
Santos Cerdán, en el Congreso de los Diputados.
Ahora que ha caído Cerdán, los guardianes de la verdad por fin nos dan permiso para indignarnos
Entre los que ahora piden explicaciones y rendición de cuentas, hay quien las tildó de bulos cuando otros las pedían.
Es el momento de entregarse a la ira, de rasgarse las vestiduras, de poner el grito en el cielo. Aprovechad, que los propietarios de la verdad por fin nos dejan cabrearnos. Las vestales que nos custodian por fin han inclinado su pulgar hacia abajo y han condenado al PSOE con el amargo castigo de su decepción.
Algo huele demasiado mal hasta para ellos y ellas. Han decidido romper el muro que los separaba de la fachosfera, que los mantenía alejados de la máquina del fango, que los conservaba blancos y puros como una niña de primera comunión.
Resulta que bastaba con un informe de la UCO, (¡qué sorpresa, un informe de la UCO sobre Santos Cerdán!) inexistente hasta ayer mismo. Ahora ya sí podemos indignarnos.
Los últimos siete años, con la autoamnistía, los cambios de opinión, los cinco días de spa y reflexión en La Moncloa, las medidas de la pandemia sin explicar, los apagones tercermundistas y la visita del prófugo Puidgemont, habían sido detallitos sin importancia. Un mínimo precio a pagar a cambio de regenerar la democracia, de levantar el muro contra la peligrosa ultraderecha y de garantizar a diario información de la buena.
¿Cómo iba a ocultarse tanto barro tras esas nobles intenciones? La verdad es que los que dicen estar hoy sorprendidos y algo abochornados suscitan compasión. Se balancean, agitan la cabeza, murmuran "no puede ser, no puede ser".

Santos Cerdán junto a Sánchez y Zapatero en el 41º Congreso Federal del PSOE en Sevilla en diciembre.
Quién les iba a decir a ellos que la fachosfera tenía razón. Es más, que la fachosfera, desde hoy, es también su nueva casa.
Es posible que esto no haga caer al presidente, porque nos queda una cosa peor por vivir que Pedro Sánchez: un Pedro Sánchez acorralado y con los tejados de La Moncloa como única vía de escape.
Debe dimitir. Si lo sabía, al banquillo por encubridor. Si no lo sabía, a la calle por incompetente como jefe. Pero jamás ha hecho Sánchez lo que debía hacer, así que de eso perdamos esa esperanza.
Lo que quizá sí merezca la pena es recordar que, algunos de los que ahora claman contra Cerdán, hace unos meses hostigaron a los que ya avisaron de toda esta basura. Entre los que ahora piden explicaciones y rendición de cuentas, hay quien las tildó de bulos cuando otros las pedían.
Ahora van de muy dignos y con la cabeza alta, con la seguridad de haber caído en el lado correcto del muro. Tienen el furor del converso. Y son tan responsables del clima de impunidad que ha permitido esta cleptocracia como el mismísimo Sánchez.
El mismo Sánchez que en su comparecencia plañidera de este jueves ha trazado la línea entre información "con sustento" y "con indicios" y otras que "nada tienen que ver con la realidad", y que son sólo "bulos que tratan de erosionar a la organización progresista de este país".
Decepcionado y todo, Sánchez no renuncia a hacernos pedagogía. Y su corte mediática sigue al dictado esa distinción y parece mirar a su amado líder para preguntarle "¿entonces esto sí lo consideramos grave?".
Todos tienen ahora amnesia colectiva y olvidan que la información por la que pide hoy perdón el presidente fue también un bulo erosionador en su momento.
Lo relevante es que es la maquinaria corrupta de clientelismo y corrupción funcionaba con un descaro tal que era imposible que sus principales autores no sospecharan en algún momento que serían descubiertos. Apuesto a que los indultos están ya pactados.
Es probable que llegaran a pensar que, en cuanto se conociera su máquina de comisiones y corrupción, tampoco importaría tanto. Que sus palmeros le encontrarían justificación. Que sus leales nos distraerían señalando a Ayuso, por ejemplo. Que se advertiría, con ceño fruncido de ecologista circunspecto, de que esta conversación solo da alas a los ultras.
Porque, por supuesto, que hay una corrupción de la política.
Pero se ha producido, en parte, porque ha habido una corrupción social también. Una connivencia de cierta prensa con ciertos estratos sociales que negaba lo que veía y pretendía que los demás hiciéramos lo mismo. Una parte de la prensa que, con su desistimiento profesional, ha engrosado las filas de la trama política que hoy les causa escándalo.