Una adolescente consulta su teléfono móvil.

Una adolescente consulta su teléfono móvil. EFE/J.M. García

Columnas LA GLOBALISTA

¿Cómo desconectar del ruido mediático en la 'economía de la atención'?

Nuestra atención se ha convertido en mercancía gracias a redes sociales diseñadas para ser adictivas.

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La ciudad de Dajla, famosa por el kitesurf, se extiende sobre una península arenosa azotada por el viento en la costa sur del Sáhara Occidental.

Los días 20 y 21 de junio, alrededor de un centenar de periodistas de África, Oriente Medio, América Latina y España se reunieron allí para asistir a la primera conferencia de periodismo de la región, organizada por el Consejo de Prensa de Marruecos.

Tuve la suerte de estar entre ellos para participar en una conversación sobre La complementariedad entre el periodismo de calidad y la educación mediática.

Mientras escuchaba a estos periodistas centrarse, con tanta seriedad, en el problema de la desinformación (o lo que se conoce popularmente como fake news), confieso que me irritaron las numerosas llamadas a reforzar la alfabetización mediática en la educación.

Es una respuesta obvia, pero no es la única y no reconoce que la educación formal por sí sola no puede resolver todos los males de la sociedad.

Además, rezuma el llamado efecto de tercero: tendemos a pensar que los otros son estúpidos y se creen la desinformación, de modo que el sistema escolar debe "iluminarlos".

Las peticiones de mayor alfabetización mediática también desconocen los retos actuales.

La profesión periodística empezó a enfrentarse a profundos cambios en su ecosistema hace unas dos décadas, mientras que la educación afronta ahora un ajuste de cuentas con la IA. Nos cuesta captar la atención del alumnado y, por eso, he decidido prohibir los portátiles en mis clases el próximo año, ¡deséenme suerte!

Aun así, aunque muchos logremos incluir la alfabetización mediática en nuestros programas ya sobrecargados, esto llega hasta cierto punto.

Primero, porque no sólo la juventud necesita aprender a consumir fuentes fiables y rechazar las dudosas. El panorama mediático ha cambiado tan rápido que todo el mundo debe actualizar continuamente esas competencias.

¿Quién puede llegar a un público más amplio? Los medios. Podemos (y debemos) aprovechar nuestro altavoz para enseñar al público a consumir noticias más fiables.

Aquí va mi propuesta.

La pregunta más importante que se puede plantear al leer o ver una pieza periodística es "¿quién pagó esto?".

Ursula von der Leyen y Donald Trump, durante una reunión en el foro de Davos.

Ursula von der Leyen y Donald Trump, durante una reunión en el foro de Davos. Comisión Europea

Muchas publicaciones no son transparentes sobre su identidad y financiamiento, pero las reputables sí. Si sabes que Xinhua es una agencia de noticias propiedad del gobierno chino, sabes que ofrecerá puntualmente el punto de vista de ese gobierno.

Además de las agencias, muchos gobiernos financian radiodifusoras internacionales en distintos idiomas y, por supuesto, en Europa buena parte de la televisión tradicional es pública. Según el país, eso puede convertir a un medio público en portavoz gubernamental o no.

También existe la prensa corporativa, que debe vender publicidad para financiar las noticias. Esto puede ser positivo. Medios corporativos como The New York Times pueden costear una amplia cobertura e investigaciones que la prensa independiente tiene dificultades para asumir.

Pero, a medida que estos gigantes se integran en conglomerados cada vez mayores, pierden parte de su independencia.

Saber quién ha pagado por una noticia es sólo el comienzo, pero es un punto sólido. Si la respuesta no se encuentra con facilidad, mi recomendación es descartar esa información.

Cuando se trate de articulistas de opinión, conviene averiguar quiénes son y qué los avala para escribir sobre ese tema (¡adelante, búsquenme en Google!).

Otra cuestión útil. ¿El/la periodista comparte las fuentes de estudios o figuras clave que cita? Los medios y sus profesionales pueden ganarse la confianza mediante la transparencia.

Sin embargo, la única manera de acercarse lo más posible a la verdad es leer una variedad de medios, idealmente de diferentes países. Esto exige mucho a la ciudadanía, pero es lo que demanda la democracia.

Sí, existen más herramientas web que nos ayudan. Mi propia solución es tener unas veinticinco aplicaciones de noticias en mi teléfono y repasar sus notificaciones a lo largo del día. Así me mantengo informada y, además, obtengo una visión fascinante de quién cubre qué, con qué rapidez y qué enfoque le da.

Todo ello se complica aún más porque vivimos en una economía de la atención. Nuestra atención se ha convertido en mercancía gracias a redes sociales diseñadas para ser adictivas.

¿Qué hacemos al respecto? Creo que los gobiernos deberían exigir más transparencia sobre los algoritmos que nos mantienen enganchados a estas aplicaciones y permitir que las personas ajusten su configuración. No hay muchas probabilidades de que eso ocurra, porque ¿cómo ganarían montañas de dinero X, Instagram, Facebook o TikTok?

Para recuperar el control de mi atención, hace un par de años eliminé todas las notificaciones de redes sociales de mi móvil. Ha marcado una gran diferencia. Más recientemente, compré un despertador de los de antes para no ver notificaciones ni al acostarme ni al despertar.

Cuanto menos uso las redes y el móvil, menos siento que me pierdo algo de valor.

Podemos esperar que las escuelas mejoren la educación mediática o que el gobierno resuelva los problemas que aquejan a la verdad en los medios y en las redes.

Pero podemos actuar ya desviando nuestra atención de las aplicaciones que pretenden atraparnos y dirigiéndola a lo valioso, lo significativo y lo bello.

Intenta caminar por la calle sin mirar el teléfono y, en su lugar, fíjate en la gente, los niños, las tiendas y bares nuevos, la arquitectura hermosa, o en cómo los árboles lucen llenos de hojas, reverdeciendo y embelleciendo las calles de Madrid.