue un firme impulsor de las nuevas medidas de sostenibilidad de este sector, que prefirió orientar desde los despachos.
Esa misma semana, Carmen vivió un traumático despido que la alejó (aún más) de la entrada a la hipoteca. Lamentándose entre amigas de lo cara que está la vida, pasó al 'pelillos-a-la-mar-que-no-pienso-renunciar-a-mi-estilo-de-vida'.
Ese mismo día reservó su viaje a Ibiza porque ella-se-lo-merecía, porque ya vendrán tiempos mejores y porque, además, hoy en día, aunque uno quiera, no puede ahorrar. Y, si lo hace, será a costa de no salir los fines de semana o de reducir el número de tatuajes que se pinta en el cuerpo.
Y claro, por ahí no paso, que me dejé la piel en aquel trabajo como para no disfrutar ahora.
"Haces bien", la animaba su amiga la periodista entregada a la información con sesgo de izquierdas, que el pasado verano montó en yate y acabó lamentándose en público por el trabajo de la tripulación:
"Pobres, que tienen un trabajo indigno soportando las conversaciones del propietario y sus amigos de derechas", compadecía por encima del hombro, mientras sus compañeros reporteros aguantaban por dos duros guardias maratonianas frente a la casa de la Pantoja, a cero grados o a 42.
El salario medio de una tripulación de yate ronda los 2.500 euros, frente a los 16.200 registrados en la provincia del sur de donde provenía la mayoría que laboraba a bordo.
“Decimos lo que pensamos, pero hacemos lo que sentimos”, dijo una vez un autor que, además, no vivió en la era de las mil y una opciones. La contradicción, incoherencia o paradoja viven instaladas en todos nosotros, y es imperativo asumir que defender una causa es convertirse, al mismo tiempo, en traidor de otras paralelas.
Queremos cambios, pero no estamos dispuestos a que rompan nuestra comodidad. Queremos justicia sin renunciar al privilegio, sostenibilidad sin alterar el consumo e igualdad sin revisar nuestras acciones.
Y uno se regocija subrayando la doblez moral en otros, pero retira la mirada del espejo cuando se enfrenta a sus propias contradicciones. Y así uno tras otro.
Vivimos en la sociedad más moralista que moral, que se corta el pelo por las iraníes pero está en contra de mandar batallones para combatir a los talibanes.
Que promueve el cuidado global y compra en Shein.
Que carga contra el empresario pero jamás arriesgará un euro para levantar un negocio y crear empleo.
Que vota a favor de prohibir la prostitución pero la consume como nadie.
O que promueve la acogida humanitaria, pero por supuesto lejos de las fronteras de su país.
En definitiva, como diría Hegel, una sociedad “carente de contenido objetivo […] pero llena de la infinita certeza de sí misma”.
Todas estas incoherencias reflejan la vulnerabilidad a la batalla entre las ideas y los deseos, que en determinados puntos conduce a la hipocresía. Y lo más honesto que se puede hacer es no fingir que se pueden eliminar, sino reconocerlas para reducir su alcance y ruido.
Al menos, y sobre todo, en el conflicto ideológico que se da en la esfera pública.
Explicaba la teórica Judith N. Shklar que la confrontación de ideas contribuye a convertir la hipocresía en el principal de los vicios. Esto quiere decir que para los políticos y la sociedad es más fácil deshacerse de un oponente exponiendo su hipocresía que mostrando que está equivocado en sus convicciones.
Y esto genera una gran distracción, especialmente en momentos de alta tensión social.
No significa que nos lancemos en masa a apoyar este fingimiento colectivo, que es prácticamente sistemático en las sociedades de todos los tiempos. Pero sí, al menos, que tratemos de evitar que nos enrede y distraiga frente a otros síntomas de agotamiento político, como son la mentira, la corrupción o la manipulación.
En definitiva, que Paqui, frente a los cubos, entienda que lo más honesto que pueda hacer no es salvar el mundo, sino colocar la basura en el sitio correcto.